Publicaciones etiquetadas con: barrio Palacio

«Aliapiedi… en Madrid» por la Real Academia de Medicina: el conserje-guía y la italiana (Segunda parte)

[… Sigue] Él, desconsolado, me juraba y perjuraba, que, muy a su pesar, no podía hacer nada al respecto, que dependía de la voluntad del bibliotecario y que éste, con toda probabilidad, no me dejaría acceder, dada la presencia de eruditos y sabios estudiosos del mundo de la medicina.

Pero ¿por qué no intentarlo? le pregunté yo guiñándole el ojo.

Y tras recorrer una preciosa escalera de antaño y cruzar una antesala donde, custodiados por unas vitrinas, se exhibían valiosos documentos relacionados con el mundo de la medicina, ya me encontraba en la planta de arriba, siempre a su lado, ante una imperiosa puerta de madera, cerrada a cal y canto. Él la abrió sigilosa y delicadamente, con esa prudencia que tanto le caracterizaba, y murmullando desde la lejanía al bibliotecario, le pidió humildemente si podía dejarme pasar para tomar unas fotos. El serio y autoritario guardián de ese reino escondido, tras haberme rápidamente observado de los pies a la cabeza, con un solemne gesto de la cabeza… ¡asintió!

¡No me lo podía creer!

Accedí a ese lugar sagrado dando cabezazos de alegría y conteniendo mis ganas de gritar y dar saltos de júbilo, mientras que mi conserje favorito, volvía a sus tareas, despidiéndose de mí. Centenares, miles, de libros me envolvieron con las letras doradas de sus títulos, con sus lomos antiguos, con sus hojas amarillentas de escritos del pasado. Un par de valiosas mesas, rodeadas de sillas, de antaño, unas lámparas de latón y tonos verdes y un simpático reloj de madera encima de ellas constituían el evocador mobiliario que complementaba el de las espectaculares estanterías, dotadas de una elaborada reja en el segundo nivel. Al encanto y calor decorativo de esa habitación se sumaba el de unos radiadores de época y un parqué de verdad, que crujía a cada uno de mis emocionados pasos. Intentando mantener la compostura, frenando mi euforia, realicé un nutrido reportaje sin molestar a la única persona allí presente, hasta que, pletórica, abandoné esa exclusiva biblioteca, dando las gracias a su valioso guardián.

Y como si no fuera suficiente todo lo que ya había visto y disfrutado, ya que estaba sola en esa primera planta, de puntillas aproveché para explorarla, como si fuera un ladrón de guante blanco. Entré en una nueva sala, más pequeña que la anterior, dedicada a José Botella Llusiá, parte del Museo de Medicina Infanta Margarita, donde, tras unas vitrinas, se exhibían decenas, puede que un centenar, de microscopios; accedí a una habitación contigua, desde cuya ventana indiscreta se podía espiar el imperioso patio central, y, volviendo sobre mis pasos, me colé en el Salón de Gobierno, también decorado con centenares de libros, enciclopedias y revistas de antaño, protegidas en nobles estanterías de madera que rodeaban una larga mesa central iluminada por un par de lámparas de cristal que recordaban, con sus dimensiones reducidas, a la de la planta baja.

Podía haber estado allí todo el tiempo que me hubiera apetecido, pues no había nadie y las pocas, y autoritarias, personas que se cruzaban en mi camino me saludaban como si fuera de la casa. Respetuosa y educada devolvía los saludos con afecto y simpatía hasta que decidí regresar a la planta baja para despedirme ya de una vez, y de verdad, del verdadero amo de esa casa, el conserje de la Real Academia de Medicina.

Le agradecí su amabilidad y cortesía, le felicité por su sabiduría y le abracé imaginariamente con mis sonrisas y palabras italianas.

“Grazie, complimenti e a presto, amico mio!”, no te olvidaré.

20230214_120249

Detalle de la Biblioteca

Categorías: EDIFICIOS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por la Real Academia de Medicina: el conserje-guía y la italiana (Primera parte)

Hay días más afortunados y menos afortunados: éste fue uno de los primeros.

Estaba en Callao, a la salida de un conocido centro comercial “inglés”, y aún disponía de buena parte de la mañana para pasear a piedi por el centro de Madrid. Abrí mi Google Maps personalizado y vi que, entre los múltiples sitios de interés “aliapiediesco” virtualmente apuntados, a unos pocos centenares de metros se encontraba la Real Academia de Medicina.

A pesar de que en los días anteriores había sido claramente ignorada mi petición por email de visitarla, ahora, teniéndola tan cerca, no podía dejar escapar la ocasión de intentarlo en persona. Llegué entonces al número 12 de la calle Arrieta y ante mi apareció este edificio, enredado, nunca mejor dicho, por unas obras de mejora de su fachada de estilo neoclásico. El imperial portal, impresionantemente embellecido por dos columnas en forma de Hércules, ya de por sí, prometía y, después de la foto de rigor, más bien una decena, con paso firme y decidido entré allí o, por lo menos, esa fue mi intención.

Un obrero, uno de los muchos que con soltura entraban y salían de allí como si se tratara de su casa, me detuvo justo en el zaguán, explicándome que el acceso estaba prohibido por los (evidentes) trabajos en curso. Le miré perpleja y desconcertada: ¿No sabía ese hombre con quien estaba hablando? ¿No sabía que mi clara e irrenunciable voluntad era la de acceder a ese sitio? ¿No sabía que no hubiera aceptado un no por respuesta? Así que, sin inmutarme, le repliqué que necesitaba pedir una información y él, advirtiendo mi firmeza, me dejó pasar sin rechistar e indicándome a quién tenía que dirigirme. Dicho y hecho retomé mi camino hacia delante, con paso aún más firme, como si fuera una verdadera, autoritaria y “real” académica de la Medicina.

Mi siguiente interlocutor, el veterano conserje del edificio, educada y pacientemente escuchó mi deseo de realizar tan inoportuna cuan improbable visita guiada mientras que alrededor de nosotros se alternaban empleados de todo tipo llevando escombros, alfombras, papeles y más enseres no bien identificados. El amable, muy amable, señor, con tono avergonzado, me respondió que durante la pandemia tales visitas habían sido suspendidas y que, muy a su pesar, aún no habían sido reanudadas. Pero, y una vez más, hoy no iba a rendirme tan fácilmente, no iba a aceptar resignadamente un no por respuesta, no iba a volver sobre mis pasos tan fácilmente.

A sus espaldas, en efecto, entre la mudanza en curso, había entrevisto un suntuoso patio, con una enorme alfombra central y una impresionante lámpara de cristal: esos dos elementos eran demasiados invitantes para dejarlos allí donde estaban, a unos pocos pasos de mi mirada fisgona. Le pregunté entonces si, por lo menos, podía acercarme a ese sitio para tomar unas fotos y él, delicadamente, como si sufriera al negarse, asintió con la cabeza. Dicho y hecho mi dulce escolta-cicerone me llevó a ese suntuoso Patio de Honor, coronado por una espectacular vidriera y enmarcado por arcos y columnas, como si de un magnífico templo se tratara. Y mientras tomaba fotos desde todas las perspectivas posibles, intentando no chocar con los obreros en plena acción, me percaté de que al fondo de éste había una puerta entreabierta que dejaba suponer una nueva sorpresa. Mi detector de tesoros escondidos se había activado y, con delicada desfachatez, pregunté nuevamente a mi acompañante si podía acercarme también a esa sala. El hombre, incapaz de decir(me) que no, me acompañó entonces hasta el impresionante Salón de Actos, que se estaba engalanando para la solemne sesión inaugural del curso académico 2023 de esa misma tarde.

Llena de entusiasmo y gratitud, con los ojos abiertos de par en par, me encontré en una especie de suntuoso teatro -de hecho su modelo de referencia fue el antiteatro de la Escuela de Medicina de Londres-, con sillas de madera y telas rojas, decorado con medallones de médicos y enriquecido por una sinuosa balconada en voladizo y una nueva y espectacular vidriera, engalanada con las cabezas de Hipócrates y Galeno, que competía en belleza con un enorme arco central dominado por la cabeza de una diosa.

Rodeada por ese hermoso panorama, no daba crédito a mi suerte.

Satisfecha, siempre escoltada por mi fiel amigo, le agradecí esa improvisada visita guiada -con todo lo que él sabía y me contaba parecía un auténtico guía, tal y como le hice saber-, interrogándole ambigua y maliciosamente sobre los demás espacios incluidos en las visitas guiadas del pasado. El hombre, tembloroso ante esta nueva pregunta con retintín -listo él, ya había entendido cual iba a ser mi siguiente petición-, con un hilo de voz me contestó que los de la primera planta, donde había una exposición permanente y una biblioteca. Apenas pronunciadas esas palabras, percibí su instantáneo arrepentimiento, consciente de que se había metido en otro lío, y utilicé todos los recursos a mi alcance, sonrisas, lágrimas y dulces palabras en italiano para que me dejara acercarme allí… [Continuará… ]

20230214_115758

El suntuoso Patio de Honor

Categorías: EDIFICIOS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por San Nicolás de Bari: el museo más pequeño de la capital

En mi post sobre la muralla árabe, el histórico “punto cero” madrileño, comenté que es lo único que queda del pasado musulmán de Madrid, con exclusión de algún alminar reutilizado como campanario. Es éste el caso de San Nicolás de Bari de los Servitas, la iglesia más antigua de la capital, parroquia de la comunidad italiana en España, y por ello apodada “la iglesia de los italianos”, a la cual tengo mucho cariño por obvias razones patrióticas y también materno-familiares.

El domingo pasado, después de muchos años, volví a acercarme a piedi a este templo del siglo XII que intenta pasar desapercibido en el entramado de callecitas y plazoletas que conforman el sugestivo Madrid de los Austrias. Llegué a la tranquila plaza del Biombo, con su coqueta fuente de cinco caños adosada a los muros posteriores de un edificio de viviendas que, entre antiestéticas escaleras de emergencias, no se avergonzaba de enseñar la ropa tendida, y, unos pocos pasos más allá, en la esquina con la Travesía del Biombo, apareció el ábside de esta iglesia y su histórica torre, discreta y reservada. Después de haberla fotografiada en su totalidad haciendo alarde de mis dotes de (frustrada) contorsionista, crucé el pasaje medieval de la mencionada travesía y me acerqué a la puerta de entrada, en la plaza de San Nicolás, que, abierta de par en par, quería invitarme a entrar para recordar aquellos tiempos lejanos cuando, con los niños pequeños, alumnos de la Scuola statale italiana de Madrid, veníamos aquí a oír la misa de Navidad, en italiano, por supuesto.

Aceptada la invitación, crucé el pórtico de entrada de granito bajo la mirada del mismísimo San Nicolás, obra del escultor Luis Salvador Carmona, y, después de haber esperado que finalizara la función religiosa, me puse a deambular por la iglesia de la cual había olvidado por completo la decoración interior, fruto, como el resto de la estructura, de una reforma del siglo XVII. Al fondo del templo, justo en frente de la capilla de la Dolorosa que, coronada por una cúpula circular con linterna, conservaba tras unas rejas del siglo XVII, un retablo neoclásico, unas tallas y un busto en terracota policromada del siglo XVIII, me fijé en su hermana gemela que, en lugar de custodiar la imagen santa de una Virgen, atesoraba una pequeña y simbólica exposición permanente, puede que una de las más pequeñas de la capital. Se trataba de un sorprendente micro-museo dedicado al pasado musulmán de Madrid y a la mirable labor de los alarifes y albañiles mudéjares que, en época cristiana, habían construido, según una teoría, el alminar de una vieja mezquita o, según otra, la torre mudéjar muy primitiva de esta iglesia. Entre los documentos y objetos expuestos destacaba, en el centro, una maqueta de la famosa torre, cuyo chapitel herreriano es un añadido del siglo XVIII, especificándose no solo que su interior se mantiene intacto, sino que también conserva un espléndido basamento de sillares de pedernal. Inútil decir que mientras leía esa información a través de los barrotes de una despiada reja me entraron unas ganas irrefrenables, primero, de visitar los sótanos de la iglesia y, después, de subirme a la torre para verificar lo que acababa de aprender. Pero el cura estaba ocupado en una charla con un par de fieles y no había nadie más a quien preguntar sobre esa (im)posible visita que se me acababa de antojar.

Dejé entonces atrás ese altar sui generis que rendía homenaje a la labor de los artífices musulmanes, salí de San Nicolás, eché una última mirada a su antigua torre, símbolo de la unión, por lo menos a nivel profesional, de árabes y cristianos, y me despedí de ella con un “arrivederci”, ¡orgullosa de mi italianidad y de mi iglesia!

P.S. Esta historia «aliapiedesca» se incluirá también en el futuro libro «Aliapiedi… en Madrid» (work in progress!)

20230212_133950

Categorías: IGLESIAS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , , , , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por la plaza de la Cebada: con las «alas en los pies» en el Centro Deportivo Municipal

En el barrio popular y equivocadamente llamado de “La Latina” – que no existe administrativamente ya que, en realidad, pertenece al de “Palacio” –, sobre las cenizas de un ambiguo, y a la vez pintoresco, “Campo de Cebada” autogestionado, donde entre huertos urbanos, fumo (¿sexo?) y rock and roll, tenían lugar proyecciones, eventos y exposiciones de todo género y tipo, se levanta ahora un flamante centro deportivo municipal que sustituye a aquél que en este mismo solar se construyó a finales de los años sesenta del siglo pasado y que fue derribado casi cuarenta años después. Su original estructura exterior, de dominantes tonos claros, parece desafiar los colores animados de las cúpulas del cercano y renovado mercado de La Cebada, obra de Boa Mistura, mientras que sus ventanales acristalados, a pie de calle, parcialmente cubiertos por unas grises bandas horizontales, atraen sutilmente las miradas indiscretas de los atentos paseantes. Esas antipáticas barreras visuales, en efecto, dejan entrever una piscina cubierta donde voluntariosos nadadores, de día y de noche, realizan decenas de largos con alegría y pasión – o así me los imagino yo, obligada a nadar casi todos los días por prescripción médica y no por puro disfrute personal –, provocando a sabiendas las ganas de cualquiera o, por lo menos, las mías, de observar más de cerca ese lugar.

Así fue como una mañana cualquiera, después de haber preguntado inocentemente en recepción si podía acceder a esa zona, me entretuve paseando a piedi por todas las plantas de este gimnasio en compañía de un amable monitor y de otra fisgona como yo – o puede que fuera una verdadera deportista interesada en el tema –, visitando sus pabellones y las múltiples y relucientes salas de fitness y musculación, repletas de unas extrañas máquinas de tortura de última generación que, con solo verlas en acción, me provocaban a la vez miedo y sudor. Pero máxima fue mi sorpresa cuando, en la azotea del edificio en cuestión, me topé con una escenográfica y curvilínea pista de atletismo que, con sus tonos azules, serpentea encima de la plaza de la Cebada. Desde allí arriba, donde sólo entrenaban dos atrevidos atletas, desafiando las intemperies de un soleado pero gélido día invernal, tomé unas cuantas “fotos de altura” de los edificios que rodean este peculiar gimnasio urbano: el mencionado y popular mercado, el teatro La Latina – donde siguen cantando los maravillosos “chicos de oro” de “Los chicos del coro” – , un palacio imperioso a su lado, y la recién inaugurada plazoleta dedicada a Lina Morgan -en realidad, un trozo de espacio robado a la mencionada plaza principal-. No pude disfrutar mucho de ese peculiar e inesperado panorama no sólo por el riesgo de congelación sino también porque aún me esperaba mi verdadero (y olvidado) objetivo del día: la piscina que durante tanto tiempo había intentado evitar mi mirada acosadora. Allí estaba ella, flanqueada por otra de menor tamaño, llena de agua salada a una temperatura correcta para cualquiera, casi unos 27º, pero inaguantable para una friolera como yo – la de mi barrio, afortunadamente, para mi cuerpo y mi mente, ronda los 28º -. Ya no era tan inalcanzable como antes: la tenía literalmente a mis pies y ya no me interesaba.

Salí del original centro deportivo municipal “La Cebada”, entré en el metro de “La Latina” y me topé con una nueva sorpresa: un mural de más de dos mil piezas de cerámica pintadas a mano que, como un mapa temático ilustrado, enseña todos los sitios frecuentados por Lina Morgan, la célebre actriz que nació y pasó gran parte de su vida en este barrio madrileño, ¡el de Palacio, y no el de La Latina! 

20230125_115351

Categorías: BARRIOS... A PIEDI, CALLES y PLAZAS, EDIFICIOS | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por la muralla árabe: el verdadero kilómetro cero madrileño

¡Empezamos desde cero!

O, mejor dicho, volvemos a empezar desde cero, donde todo inició, donde Madrid nació y donde se sembró la semilla para mi futura pasión hacia esta bella villa y capital de España.

Es aquí, en efecto, en esta empinada Cuesta de la Vega donde un tiempo se abría, o se cerraba, la homónima puerta, donde hace trece siglos Muhammed I, quinto emir omeya de Córdoba, decidió levantar la fortaleza de Magerit, junto con una pequeña medina y una muralla, de la cual sigue resistiendo contra el paso del tiempo este lienzo de ciento veinte metros de longitud y dos y medio de espesor: es lo único que queda del pasado musulmán de Madrid, con exclusión de algún alminar reutilizado como campanario, y es aquí, por ende, donde habría que ubicar el kilómetro cero capitalino o, por lo menos, mi kilómetro cero «aliapiedesco», sin ánimo de quitarle protagonismo a aquel que, a casi un kilómetro (¡!) de distancia, sigue marcando bajo los pies, y las pisadas, de millares de paseantes diarios el punto de salida de las carreteras radiales españolas, aguantando estoicamente las periódicas obras de la Puerta del Sol.

Pero ese es un kilómetro cero moderno y, en cierto sentido, artificial; éste es un kilómetro cero histórico y real. Es aquí donde han empezado la(s) historia(s), y las leyendas, que a lo largo de los siglos han ido formando los «Pilares de la Tierra» madrileña, y es aquí donde, agradecida al mencionado emir, al cual está dedicado el homónimo parque, más bien parquecito, de estilo andalusí que parece abrazar, casi sustentar, este valioso y supérstite trozo de muralla árabe, donde volveré a andar a piedi por el Magerit de entonces, por el Madrid de ahora:

¡Empieza (otra vez) la aventura bloguera “aliapiedesca” y empieza (por primera vez) la aventura literaria del futuro «Aliapiedi… en Madrid»!

Categorías: EDIFICIOS, INTRODUCCION, PARQUES Y JARDINES | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

Blog de WordPress.com.