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«Génesis»: Una Capilla Sixtina madrileña

20240111_1122103964342660498300784Desde hace unos días en la pintoresca Iglesia Evangélica de habla alemana, escondida tras una cancela que se abre (camino) entre los imponentes edificios del paseo de la Castellana, se reproduce cotidianamente el milagro de la «Génesis«.

Entres sus altas paredes, en efecto, como por arte de magia, o, mejor dicho, de la magia del colectivo artístico Projektil, se desarrolla un espectáculo de luces, música y proyecciones que traslada al visitante, sentado, más bien tumbado, en unos puff que cubren el suelo de la estructura religiosa, incluida la zona del altar- a otra dimensión.

La iglesia, de repente, se convierte en un dinámico lienzo multicolor donde, como en una increíble Capilla Sixtina capitalina, las impactantes escenas del origen de nuestro planeta se succeden una tras otra, acompañadas por unas musicas áulicas, potentes y evocadoras.

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La luz que se separa de las tinieblas marca el primer día de la impresionante y conmovedora experiencia inmersiva; seguidamente, en el segundo día, es el agua la que se separa del cielo, mientras que en el tercero le toca a la tierra en relación al mar, dando lugar también al nacimiento de la Naturaleza, con su increíble explosión de flores, plantas y colores.

Y, al final de este viaje sugestivo y multisensorial, parecido a una experiencia religiosa, donde la iglesia durante treinta minutos se funde perfectamente con las imagenes que discurren entre sus pilares, una farolas incandescentes, que simbolizan a unas almas no en penas, sino serenas y etretenidas, llevan al espectador hasta el infinito… ¡y más allá!

P.S. Si quieres ver más fotos y vídeos «aliapiedescos» sobre «Génesis», pincha aquí y/o aquí

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«Aliapiedi… en Madrid» por San Nicolás de Bari: el museo más pequeño de la capital

En mi post sobre la muralla árabe, el histórico “punto cero” madrileño, comenté que es lo único que queda del pasado musulmán de Madrid, con exclusión de algún alminar reutilizado como campanario. Es éste el caso de San Nicolás de Bari de los Servitas, la iglesia más antigua de la capital, parroquia de la comunidad italiana en España, y por ello apodada “la iglesia de los italianos”, a la cual tengo mucho cariño por obvias razones patrióticas y también materno-familiares.

El domingo pasado, después de muchos años, volví a acercarme a piedi a este templo del siglo XII que intenta pasar desapercibido en el entramado de callecitas y plazoletas que conforman el sugestivo Madrid de los Austrias. Llegué a la tranquila plaza del Biombo, con su coqueta fuente de cinco caños adosada a los muros posteriores de un edificio de viviendas que, entre antiestéticas escaleras de emergencias, no se avergonzaba de enseñar la ropa tendida, y, unos pocos pasos más allá, en la esquina con la Travesía del Biombo, apareció el ábside de esta iglesia y su histórica torre, discreta y reservada. Después de haberla fotografiada en su totalidad haciendo alarde de mis dotes de (frustrada) contorsionista, crucé el pasaje medieval de la mencionada travesía y me acerqué a la puerta de entrada, en la plaza de San Nicolás, que, abierta de par en par, quería invitarme a entrar para recordar aquellos tiempos lejanos cuando, con los niños pequeños, alumnos de la Scuola statale italiana de Madrid, veníamos aquí a oír la misa de Navidad, en italiano, por supuesto.

Aceptada la invitación, crucé el pórtico de entrada de granito bajo la mirada del mismísimo San Nicolás, obra del escultor Luis Salvador Carmona, y, después de haber esperado que finalizara la función religiosa, me puse a deambular por la iglesia de la cual había olvidado por completo la decoración interior, fruto, como el resto de la estructura, de una reforma del siglo XVII. Al fondo del templo, justo en frente de la capilla de la Dolorosa que, coronada por una cúpula circular con linterna, conservaba tras unas rejas del siglo XVII, un retablo neoclásico, unas tallas y un busto en terracota policromada del siglo XVIII, me fijé en su hermana gemela que, en lugar de custodiar la imagen santa de una Virgen, atesoraba una pequeña y simbólica exposición permanente, puede que una de las más pequeñas de la capital. Se trataba de un sorprendente micro-museo dedicado al pasado musulmán de Madrid y a la mirable labor de los alarifes y albañiles mudéjares que, en época cristiana, habían construido, según una teoría, el alminar de una vieja mezquita o, según otra, la torre mudéjar muy primitiva de esta iglesia. Entre los documentos y objetos expuestos destacaba, en el centro, una maqueta de la famosa torre, cuyo chapitel herreriano es un añadido del siglo XVIII, especificándose no solo que su interior se mantiene intacto, sino que también conserva un espléndido basamento de sillares de pedernal. Inútil decir que mientras leía esa información a través de los barrotes de una despiada reja me entraron unas ganas irrefrenables, primero, de visitar los sótanos de la iglesia y, después, de subirme a la torre para verificar lo que acababa de aprender. Pero el cura estaba ocupado en una charla con un par de fieles y no había nadie más a quien preguntar sobre esa (im)posible visita que se me acababa de antojar.

Dejé entonces atrás ese altar sui generis que rendía homenaje a la labor de los artífices musulmanes, salí de San Nicolás, eché una última mirada a su antigua torre, símbolo de la unión, por lo menos a nivel profesional, de árabes y cristianos, y me despedí de ella con un “arrivederci”, ¡orgullosa de mi italianidad y de mi iglesia!

P.S. Esta historia «aliapiedesca» se incluirá también en el futuro libro «Aliapiedi… en Madrid» (work in progress!)

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