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Puerto Lagasca: Una dulce odisea de sabores, aromas y colores…

IMG-20240301-WA0016En Madrid no hay mar… ¡pero sí hay puerto! Y no un puerto cualquiera, sino un puerto ubicado en uno de los barrios más elegantes de la ciudad, el de Salamanca. Puerto Lagasca” es su nombre, en el número 81 de la homónima calle, y “Taberna” es el título que lo acompaña.

Cualquiera puede con gusto, nunca mejor dicho, amarrar aquí y dejarse arrastrar por un tsunami gastronómico de calidad. Y eso fue justo lo que hicimos nosotros, náufragos perdidos en una fría y ventosa noche de febrero, empujados por el deseo de tomar tierra, entrar en calor y disfrutar de una cena marinera en la capital.

20240229_2106108954870802493502439Aprodamos así en la primera sala de este puerto, cálida y acogedora, de mesas altas de madera, barra reluciente y tapeo estiloso informal –“casual chic” lo llamarían mis compatriotas italianos–. Nada más amarrar, una sirena llamada Camille nos cautivó, más bien nos atrapó, con su sonrisa y su dulce canto de amables palabras y acento francés –de hecho, es francesa de verdad–. Cual Ulises del Tercer Milenio, incapaces de oponer resistencia, huérfanos de tapones socorridos, nos dejamos arrastrar por ella hasta el fondo del mar o, mejor dicho, hasta el final de un pasillo donde asomaban unos nostálgicos recortes de periódicos y revistas, testigos silenciosos de unas costumbres de un par de décadas atrás, cuando la gente leía, pero leía de verdad, en un papel impreso y no en un cuaderno de bitácoras virtual (😉).

Llegamos así a la sala principal o, mejor dicho, al corazón de esta isla no desierta, sino a rebosar de comensales, a pesar de ser un jueves, donde destacaba una clásica, y a la vez original, decoración mediterránea, en plena sintonía con el tipo de cocina que aquí se ofrece: lámparas cubiertas por fuertes cabos iluminaban las mesas, bajas en este caso, cazos de cocinas antiguas se alternaban en las paredes de madera y color crema a llamativas cabezas de ajos blancos y pimientos de color rojo, dibujos geométricos de tonos azulados jugaban en la pared con un pez solitario –“mejor solo que mal acompañado”, pensaba él mientras nadaba feliz en ese puerto extraordinario– y flores y plantas de una eterna primavera intentaban restar protagonismo a una curiosa esfera turquesa abrazada por una boza.

Esa no era una taberna de piratas, sino un coqueto chiringuito de playa, uno con solera, de una isla griega o, más probablemente, de una española, posiblemente de Canarias –en estas islas, en efecto, nace el ingenioso, encantador y generoso patrón de este barco, Pepe Caldas, fundador en el 2008 de esta taberna experimentada y de la de Los Gallos, su hermana menor, en términos de edad, que, sin embargo, tiene mayor dimensión y diversión, con música en directo los fines de semana y afterwork entre semana–.

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img-20240301-wa00205175589002871193292No pude, sin embargo, distraerme más con la conseguida decoración y con mis sueños veraniegos de mar y sol; acababa de presentarse el hábil capitán del puerto “lagascano”, Paco Carrascosa, andaluz de nacimiento y “compinche” de Camille. Así que, a la merced de la sirena, que con elegancia y amabilidad nos proponía, e iba reponiendo con impecable puntualidad, unos vinos de calidadla correspondiente carta es muy amplia y abunda la posibilidad de elegir por copas–, y del afable y simpático capitán, que, en perfecta sincronía, nos mecía con sus clásicas y a la vez innovadoras creaciones gastronómicas, de media ración en media ración hay una generosa variedad de platos de esta tipología– nos fuimos hundiendo poco a poco, camino de una bendita perdición.

Creíamos que habíamos llegado a un puerto seguro, pero, en realidad, esta seductora isla mediterránea en medio de la capital era una trampa en toda regla, un engañoso caballo de Troya que escondía en su vientre hermoso una nueva tempestad, una lluvia incesante de entrantes, segundos, postres y cafés.

Y dulce era naufragar en ese mar…

Así que, empujados por el viento, fuerte y decidido, de la profesionalidad de los dos maestros de ceremonia, nos enfrentamos a una embriagadora odisea de sabores, aromas y colores, intentando luchar, bastante desganados, la verdad, contra el pecado de gula.

img-20240301-wa00036948740061313787149img-20240301-wa00019088488329714777584Desde la proa, es decir, desde la pecera a vista donde trabajaba el capitán con su grumete, se fueron así acercando unas muy canarias papas arrugadas, con los dos mojos, el verde y el picón, al cual mejor, que dieron paso, desde  popa, a un sublime canapé de foie en su punto de sal; a babor hicieron acto de presencia unas riquísimas, y tiernísimas, alcachofas confitadas en aceite virgen extra, marcadas a la parrilla y acompañadas de jamón crujiente, mientras que a estribor nos asaltaron unos excepcionales barquillos de berenjena con miel; y, como si todo ello no fuera suficiente para conquistar nuestros cuerpos y nuestras mentes, fueron unos deliciosos langostinos salteados, que combinaban a la perfección con un fresco guacamole y una exótica espuma de mango, los que nos hicieron perder el rumbo por completo, con la ayuda también de un tartar de atún de excelsa calidad y aspecto, además de sabor seductor gracias a una increíble mezcla de pipirrana tropical, alga wakame y falsos guisantes de wasabi.

Rendidos ante este vendaval de platos deliciosos y delicados, fueron entonces unos caneloncitos de carrillera de ternera cocinados a baja temperatura, con un leve toque de dulzura, los que nos derribaron por completo, abriendo camino a unos postres exquisitos, todo ellos rigurosa y cuidadosamente caseros.

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Siguiendo así la estela de una operación bikini que se iba alejando de nosotros a pasos agigantados o, sería mejor decir, a nudos forzados –¿Era ese el propósito de la astuta sirena y del mañoso capitán? ¿Engordarnos para luego lanzarnos al mar entre calamares gigantes y tiburones?–, fondeamos entre una tarta de queso coronada con un toque de miel y de fruta de la pasión y un tatin de manzana con creme fraîche, al puro estilo francés –¿Porquoi pas?–, y, dulcis in fundo, nunca mejor dicho, una tarta de puro chocolate con crema chantilly.

Habíamos pecado, mucho y en cantidad, pero, a pesar de ello, no nos sentíamos en absoluto pesados y, en mi caso, con ganas de pecar más y más.

Pero el intenso y peligroso viaje gastronómico, desde el norte hasta el sur del país español, había finalizado, la placentera tempestad de platos sencillos pero elaborados había remitido, el viento había amainado…

Al abrigo de un atípico limoncello holandés, que nada tenía que envidiar –como italiana lo tengo que confesar– al más famoso de Sorrento –pero siempre hay que servirlo congelado, eso sí, y en un vaso pequeño, como en este caso, a la misma temperatura glacial–, estábamos preparados para el sacrificio final, listos para ejercer como presas para algún pez voraz: ¡que Camille y Paco hicieran de nosotros lo que quisieran: lo que habíamos vivido, y saboreado, había merecido la pena!

img-20240229-wa00142251788668621559157Pero ellos, piadosos y generosos, simplemente se despidieron de nosotros con un apretón de manos, una sonrisa en los labios y un prometedor “¡hasta pronto!”, permitiéndonos abandonar su puerto exepcional para volver a nuestro hogar, a nuestra Ítaca italo-española donde unos hijos adolescentes, Penélopes 2.0 sin telas y telar, nos estaban esperando desde unas cuantas horas con los brazos abiertos de par en par –¡o esto nos hubiera gustado imaginar!–.

¡Gracias entonces a Paco y Camille por esta inolvidable e increíble aventura con inicio y final feliz y enhorabuena a toda la tripulación por surfear con tanta maestría y habilidad las olas tormentosas de la gastronomía de calidad!

Volveremos a navegar por el Puerto Lagasca en familia, con amigos, con nuestros hijos o en solitario: cualquier excusa será buena para amarrar en este maravilloso y pintoresco puerto de la capital.

Avanti tutta, capitán… hasta el infinito… ¡y más allá!

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Martinica: Pasión italiana y cocina fusión

A pesar de vivir en una ciudad tan acogedora, dinámica y bella, como Madrid, siempre añoro mi amada tierra patria, Italia. Así que cada vez que se cruza por mi camino algún elemento italiano, ya sea un local, una exposición o un evento, no puedo evitar emocionarme y hacer todo lo posible para ser parte de ello. Esto es lo que me pasó con “Martinica” o, mejor dicho, con su chef, Marcello Salaris, compatriota mío, que, después del éxito cosechado en Salamanca con su céntrico y homónimo gastro-bar y el restaurante “María y el Lobo”, hace un año, decidió probar suerte en Madrid con un nuevo templo gastronómico dedicado a la cocina fusión con base mediterránea pero en el que siempre destaca el tan deseado (por mí) toque italiano.

No podía dejar escapar esta itálica ocasión así que, como de costumbre, me las ingenié para ir cuanto antes a este restaurante arrastrando, como siempre, a mi marido en mi enésimo capricho patriótico. Obviamente, antes de reservar, me había documentado a conciencia sobre este local, pero, a pesar de todo lo que ya había visto y leído en otros blogs, en la página web y en los comentarios en la red, este lugar me sorprendió mucho más en su aspecto real que en el virtual.

El día elegido para cenar allí no podía haber sido peor acertado por mi: un martes por la noche, pero no un martes cualquiera, sino el martes que precedía la inauguración de la cumbre de la OTAN en la capital. Madrid estaba prácticamente blindada, cerrada a cal y canto, y no sólo en los alrededores de IFEMA, sede de este evento de fama mundial, sino también por la zona donde está ubicado este restaurante, en la calle Pinar 6, en un discreto, elegante y silencioso oasis de paz que, como un espejismo, se deja ver entre Serrano y la Castellana, a la altura de la plaza Emilio Castelar, casi al lado de la Embajada-fortaleza de los Estados Unidos.

20220628_210023-1Las calles, en esa noche tan especial, estaban vacías, sólo pobladas por centenares de agentes de policías, como en el peor momento del duro confinamiento de hace un par de años: parecía que había vuelto esa real pesadilla, pero fue suficiente divisar la coqueta y animada terraza de este local para olvidarse de todo lo demás y volver a la realidad de un encierro provisional y, afortunadamente, excepcional.

Nos paramos un momento a admirar el ingreso del restaurante, flanqueado por dos enormes y diferentes macetas desde las cuales sobresalían unas plantas, o puede que fueran unas hojas gigantescas, no muy bien identificadas. A su lado un amplio ventanal, enmarcado por unos azulejos del color del mar ­-sardo, por supuesto- que, abierto al aire fresco de la noche, daba a la terraza de antes, como si la intención fuera (en mi imaginación) que los comensales de los dos espacios, el interior y el exterior, interactuaran y conversaran entre ellos­

IMG-20220630-WA0001-1Ensimismada en mis fantasiosas reflexiones, después de que mi marido me sacara un par de fotos en la entrada, por fin entramos en el famoso “Martinica”.

Ante nuestros ojos apareció una enorme sala, ocupada por refinados sillones de terciopelo, con detalles de latón, que bien hubieran podido lucir en un sofisticado ambiente de la afamada serie “Mad Men”, ambientada en los años setenta del siglo pasado; en un lateral, una amplia barra donde, perfectamente alineadas, brillaban decenas de botellas y centenares de diferentes copas deseosas de ser llenadas; lámparas disfrazadas de plantas -o puede que fuera al revés- colgaban con sus plumas llamativas encima de las mesas mientras que unos árboles huérfanos de hojas, pero cargados de románticas luces y rosas, se fundían con las paredes de un espacio inspirado a un estilo art déco modernizado gracias a la intervención del estudio de arquitectura Lauzan.

IMG-20220630-WA0003-1Unos amables, y profesionales, camareros, nos dieron la bienvenida mientras que un paso tras otro, nos adentrábamos aún más en el territorio de Martinica, empujados por la llamativa presencia de una cristalera central que abrazaba una hiedra, o puede que fueran unas algas, alojadas en su interior que se asemejaban, en mi mente desenfrenada, a los tentáculos de una peligrosa medusa vegetal.

IMG-20220630-WA0005-1Un poco más allá, al final de esa extensa sala principal -hay otra, más apartada y recogida, con diferente decoración, aunque igual de escenográfica– “in sordina”, discreta y silenciosamente sentado en una mesa, la mente y el brazo de la belleza formal y, en breve, también sustancial, de este restaurante: el Chef Marcello, con la C mayúscula, ganador de diferentes premios en certámenes nacionales e internacionales.

Obviamente tenía(mos) que conocerle, así que nos acercamos a él, nos presentamos, intercambiamos opiniones sobre Madrid, sobre Italia y nuestras respectivas regiones -él es originario de un pueblo de Cerdeña, isla que puede ampliamente presumir del mar más espectacular del Mediterráneo… ¡sino del mundo mundial!-.

IMG-20220630-WA0007-1Después de que nos enseñara una colorida vidriera ubicada en una pared lateral de la sala, que había hecho traer expresamente desde el salamantino Museo de Art Déco y Art Nouveau Casa Lis, y que me tomara una foto de los dos, por fin llegó el momento de probar sus creaciones culinarias, apartando mis ganas de seguir hablando de nuestra tierra y de todo un poco. Nos sentamos entonces cerca del amplio ventanal de la entrada y nos preparamos para disfrutar del festival de olores, sabores y colores de su cocina ítalo-internacional.

IMG-20220630-WA0000-1Abrió el baile gastronómico un cocktail literalmente explosivo, una “Flor de Caña Passion”, a base de ron, canela y fruta de la pasión, que, servido “en llamas”, con su espectacular presentación vegetal evocaba la imagen de exóticas playas: la pasión no sólo de su Autor sino también de la fruta que llevaba en su interior se apoderó enseguida de nuestro paladar.

20220628_211503-1El aperitivo, a base de unos sencillos, y nostálgicos, “grissini” italianos -una especie de colines, muy difíciles de encontrar aquí y que tanto me recuerdan mi país- con un poco de pan con el cual acompañar una salsa de mantequilla, un poco de aceite y unas cuantas aceitunas ya nos había conquistado por completo pero una fresca y saludable ensalada de tomate, piparras, gambones a la parrilla, queso curado y salmorejo, presentada en un precioso plato de color rojo-rosado que parecía fusionarse con su rico contenido, nos cautivó aún más.

IMG-20220630-WA0015-1Fue después una berenjena a la parmesana ítalo-japonesa la que me hizo avergonzar de la “parmigiana di melanzane” que a veces, en mi casa, humildemente, ofrecía a mis comensales: el vegetal, con los demás misteriosos ingredientes, se derretía suavemente en la sartén y en nuestras bocas abiertas de par en par.

IMG-20220630-WA0013-1Una fresca copa de Godello para mí y una cerveza 8/70 aún más fresca para mi consorte acompañaron una premiada albóndiga de rabo de toro, anguila ahumada, berenjena y yema curada -segundo mejor plato de rabo de toro de España de 2019, según recitaba la carta-.

IMG-20220630-WA0011-1Mi marido, carnívoro de profesión, muchísimo más que yo, devoraba ávidamente ese manjar, celebrando en cada bocado su delicada bondad, mientras que yo disfrutaba con una exquisita lubina salvaje a la brasa con puntalette con salsa de txangurro a la donostiarra y una crema de esa albahaca -“basilico”, en mi idioma- que, tan presente en Italia, tanto echo de menos aquí en España.

IMG-20220630-WA0010-1Y, por si todo ello no hubiera sido suficiente para satisfacer nuestros pecados de gula, una carrillera de ternera al curry rojo con yogur de calabaza y cremoso de zanahoria consiguió despertar nuevamente los instintos básicos de los dos.

IMG-20220630-WA0009No se podía pedir más… sólo un exótico “viaje a Marruecos”, en honor a la mujer marroquí del Chef, donde a una impresionante base de chocolate blanco se añadían, en un pintoresco, dinámico y colorido arcoíris de colores, arenas de frambuesa, galletas, canela, menta y curry con leche fusionada de jengibre y limón: una auténtica obra de arte gastronómica que, adrede y a gusto, no pudimos evitar destrozar con cada bocado.

20220628_222817-1Faltaba poner el punto final a esa cena tan rica, y enriquecedora, con una de las mejores bebidas de mi tierra: un frío limoncello, servido helado y rigurosamente sin hielo y en un vaso pequeño, alto y fino, como es debido, que con su poder digestivo parecía borrar mágicamente todas las calorías ingeridas despreocupadamente hasta aquel momento. Pero daba igual: Marcello, el local, la cena y esa noche tan original merecían que se apartaran, por ese día, todos los propósitos de una operación bikini espectacular.

Tomamos un último sorbo, brindamos por España y por Italia y ¡gozamos hasta el final de ese Martinica tan especial!

P.S. Si queréis acercaros a este restaurante al mediodía, de lunes a viernes tienen un interesante menú gastronómico a 30 € que incluye dos entrantes, pescado, carne, postre y una bebida… ¡más que suficiente para satisfacer los paladares más hambrientos y exigentes!

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El misterioso «quintoelemento»: ¡un lugar fuera de lo normal, una experiencia excepcional, un estreno triunfal!

Me encanta salir, cada vez más; me encanta vivir Madrid, de noche y de día; me encanta descubrir sin solución de continuidad todo lo que ofrece esta grandiosa capital que, en mi humilde opinión, se está convirtiendo paulatinamente en un imprescindible referente a nivel europeo, como si se tratara de una Gran Manzana del Viejo Continente.

Con los hijos ya adolescentes y (presumidamente) autosuficientes -o, por lo menos, así lo creen ellos- dispongo de más tiempo no sólo para recorrer a piedi los múltiples y diferentes barrios madrileños, en busca de sus lugares menos conocidos y más peculiares, sino también para frecuentar locales, restaurantes, tabernas y bares que, desafiando las pandémicas adversidades, resisten o se multiplican por doquier. Llevaba tiempo deseando reflejar en mi blog esta abundancia cultural y también gastronómica de la capital, este bullicioso y estimulante fermento que hacen de Madrid la mejor ciudad del momento, pero nunca encontraba el sitio ideal para estrenar a lo grande un apartado “aliapiedesco” dedicado al sector de la restauración. Quería que mis primeros pasos blogueros en el universo culinario estuvieran a la altura de los de Neil Armstrong en la Luna y de sus míticas palabras, “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” -las comparaciones son odiosas, soy consciente de ello, y, en este caso, muy pretenciosas, ¡pero no puedo evitar pensar humildemente a lo grande!- y, para ese fin, tenía que dar con un lugar que fuera peculiar, excepcional y fuera de lo normal, casi de ciencia ficción. Así que cuando en mi camino virtual se cruzó el nombre, las fotos y la descripción de un evocador y futurista “quintoelemento”, enseguida me di cuenta de que éste era la tan buscada ocasión y que tenía que ingeniármelas para conocerlo, saborearlo y, eventualmente, difundirlo.

Reconozco que, en general, teniendo más debilidad por la forma, es decir, por los aspectos estéticos de las cosas, lo que más me llamó la atención, fue su rebuscada decoración, su llamativa estructura, su ingeniosa arquitectura, mientras que mi marido, amante de la sustancia de las cosas, sólo tenía ojos y oídos, mientras le hablaba de este restaurante, para su carta, para su largo listado de platos elaborados, para sus exóticos productos que ya estaba mentalmente pregustando.

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Así que un miércoles cualquiera, a la hora de comer, cada uno de nosotros con sus preferencias y motivaciones, nos acercamos al número 125 de la calle Atocha, allá donde, a unos pocos pasos del Museo Reina Sofía, se levantaba un edificio bastante austero en cuya fachada destacaba el letrero de “Teatro Kapital”, anunciando la presencia de esta emblemática discoteca capitalina, en la que diferentes ambientes y géneros musicales se distribuyen verticalmente, en las primeras cinco plantas del mismo.

20220504_141455Un majestuoso guardián, que custodiaba ese lugar (¿sagrado?) nos acompañó en el interior y, de repente, nos encontramos en un vestíbulo obscuro y llamativo; parecía que la noche había caído improvisamente, una noche estrellada y resplandeciente, deseosa de reflejarse en los centenares de cristales de una clásica bola de discoteca que colgaba de su techo, deseosa de animarse en un elegante red carpet a nuestros pies, deseosa de ostentarse en una luminosa zona de photocall.

Planta 6- bodega (2)Pero la auténtica sorpresa se encontraba al final de esta sala donde, casi oculto en la pared, se abría un mágico ascensor…

Allí nos dejó nuestro amable acompañante, después de haber pulsado la tecla con el número sietela sexta planta está destinada a eventos más íntimos y acoge una bodega que atesora más de ciento cincuenta referencias de selectos vinos– y, de repente, después del breve ascenso, apareció “quintoelemento” en todo su esplendor: habíamos llegado a otra dimensión, a otro universo, a un Edén prohibido, o puede que no tanto…

20220504_142930El extraño “quintoelemento”, que se añadía a la tierra, al aire, al agua y al fuego, se personó en decenas de flores y plantas que se unían a las que aparecían en diferentes macropantallas; el indefinido “quintoelemento” se materializó en una soberbia decoración donde, entre sofás y sillas, mesas altas y bajas, destacaba una marmórea barra central, repleta de copas impolutas, botellas de diferentes marcas y cocteleras a la espera de ser agitadas; el increíble “quintoelemento” tomó cuerpo en una impresionante cúpula que, dotada de unas pantallas cóncavas retráctiles de casi doscientos metros cuadrados de extensión donde se proyectaba contenido en la máxima resolución, se abría al cielo de Madrid, fusionando armoniosamente los elementos reales y virtuales de ese paraíso terrestre celestial.

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“Quintoelemento” nos rodeaba, nos envolvía y nos abrazaba para dejarnos sin aliento…

Para mis preferencias “formales” esa puesta en escena, esa peculiar arquitectura, esa impresionante estructura de este asombroso sky restaurant era ya de por sí suficiente para quedarme satisfecha con la visita, pero para él, es decir, para “quintoelemento” todo esto no era suficiente. Él quería despertar nuestros cinco sentidos, y no sólo el de la vista; él quería que nuestros ojos y nuestras mentes fueran más allá de las relajantes imágenes de la naturaleza que discurrían ininterrumpidamente en unos dinámicos videomapping y en unas pantallas led interactivas que animaban y daban vida a las paredes revestidas con mosaicos de madera de roble y pino; él quería que también el gusto, el tacto, el oído y el olfato padecieran el impetuoso y maravilloso encanto de su presencia.

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Nos vimos entonces “obligados” a sentarnos y, gracias a un impecable servicio de mesa, empezamos a experimentar y probar en nuestra piel toda la potencia, esencia y sustancia de “quintoelemento” -¡para alegría de mi marido!-.

20220504_14322920220504_143133Fueron primero unas grandiosas ostras ponzu acompañadas por caviar de arenque, maridadas con champan, que nos sugirió y sirvió Adolfo, el cordial y profesional jefe de sala, las que provocaron un tsunami de sensaciones en el paladar, trasladándonos a dulces recuerdos de agua, sal y mar; seguidamente unos brioches croissants con berenjena, tartar de toro y trufa de rey20220504_144502, que aunaban los sabores más delicados del monte, el mar y la huerta, nos dejaron con la boca abierta de par en par; un fresquísimo y delicadísimo tiradito de salmón, ligeramente marinado, nos robó el gusto y el corazón; IMG-20220504-WA0038un exótico y singular taco hindú, que se comía con las manos, nos hizo literalmente chuparnos los dedos; pero el chili crab del señorito, con bogavante, cangrejo real y una sabrosísima salsa con toque picante nos enamoró perdidamente.

IMG-20220504-WA0042Esa valiosa obra de arte culinaria enmarcada en una rústica cazuela hubiera podido ser el colofón final de nuestra espectacular experiencia sensorial, pero “quintoelemento” nos sorprendió una vez más con una escenográfica presentación, con una cortina de humo, calor y vapor desde el cual surgió una espléndida hacha de ternera lechal, cuya carne, a pesar de la escasa cocción, se deshacía levemente en la boca mientras que un dulce amargo aroma de barbacoa envolvía delicadamente ese manjar.

IMG-20220504-WA0040No se podía comer ni pedir más.

IMG-20220504-WA0037Las copas de vino, tinto y blanco, que se habían sucedido en un dulce vals a lo largo de toda la comida, bajo la armoniosa batuta de Adolfo, dejaban por fin paso a los cafés -ellos también a la altura de la situación, con mi gran asombro, como exigente italiana que soy, en constante, desesperada, y la mayoría de las veces, infructuosa búsqueda de un buen ejemplar de esta bebida en la capital-, acompañados por un chocolate en tres texturas que nos cautivó con su dulzura…

20220504_142555Fue entonces, cuando, al final de este festín, de este grandioso homenaje, los dos entendimos plenamente el significado de “quintoelemento”: se trataba de una soberbia exaltación de los cinco sentidos, de una impecable fusión de cocina asiática y latinoamericana, pero con una sólida base mediterránea, gracias al arte y a la experiencia del afamado chef Juan Suárez de Lezo, de un inolvidable viaje gastronómico a través de una experiencia inmersiva en continua evolución, de una increíble satisfacción y emoción para la comida y la alegría de la vida…

La visita, más bien la experiencia, “quintoelemental”, había merecido la pena. Mi blog “aliapiedesco” ya tenía su primer post gastronómico, especial y triunfal: ¡toca(ba) brindar!

P.S. A los pocos días de nuestra comida, se le ocurrió a Sergio Ramos traer aquí al amigo Mbappé para que, creo yo, se enamorara perdidamente de Madrid, (¿del Real Madrid?) y, también, de la exquisita oferta gastronómica capitalina. En cualquier caso, aunque no seáis futbolistas o, en general, millonarios, “quintoelemento” ofrece también entre semana, al mediodía, un interesante menú ejecutivo, cuya relación calidad-precio es más que correcta. No os perdáis esta innovadora y vanguardista experiencia sensorial: ¡es un lujo para nada irracional del que todo el mundo debería de gozar!

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