Publicaciones etiquetadas con: Parque temático

Puy du Fou y Toledo: ¿Un sueño hecho realidad o una realidad hecha un sueño? (Tercera parte)

[Sigue… ] Los dos viajeros, en efecto, sólo tenían pensado escaparse unas horitas a Toledo, a Toledo de verdad, antes de enfrentarse al último espectáculo de Puy du Fou, el de las diez de la noche, dedicado a esta ciudad.

Aparcaron así en pleno casco antiguo, en un aparcamiento ubicado debajo de la plaza de Valdecaleros, junto a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, soberbia y sabiamente alojada en el antiguo convento de San Pedro Mártir, y, nada más salir de allí, de ese garaje escondido, casi secreto, que en el pasado había hecho temblar a su mujer y a sus hijos –v. el relato aliapiedesco “En nombre del padre”– se toparon con un turista desorientado, un hombre de mediana edad, que, con otro par de compañeros de aventuras, iba buscando desesperadamente las así llamadas “Cuevas de Hércules”: ¿Qué era aquello? ¿Qué se escondía detrás de ese nombre mitológico tan cautivador como evocador? ¿Cómo era posible que ella nunca hubiera oído pronunciar ese lugar tan peculiar?

El visitante les explicó brevemente que se trataba de un espacio subterráneo de la época romana que servía como depósito de agua y que sus míticas paredes estaban impregnadas por relatos de leyenda y de magia, y Aliapiedi, al oír esas palabras que despertaron enseguida todas sus ambiciones frustradas de Indiana Jones femenina, se dispuso enseguida a ayudar a esos hombres. Ella, esperando encontrar ese sitio y, a lo mejor, algún tesoro más, empezó a investigar por el suelo, por si había alguna apertura oculta entre los adoquines o el alcantarillado, por los muros del monasterio universitario, por si había algún botón o mecanismo secreto parecido al que daba acceso a la biblioteca prohibida de «El nombre de la Rosa«, y hasta por el mismo cielo, por si alguna paloma mensajera quería entregarle un mapa con crípticas indicaciones… Pero por mucho que lo intentara, nada ni nadie aparecía, ni la cueva ni su hercúleo personaje…

20210522_193509

El campanario de la Catedral y…

20210522_194159

… el Archivo Municipal

Ella se vio entonces obligada a renunciar a esa empresa improvisada –Chronos, como de costumbre, apremiaba con su ritmo imparable– y, decepcionada, deseando suerte a esos caballeros, en compañía de su marido emprendió su camino a piedi por el laberinto urbano toledano.

Allí estaba la gótica Catedral, asomando su cabeza-campanario entre muros milenarios; un poco más allá un par de hermosas plazoletas, enmarcadas por nobles palacios y rústicos casones, y, por todos los lados, portales blasonados, iglesias y museos muy afamados materializándose por sorpresa entre calles, pasajes y callejones embrujados…

20210522_210347

Plazoletas y palacios blasonados

La ciudad, con razón nombrada Patrimonio de la Humanidad, seguía de pie con todo su impresionante y abundante tesoro cultural, huérfana, sin embargo, de miles y miles de admiradores, de todas las nacionalidades, que, en el pasado, parecían unos auténticos invasores. Ya no estaban todos esos turistas que, por su cuenta o en grupo, a las órdenes de expertos guías, ocupaban las calles principales, los restaurantes y los bares, las tiendas de recuerdos o los locales de oficios artesanales: ¿Dónde estaban los asiáticos o los americanos? ¿Los árabes o los europeos? ¿Dónde se había metido toda esa muchedumbre que, con sus idiomas, sus cámaras y sus vestimentas diferentes llenaban de color y caótica alegría la antigua capital toledana? Los dos, que a veces habían lamentado ese constante factor de sobrepoblación, ahora, mientras paseaban casi solos entre escaparates provisional o definitivamente cerrados, lo añoraban…

Toledo en esa tarde de un sábado cualquiera parecía triste y solitaria, despojada de las voces de sus visitantes, de los olores de sus mesones siempre abiertos, de la variedad de los productos locales, de las tiendas de recuerdos olvidados… El invisible y letal enemigo llamado Coronavirus se los había (temporalmente) arrebatado.

Ensimismados en esas reflexiones, Aliapiedi y su marido, después de haber cruzado un Zocodover muy poco animado, encontraron finalmente, calle abajo, una zona llena de gente. Eran jóvenes, muchos jóvenes, puede que estudiantes universitarios, alegres y despreocupados, que, tomando el aperitivo, planeaban el futuro y olvidaban el pasado, deseando recuperar un ritmo de vida al que durante tantos meses habían renunciado, intentando volver a una nueva, puede que incierta, normalidad, en un mundo aún enfermo…

Aliapiedi y su marido, encantados con aquella imagen prometedora, se sentaron en la primera mesa disponible, al aire libre, y, después de haberse quitado las mascarillas, con una sonrisa en los labios, brindaron a gusto con un vino y una cerveza por la salud de la humanidad. Y mientras ellos disfrutaban de ese rato de relax, una ligera brisa empezó a levantarse, las luces del día fueron apagándose y a pasos agigantados se les fue acercando, una vez más, la cita con la Historia o, mejor dicho, con la Madre de toda(s) la(s) Historia(s).

Ninguno de los dos se había percatado de la hora hasta que el hambre hizo acto de presencia. Buscaron, sin éxito, un sitio donde tomar algo rápidamente, pero los bares de toda la vida, con o sin turistas, seguían (afortunadamente) viento en popa, con largas colas en las entradas, así que, (casi) felices por ese (bienvenido) imprevisto, decidieron volver sobre sus pasos, por las calles silenciosas y vacías del casco antiguo. Entonces, de repente, una música, una sinfonía, una dulce melodía de aire flamenco resonó por esos céntricos lugares. Los dos se miraron sorprendidos: ¿Estaban de verdad escuchando ese cante o era un espejismo auditivo compartido? ¿Eran unas sirenas engañosas las que les estaban llamando con sus notas o eran auténticas personas las que las tocaban? Siguieron entonces ese hilo musical que les acercaba a la respuesta y, un paso tras otro, llegaron hasta la Plaza del Ayuntamiento. Allí, en ese sugestivo escenario, arropado por palacios majestuosos, un pintoresco cuerpo de baile flamenco estaba ensayando bulerías, tangos y fandangos; allí, en esa plaza tan hermosa, decenas de sillas perfectamente alineadas ansiaban para ser ocupadas; allí, tras unas barreras y un cordón policial, centenares de personas escuchaban, y a la vez hacían la cola, para disfrutar de la inminente y original velada musical; allí, en ese emblemático lugar, acariciado por las últimas frescas horas de la tarde, Toledo volvió a deslumbrar.

las-noches-toledanas_2021portada

«Las Noches Toledanas»

Aliapiedi y su marido se acercaron a un policía para preguntar que era lo que allí se celebraba y el oficial, orgulloso, les contestó que “Las Noches Toledanas”. Ella se sorprendió una vez más por su ignorancia en materia: ¿Cómo podía haber pasado por alto esa noticia? ¿Cómo podía haber ignorado, sin querer, ese nutrido programa de eventos musicales y culturales? ¿Cómo podía haber involuntariamente dejado de lado a esa kermesse, que, con todas las medidas y restricciones necesarias, intentaba ganarle la partida al fantasma de la pandemia, luchando contra la soledad de los meses pasados y contra las tristes historias de esa maldita enfermedad?

Y, al lado de su marido, empezó a (ad)mirar ese inspirador ensayo general. Los pases, las expresiones y los gestos tan profundos e intensos de los bailaores exaltaban ese regreso a una diferente normalidad, a una nueva y arrolladora normalidad, y Toledo, como por arte de magia, volvió a despertar.

Ya no era la ciudad fantasma que Aliapiedi y su marido habían recorrido una hora atrás; ya no era una antigua capital triste y apagada, deseosa de visitantes y de vida; ya no era un nostálgico recuerdo de su turístico esplendor. Toledo había vuelto, con su duende y su gente, empeñada en regresar al estrellato como imperdible destino manchego para todos aquellos, residentes y extranjeros, que, poco a poco, en función del progreso de la vacunación, se animasen a retomar la costumbre de viajar, visitar y disfrutar sin miedo y en total seguridad del patrimonio nacional.

Toledo, definitivamente, había resurgido: sus calles, sus plazas y sus palacios se fueron llenando de personas y las notas musicales les iban acompañando. En cada rincón surgían cantes y bailes; en cada rincón se escuchaban dulces acordes; en cada rincón se levantaba, firme y desafiante, una arrasadora “oda a la alegría” colectiva.

20210522_213424

El puente de Alcántara: la imperdible postal

Los dos viajeros en el tiempo, felices y sorprendidos, arrepentidos por sus iniciales y erróneos pensamientos, volvieron así al aparcamiento, proponiéndose en otra ocasión disfrutar de esa curiosa noche toledana, hecha de danzas y conciertos y de monumentos excepcional y gratuitamente abiertos. Arrancaron el coche y, con energías renovadas, listos para un nuevo y final salto en el tiempo, pusieron rumbo a Puy du Fou España. Pero la ciudad, la ciudad de verdad, no quería que se fueran tan rápidamente y, una vez más, les paró los pies, más bien las ruedas, con la intención de retenerles con un nuevo regalo: el puente de Alcántara, observado desde lo alto por el castillo de San Servando, admirado desde abajo por el Tajo y envuelto en sus costados por el manto azul oscuro de la incipiente nocturnidad.

Aliapiedi, seducida inmediatamente por esa postal, obligó a su marido a pararse casi en mitad de la carretera, se lanzó a través de ella a la desesperada, capturó con su móvil de última generación esa histórica construcción y, satisfecha, se dio la vuelta, encontrándose cara a cara con un policía. Un sudor frio recorrió su cuerpo y su alma, y la alegría de esa foto recién conquistada desvaneció enseguida: ¿Puede que el ilustre agente hubiera visto que el coche estaba aparcado en un lugar prohibido de La Mancha? ¿Puede que el ilustre agente la hubiera pillado cruzando a la desesperada esa ronda toledana? ¿Puede que el ilustre agente quisiera, y con razón, amonestarla o, peor aún, ponerles a los dos una multa?

Ella, asaltada por las dudas, decidió tomar la iniciativa y, anticipándose a su interlocutor, con la mejor de sus sonrisas y explotando la dulzura de su acento italiano, recurriendo hábilmente al arte dramático propio de su tierra, admitió entre (falsas) lágrimas toda su culpa, exagerando la intensidad de los sentimientos que la habían impulsado a fotografiar esa maravilla sin pensar en el peligro, apelando a un enamoramiento repentino por ese puente y, en general, por toda la ciudad, y proclamando también su infinito amor por España y su gente. El policía, visiblemente satisfecho, tocado en su fibra sensible y en sus raíces toledanas, no resistió a su asalto y, dándole la razón, le sugirió otro lugar donde, en unos pocos minutos, podía disfrutar de la hermosura embriagadora de esa antigua capital. Ella, agradecida, se despidió así de su nuevo y valioso amigo, se subió al coche que estaba dificultando el tráfico de un sábado por la noche e indicó a su chofer el destino sugerido.

Allí fueron los dos, a ese mirador privilegiado, ubicado al lado de un quiosco muy concurrido, y, bajándose del coche, se quedaron sin aliento…

Toledo apareció en todo su esplendor, con su Catedral, su Alcázar, su Seminario Mayor, sus iglesias, sus mezquitas y sus miles de casas bajas de techo de tejas que, como súbditos fieles, a los pies de esos monumentos que destacaban sobre todos los demás, rendían homenaje a su señora ciudad. Para más inri el sol, al ocaso, envolvía ese increíble panorama y sus luces naturales, anaranjadas, se fundían armoniosamente con las artificiales de la antigua capital. Ese cuadro, enmarcado por unas escenográficas nubes que anunciaban la llegada de la oscuridad, no parecía de verdad.

Toledo, grandiosa y cautivadora, bella y deslumbrante, embrujada y brillante, asentada en su emplazamiento impresionante, abrazada dulcemente por el Tajo y sujetada por tres históricas culturas, parecía de mentira: ¿Era un sueño o era una realidad?

20210522_214053

¿La Realidad de Toledo o «El Sueño de Toledo»?

Fuera lo que fuera, los dos, muy a su pesar, tenían que despedirse de esa ciudad, onírica o real, que, en breve, iba a acostarse bajo el manto de la noche para, al cabo de una media hora, volver a despertarse con “El Sueño de Toledo”.

Aliapiedi y su marido, sin embargo, a pesar de estar listos para un nuevo, y final, salto en el tiempo, ahora empezaban a dudar de ese último espectáculo “puydufouesco”, el más grande de España, del cual todo el mundo les había hablado en términos extasiados: ¿Qué podía haber de más bello de lo que acababan de ver? ¿Cómo se podía competir con la hermosura de esa ciudad que acaban de dejar atrás? ¿Cómo estar a la altura de ese Toledo, puede que de mentira, puede que de verdad?

Y, acompañados por sus dudas y sus preguntas, se cogieron de la mano y saltaron una vez más hacia atrás.

20210522_220516

A piedi, de noche, por Puy du Fou España

Ya estaban de camino hacia un Arrabal adormilado, casi encantado, huérfano del bullicio mañanero de herreros, leñadores o tintoreros, pero enriquecido del silencio nocturno de las estrellas.

El Castillo de Vivar, iluminado, observaba silenciosos los dos viandantes apresurados que, como dos hidalgos perdidos, un paso tras otro, acercándose poco a poco a su destino final, intentaban alcanzar en el horizonte de los Montes toledanos un molino cuyas palas rompían la uniformidad del cielo naranjado.

20210522_220632

La Puerta del Sol… ¡caído!

La Puerta del Sol, de un sol ya caído, falto de descanso, les abría sus brazos para que accedieran a la Puebla Real, mientras que la Luna, jugando al escondite con las nubes, intentaba imponer su presencia entre ellas.

Los dos llegaron así a los pies de un mastodóntico anfiteatro al aire libre, que, sustentado por unas imponentes torres de vigía de madera, se elevaba majestuoso en el medio del territorio del parque. Por un momento, y por una extraña comparación mental, esa estructura tan imperiosa le recordó a ella la del inquebrantable Muro de hielo de Juego de Tronos, y por un instante dudó en cruzar los inmensos portales que se abrían de par en par en ese impresionante edificio para engullir a centenares, puede que millares, de noctámbulos visitantes. Su marido, sin embargo, sin pensárselo dos veces, ya había entrado allí dentro y ella no tuvo más remedio que lanzarse tras de él, dejando de lado sus absurdos pensamientos. Ante sus ojos, en ese increíble Coliseo manchego, apareció una vez más Toledo, envuelto por las sombras, arropado por la nocturnidad…

El gigantesco escenario de cinco hectáreas que, por el momento, tenía como telón de fondo el cielo abierto y como hilo musical el canto de miles de cigarras, hacía honor a su característica de ser el más grande de España, mientras que las gradas –que, en condiciones normales pueden alojar hasta cuatro mil personas– se iban poco a poco llenando de espectadores que, por culpa de una ligera brisa in crescendo, se veían obligados a abrigarse con sus capas.

Aliapiedi y su marido, expectantes, casi en tensión, nerviosos, se pegaban el uno al otro, intentando protegerse de ese clima tan extremo, pero de repente toda su atención y sus sentidos se centraron en un punto específico del escenario. En el silencio de la oscuridad acababa de aparecer un hombre mayor que caminaba encorvado acompañado por un burro fiel; sin prisa, pero sin pausa, iba cruzando un Tajo que, de verdad o, quizás, de mentira, discurría plácido ante la somnolienta ciudad. Se trataba del viejo y humilde azacán de Toledo, testigo y guardián de muchos siglos, que llevaba en sus hombros toda la carga invisible del pasado de la humanidad; a su lado, sentada a la sombra de un olivar, se personó también una joven lavandera, María del Sagrario, que, alegre y despreocupada, le animó a relatar todas sus vivencias.

Y con esa imagen tan sencilla y delicada, propia de un belén, todo el mundo empezó a soñar…

La Historia o, mejor dicho, la Madre de todas las Historias se materializó con su fuerza y poderío, y guerreros, reyes y caballeros, galopando al compás de sus caballos, a las órdenes de ilustres hidalgos, despiadados conquistadores o monarcas ilustrados, aparecieron uno tras otro sin descanso.

Los siglos de España empezaron a volar, y conquistados y conquistadores, desde los primeros reyes visigodos hasta los emperadores, pasando por califas musulmanes y reyes católicos, a desfilar, más bien deslumbrar, con sus acciones: Recaredo I, el rey Don Rodrigo, Tariq el Bereber, la reina Isabel o el emperador Carlos V, eran sólo algunos de los mayores representantes de los tiempos pasados que, con sus trajes elaborados y sus gestas inmemorables, escenificaban decenas, a lo mejor centenares, de hechos históricos españoles.

Toledo, telón de fondo de miles de aventuras, desaparecía y volvía a aparecer, se incendiaba y resurgía de sus cenizas, se teñía de cal y arena y se volvía a iluminar, se hundía y se volvía a levantar.

20210522_224329

Toledo en llamas…

Las luces, los colores, las pirotecnias, los juegos de agua acompañaban a centenares de jinetes y actores –doscientos en su totalidad– y sus acrobáticas y artísticas actuaciones se alternaban soberbiamente en ese viaje espectacular.

20210522_224547

Toledo musulmana: Tulaytula…

Aliapiedi y su marido, aturdidos, asombrados, impresionados, asistían o, mejor dicho, vivían entusiasmados ese intenso e instructivo recorrido por el pasado que, como un auténtico milagro, les llevaba de la mano, y de los ojos, a través de los siglos de los siglos…

20210522_225950

Toledo de las tres culturas…

Los efectos especiales, que nada tenían que envidar por su cantidad y versatilidad a los de otros shows de fama internacional, como los de Dubái, Las Vegas o Shangái, se multiplicaban como por arte de magia, y las iglesias, torres, castillos y monasterios toledanos, y también los principales monumentos españoles, se transformaban, se iluminaban y se movían en función de las historias: ora surgía de las aguas, entre danzas leves de doncellas, el elegante y deslumbrante Palacio de Cristal de Al-Mamún, como, al rato, la carabela de Colón con toda su tripulación; ora se incendiaban las murallas toledanas como se erguía, brillante y luminoso, la Iglesia del Cristo de la Luz; ora se celebraba un concilio toledano como una boda musulmana; ora aparecía la católica Reina Isabel como unos cautivos cristianos colgando sus cadenas en el Monasterio de San Juan; ora se personaban entre humos los franceses invasores como los llamativos vagones de una legendaria y pionera locomotora Mataró

La Madre de todas las Historias, impertérrita, seguía su camino a lo largo de quince siglos, mientras que una épica, dramática, suave o marchosa banda sonora “stornettiana” exaltaba con sus notas las gestas de la Humanidad.

20210522_224709

El Palacio de Cristal de Al-Mamun: ¿Toledo, Dubai, Las Vegas o Shangai?

El tiempo pasaba rápidamente y Aliapiedi y su marido, mágica y maravillosamente raptados por ese histórico milagro no se daban cuenta de que su largo e intenso viaje en el tiempo estaba desafortunadamente acabando, que su aventura estaba finalizando, que Puy du Fou se estaba despidiendo…

Y en efecto, después de 1500 años y setenta frenéticos minutos, con un gran final espectacular, entre vítores y aplausos, fuegos artificiales y efectos especiales, la Madre de todas las Historias, con todos sus ilustres personajes, se alejó elegantemente del escenario, retirándose una vez más en el pasado y dejando todo el protagonismo al asombro, estupor y admiración del pueblo allí reunido.

Toledo, y su sueño hecho realidad, seguían allí, ahora en silencio, arropados por los tonos azules embrujados de la oscuridad, pero listos para volver a despertar y asombrar cada noche, en primavera, verano, otoño y ¡hasta en Navidad!

Aliapiedi y su marido, agotados, enmudecidos, embriagados, aturdidos por todo lo que habían vivido, no sabían exactamente lo que (les) había pasado; sólo sabían que, muy a su pesar, ahora estaban obligados a regresar definitivamente a su tiempo real, a su vida de verdad. Se sonrieron entonces emocionados, se cogieron como siempre de la mano, se prepararon para un último salto temporal y, dicho y hecho, se despertaron en la actualidad:

¿Había sido una realidad de Toledo hecha un sueño o un Sueño de Toledo hecho realidad?

Sólo Puy du Fou sabía la verdad.

20210522_234512

¿»El Sueño de Toledo» hecho realidad o la realidad de Toledo hecha un sueño?

Categorías: ESPECTÁCULOS | Etiquetas: , , , , | Deja un comentario

Puy du Fou y Toledo: ¿Un sueño hecho realidad o una realidad hecha un sueño? (Segunda parte)

[… Sigue]

En efecto, unos pocos pasos más allá, entre la dura tierra y las rocas, los dos se toparon con un penitente dirigido a Santiago que, descansando de su camino, con sus relatos de “El vagar de los siglos” les llevó una vez más hacia el pasado.

Ella y él se vieron así trasladados como por arte de magia, o de sus palabras, al año 1492, listos para embarcarse, sin darse cuenta, en “Allende la Mar Océana”.

20210522_121559

La residencia granadina de la reina Isabel en «Allende la Mar Océana»

La mismísima reina Isabel desde su residencia granadina acababa de anunciar a Colón que iba a financiar su expedición hacia Oriente por Poniente, y cuando Aliapiedi y su marido se dieron cuenta de que iban a zarpar desde Palos hasta un mundo desconocido se pusieron a temblar.

allende_la_mar_oceana_puy_du_fou_espana_02-min

Colón, «hundido» en sus estudios

Pero ya era tarde para volver atrás, para volver a la actualidad, y, muy a su pesar, ya estaban metidos de lleno en esta misión (¿imposible?), participando en los últimos preparativos de ese peligroso viaje, a lo mejor, de solo ida.

Compartiendo a bordo de la nao Santa María comida y espacio con el resto de la tripulación, codo a codo con marineros revoltosos y, a veces, borrachos, sin poder lavarse como era debido, después de una primera etapa en Canarias, se lanzaron en el medio de la mar, de una mar sin explorar, de una mar extensa y aparentemente ilimitada que, violenta y hostil, se desahogaba contra ellos con todo su acuático vigor.

allende_la_mar_oceana_puy_du_fou_espana_04

La nao Santa María golpeada por el agua (Foto: Puy du Fou)

La carabela, duramente golpeada por el agua, la de arriba, de la lluvia tempestuosa, y la de abajo, del Océano iracundo, oscilaba vertiginosa y peligrosamente mientras que la tripulación, ya de por sí bastante enfadada, hambrienta y sedienta por los muchos días de alocada travesía, caía víctima de múltiples mareos y auténticos quebraderos de cabeza. Aliapiedi y su marido, pasando de camarote en camarote, intentando esquivar los polémicos y conflictivos marineros, empezaban también a perder toda esperanza de bajar con vida de ese barco maldito, pero justo cuando todo el mundo estaba a punto de rendirse, por fin escucharon ese grito tan deseado:

“¡Tierra! ¡Tierra!”.

Por muy increíble que pudiera parecer habían llegado sanos y salvos a algún lugar del planeta, a un Nuevo Mundo desconocido, a un placentero paraíso en tierra firme que el audaz Almirante, compatriota de Aliapiedi, bautizó enseguida, y con razón, con el nombre de San Salvador.

20210522_123432

¡San Salvador en todo su espelendor!

Playas de fina y blanca arena, palmeras que con el viento jugaban con las olas y frescas aguas cristalinas eran los alentadores ingredientes de esa isla, perdida por Océana, que, con su belleza y naturaleza, salvaje y no contaminada, ponía el colofón final a una aventura que ellos dos nunca iban a olvidar.

Y tanto era así que ella, en efecto, seguía físicamente con el recuerdo de esa arriesgada experiencia, notando en el cuerpo el continuo meneo de la nao Santa María, a pesar de haber vuelto a poner los pies en tierra firme. Por ello, para retomar la compostura, ella a gusto se hubiera quedado allí, en ese sitio tan encantador, para, quizás, refrescarse con un oportuno chapuzón antes de enfrentarse a una nueva historia, pero, como siempre, el tiempo apremiaba y no había forma de detenerse: el viaje espacio-temporal seguía su curso, llevándoles ahora, un paso tras otro, a piedi, caminando hacia atrás a través de los siglos, hasta el siglo IX, en pleno apogeo de Al-Ándalus, a pesar de la derrota en la batalla de Simancas de la Campaña de la Omnipotencia creada por Abderramán III.

el_askar_andalusi_01_1525x1015

El lujoso Askar andalusí (Foto: Puy du Fou)

Allí estaba el campamento militar de ese gran califa de Córdoba, el Askar Andalusí, para demostrar que la victoria de las tropas cristianas encabezadas por el rey de León Ramiro II, y apoyadas también por los condes castellanos Fernán González y Ansur Fernández, no habían afectado para nada su vida fastuosa: jaimas y tiendas de campaña de preciosos cortinajes verdes sobre las cuales brillaban estrellas doradas, exóticas lámparas que colgaban de los amplios y pesados mantos interiores de color rojo, cojines de seda, teteras de plata, perfumes y esencias refinadas, hummus y dulces, flores y frutas en abundancia reflejaban claramente no sólo el poderío de ese hombre sino también los lujos a los cuales estaba acostumbrado en su esplendorosa ciudad palatina de Medina Azahara.

Aliapiedi y su marido no podían creer lo que sus ojos estaban viendo en esa asolada meseta castellana y, como si todo ello no fuera suficiente para deslumbrarles, un poco más allá, al aire libre, bajo los despiadados rayos del sol, ya les estaba esperando con sus brazos abiertos un inmenso recinto, parecido a un coliseo morisco, donde en breve, con la venia del califa, iban a poder asistir a una “Cetrería de Reyes”.

20210522_130723

El inmenso recinto de «Cetrería de Reyes»

Al cabo de unos pocos minutos, en efecto, ante el nutrido público de los plebeyos, sentados en las gradas, y de los nobles, acomodados casi en el centro del anfiteatro, empezó un acto solemne y oficial, marcado como siempre por una grandiosa y exótica banda musical: Fernán Gonzalez y su rival Abderramán III estaban a punto de sellar una histórica tregua, una diplomática amistad, aunque fuera sólo temporal…

20210522_132329

Los servidores-cetreros

El conde de Castilla, le regalaba, en señal de paz, un soberbio ejemplar de águila real y el califa, para no ser de menos, le enseñaba sus azores.

20210522_131851

Una atenta y peculiar centinela

Empezaba así una nueva lucha, una contienda muy peculiar, sin armaduras y sin espadas sino con aves y con alas. Los dos protagonistas, con la ayuda de sus numerosos servidores, perfectamente entrenados desde hace siglos en el complicado arte de la cetrería de alto vuelo, se desafiaban en el aire, enfrentándose disimuladamente con sus múltiples rapaces.

Como si de una guerra pacífica se tratara, de un lado, entre las filas aéreas cristianas, despegaban búhos, águilas y milanos, y del otro, las huestes musulmanas liberaban halcones, serpentarios y grullas.

Cada uno de esos ejemplares se exhibía lo mejor que sabía, volando a ras del suelo o del público asombrado, danzando al compás de sus cetreros, aterrizando en las cabezas de los invitados o, simplemente, enseñando la envergadura de sus alas, en un impresionante crescendo de tamaño.

Aliapiedi y su marido, a pesar de que no nutrían especial simpatía para el mundo de los volátiles, asistían a esa contienda sin (aparentes) rivales con creciente interés y, poco a poco, fueron disfrutando de esa exhibición de arte y maestría, admirando a ese centenar de  soldados de plumas y alas de veinticinco especies diferentes, que, rigurosos y obedientes, con soltura y elegancia no fallaban ningún movimiento, al son de una música que, como siempre muy sugerente, acompañaba sus idas y sus vueltas, sus subidas y sus bajadas, sus gestas aéreas en una ligera danza de “Mil y unas noches” toledanas.

Y aún faltaba el gran final de esa impresionante exhibición volante: la aparición por todos los lados de ese recinto descubierto que parecía encantado de innumerables aves blancas del Ebro y del Guadalquivir, dibujando en el cielo azul, toledano-andalusí, un dinámico e inmaculado arcoíris monocromo. Era ese el último, y mejor regalo, para la “boda aérea” del joven príncipe con su amada mora y para todos los afortunados espectadores allí reunidos que habían disfrutado de ese duelo de esplendores y de esas nupcias tan peculiares.

la_venta_de_isidro_01_1525x1015

La Venta de Isidro (Foto: Puy du Fou)

Los dos viajeros en el tiempo, agotados por tantas emociones, decidieron entonces hacer un alto en el camino para reponer fuerzas y, a pesar de los exquisitas viandas y productos que se ofrecían a un precio muy razonable en los cuatro pueblos de época repartidos por las treinta hectáreas “puydufouescas” – El Arrabal, La Puebla Real, El Askar Andalusí y La Venta de Isidro -, decidieron volver por unas horas al 2021 para disfrutar de una comida en un restaurante cercano que les habían calurosamente sugerido.

Llegaron entonces a Layos, un pueblecito ubicado a diez kilómetros de distancia de Puy du Fou España, que, a pesar de sus reducidas dimensiones, albergaba unos cuantos restaurantes afamados. Su destino era una conocida “higuera” que, escondida entre humildes casitas, algunas de ellas cerradas o directamente abandonadas, destacaba con su cuidado muro de piedra exterior y por la cantidad de coches aparcados fuera, en una angosta callecita. Los dos cruzaron un pequeño patio, ocupado en su totalidad por mesas, sillas y felices comensales, y, sin detenerse, se dirigieron directamente hacia el salón interior. El lugar no les defraudó: rústicas paredes de ladrillo, vigas a vista y columnas de madera se alternaban con las mesas del amplio comedor.

Enseguida fueron atendidos por un amable camarero que les llevó a la mesa que tenían reservada, y los dos, agotados por el viaje a lo largo de la historia, sin remordimientos eligieron cada uno un (abundante) menú. El almuerzo fue estupendo, delicado y gustoso, y entre risas y copas, incluido un limoncello final al cual fueron invitados por el personal tan encantador, alegres y satisfechos abandonaron tan acogedor local.

20210522_161402

El embalse del Guajaraz

En ese estado, sin embargo, no podían emprender otra vez el viaje tan intenso en el tiempo así que, razonablemente, decidieron dar un paseo hasta el cercano embalse del Guajaraz –que, gracias a las lluvias de los días anteriores, aún albergaba una cierta cantidad de agua–. Su propósito no era solo el de bajar un poquito la comida sino también el de encontrar un sitio donde rendir homenaje al “reposo del guerrero”. Llegaron así al sinuoso espejo de agua que, con su líquida presencia, intentaba imponer su húmeda presencia a la inexorable y futura llegada de la sequedad veraniega, pero entre la maleza, los árboles y las piedras de la manchega naturaleza no encontraron ningún sitio apto para una buena siesta. Saludaron a una familia que, mucho mejor organizada, había montado su propio chiringuito a pie del agua, con mesas, sillas y sombrillas, y, con una punta de envidia, volvieron decepcionados sobre sus pasos, duramente azotados por los rayos del sol.

20210522_163350

El antiguo castillo de Polán

Apartado así el deseo de un merecido descanso, Aliapiedi, previsora como de costumbre, propuso rápidamente un plan B que ya tenía preparado, por si acaso. Su marido, altruista y generoso como siempre, cedió inmediatamente a su proposición indecente (por las horas que eran) y en menos de un cuarto de hora ya estaba ella delante del castillo de Polán para sacar unas fotos de sus torres y de los restos de esa antigua estructura militar medieval. Finalizado el reportaje sin haberse desmayado, ella se subió otra vez al coche donde la esperaba su chófer particular, intentando sin éxito echar una furtiva cabezadita con la ayuda del aire acondicionado, y le sugirió –es decir, le impuso– otra visita antes de volver a Puy du Fou España: Guadamur.

20210522_164713

El altivo castillo de Guadamur

El motivo de esa petición era otro castillo, aún más majestuoso y mejor conservado que el anterior, que, como manda la tradición, estaba asentado en lo alto de un cerro, dominando el territorio a su alrededor. Rápidamente llegaron los dos a sus pies, pero su puerta de acceso estaba cerrada a cal y canto, y por mucho que Aliapiedi se esforzara en encontrar a alguien en ese pueblo fantasma para que la ayudara a conseguir su objetivo, a entrar en ese recinto y visitar el altivo castillo, actualmente habitado, a esa cálida hora de la tarde, las cinco en punto, nada ni nadie parecía tener ganas de hacer acto de presencia.

Desesperada, enfadada y decepcionada como una niña pequeña, o, mejor dicho, como una princesa despojada de su casa, ella le dio la espalda, no sin antes inmortalizar, con una sonrisa amarga, ese noble complejo cuya arquitectura se inspiraba en la de su amada patria, y, después de haber alcanzado nuevamente su fiel conductor, que la esperaba una vez más en la frescura del coche, como un auténtico profesional, dejaron atrás ese castillo, a lo mejor embrujado, que, atrevido, la había desafiado.

En solos quince minutos, volvieron una vez más al pasado; cruzaron nuevamente el pintoresco y colorido Arrabal y la Puerta del Sol, y accedieron a la Puebla Real, que ya les sonaba mucho más familiar. Y mientras él se entretenía fisgoneando entre la mercancía expuesta en los diferentes puestos y talleres, ella, agotada no sólo por las emociones sino también por los últimos coletazos de un fuerte lumbago de los días anteriores, intentó descansar un poquito a la sombra de un edificio que custodiaba unos inquietantes escudos, yelmos y espadas. Pero el tan deseado descanso duró sólo unos pocos minutos: la llamada del Cid con “El Último Cantar” ya les estaba reclamando…

20210522_110949

El imponente Castillo de Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid Campeador

Y así fue como la cansada guerrera y el fresco chófer-caballero emprendieron una vez más el camino hacia esa nueva aventura que, como bien sospechaban, ni de lejos iba a ser tranquila o despreocupada. Los dos se unieron entonces a los demás viandantes que, al igual que ellos, querían escuchar las vivencias de ese emblemático personaje del siglo XI, cuyo nombre oficial correspondía a Rodrigo Díaz de Vivar, y, con paso firme, pero temblando en su interior, se adentraron en el imponente castillo construido por su mesnada.

20210522_175508

El engañoso escenario natural

Cruzaron un amplio vestíbulo, desde el cual colgaban inmensos tapices y retratos de nobles y valientes guerreros –o, por lo menos, eso era lo que ella se figuraba– y, acto seguido, accedieron a un espacio enorme, circular, ocupado en su casi totalidad por unas cuantas gradas, y rodeado, más bien abrazado, por un panorama de temática natural. Pero, como siempre, las apariencias engañaban…

Las luces se apagaron, el pueblo calló y Rodrigo Díaz de Vivar apareció en todo su esplendor, iluminado, exaltado, celebrado desde el principio hasta el apoteósico final por un decorado espectacular.

el_ultimo_cantar_puy_du_fou_espana_04

El Cid Campeador, legendario caballero (Foto: Puy du Fou)

El escenario, más bien los múltiples escenarios envolventes, se sucedían, se deslizaban, se movían mágicamente uno tras otro, y, en el centro de la acción siempre estaba él, ese caballero innato que vivía con honor en una Castilla recién conquistada y sobrevivía a su fatal destino como el famoso Campeador. Aliapiedi y su marido, metidos, o, mejor dicho, sumergidos de lleno en esa trepidante historia “circular” de hace veinte siglos, sufrían, se alegraban, exaltaban, se hundían, gozaban o se entristecían con las diferentes hazañas de ese hombre que, un paso tras otro, una contienda tras otra, una gesta tras otra iba poco a poco, con sangre y sudor, escribiendo su leyenda.

el_ultimo_cantar_puy_du_fou_espana_01-min

El fiel caballo Babieca (Foto: Puy du Fou)

Allí estaba él ora domando su altivo caballo blanco, Babieca, ora bailando en un suntuoso palacio con su dulce amada, Jimena; allí estaba él, ora peleando con los sarracenos, ora peregrinando con sus fieles compañeros; allí estaba él, ora agonizando en una playa acariciada por las olas, ora resurgiendo de sus cenizas para una última conquista.

Eran tantas y tan intensas las historias que se desenvolvían, literalmente, alrededor de los dos viajeros en el tiempo que ella y él casi no conseguían retenerlas todas en sus pupilas.

el_ultimo_cantar_puy_du_fou_espana_02

Jimena, dulce esposa (Foto: Puy du Fou)

Los colores del vestuario, los juegos de luces, los temas de la banda sonora, los movimientos de las coreografías… todo ello les sobrepasaba.

Y, como temían, esa rocambolesca aventura les dejó una vez más sin energías, sin fuerzas y sin palabras, con los ojos llorosos y los corazones rotos, añorando las infinitas emociones que les había brindado ese héroe nacional.

No podían pedir más. Ese viaje en el tiempo tenía que acabar ya: de no ser así, la Historia, con todas sus historias, iba a acabar con ellos, atrapándoles para siempre en sus agitados siglos pasados, reteniéndoles irreversiblemente en ese universo paralelo tan intenso. Decidieron entonces alejarse de ese rocambolesco mundo “puydufouesco” y volver al moderno y evolucionado Tercer Milenio, sin belicosos desafíos literarios, sin alocados atrevimientos marineros, sin combates tan sangrientos y violentos…

Pero ese adiós, en realidad, era un “hasta luego”.

No era una despedida sin vuelta atrás, era un simple y prometedor “arrivederci”.

[Continuará… ]

Categorías: ESPECTÁCULOS | Etiquetas: , , , , , | 1 comentario

Puy du Fou España y Toledo: ¿Un sueño hecho realidad o una realidad hecha un sueño? (Primera parte)

Después de tantos meses de incertidumbre y múltiples confinamientos, estatales, regionales o perimetrales, ella, Aliapiedi, a pesar de haber gozado en la capital española de una libertad del todo excepcional, con el alargarse de las horas de luz y la llegada de la primavera con sus colores alentadores, notaba en su cuerpo un progresivo deseo, casi necesidad, de escapar de la gran ciudad, de evadirse y de viajar, de viajar a cualquier lugar, de viajar aunque fuera sólo por unas pocas horas, de viajar con él, su marido, como hacían en el pasado, antes de la aparición del virus maldito. Y a la primera ocasión que se le presentó, nada más levantarse el estado de alarma y las restricciones de las zonas básicas de salud capitalinas, ella se las ingenió para huir ir más allá de la invisible frontera de la Comunidad de Madrid, para disfrutar de una mañana, una tarde y una noche a solas con su compañero de miles de aventuras.

20211018_120947

Puy du Fou España

El destino era “casi” desconocido: Puy du Fou, un lugar nacido en los Montes de Toledo, a las afueras de la capital de Castilla-La Mancha, del cual habían oído hablar en una cena de terraceo con buenos amigos, entre tapas y copas, brindando por el regreso de la vida, de una vida “casi normal”, de una vida aún más especial. En esa lúdica ocasión los dos aprendieron que esas tres mágicas palabras, de sabor francés, y toledano a la vez, se referían a un parque temático que, nacido en los años ochenta del siglo pasado, a la sombra de un castillo olvidado, en un pueblo de los Países del Loira llamado Les Epesses, había sido inaugurado en España poco antes del inicio del drama mundial del Milenio actual.

Aliapiedi, nerviosa y desconcertada, sorprendida por no haberse enterado antes de esa novedad, al igual que su marido que, por motivos de trabajo, pasaba casi la mitad de los días de la semana en la antigua capital del Reino de España, googleó enseguida ese nombre, y, rápidamente, con sólo leer una cascada de opiniones positivas, acompañadas por una lluvia de cinco estrellas, se dio cuenta de que tenía que colmar a la mayor brevedad ese vacío cultural y emprender cuanto antes ese viaje “puydufouesco” para expiar ese (casi) imperdonable pecado de ignorancia.

Así fue como, después de haber contactado con un responsable del parque, ese sábado soleado de mayo, elegido adrede en función de las previsiones meteorológicas que anunciaban unas temperaturas no demasiado calurosas –unos 25º como máxima– Aliapiedi y su marido, felices y despreocupados, libres, sin ataduras pandémicas de límites geográficos y sin saber exactamente lo que podían encontrarse en ese sitio, ya que su “contacto virtual” les había sugerido de dejarse llevar por el “efecto sorpresa” –ella, sin embargo, fisgona como de costumbre, a pesar de la recomendación, no había podido evitar documentarse “un poquito”, mirando fotos y videos, leyendo comentarios, consultando las redes sociales, escuchando entrevistas…– pusieron rumbo hacia el sur de Madrid, camino de la A42, casi contando los sesenta minutos que les separaban de su destino tan extraño y a la vez tan deseado.  

Conforme iba avanzando por la carretera, los pueblos y las casas se iban disipando y los campos exterminados de grano, sudor y tierra labrada bajo el sol cobraban protagonismo. Tanto era así que cuando tuvieron que desviarse por una carretera comarcal, una CM40 impoluta, cuidada y casi olvidada por los coches, les invadió una inquietante sensación de soledad, como si fueran los únicos seres vivos que recorrían ese llano horizonte infinito, a lo mejor entre muertos vivientes escondidos. Y, por fin, al cabo de unos cuantos minutos, apareció uno de esos estimulantes carteles de fondo marrón que, con su característico color, anunciaban un lugar de interés cultural: ¡Puy du Fou!

Los dos, reconfortados, siguieron fielmente esa indicación y a los pocos metros se toparon con una fuerte empalizada de madera que, similar a la de Hilltop en Walking Dead, como si estuviera custodiando un tesoro muy valioso, no les permitía llevar la mirada más allá del parabrisas. Tenían la sensación de estar entrando en un campamento de antaño, estratégicamente protegido de posibles ataques externos –como los asentamientos galos de Astérix y Obelix, pensó ella con la mente más libre de apocalípticas visiones – y, recorriendo ese camino flanqueado por la alta muralla, llegaron a una enorme zona de aparcamiento, gratuita, donde ya descansaban los caballos de millares de vehículos de cuatro ruedas que habían venido del futuro, del lejano siglo XXI.

En efecto, nada más llegar allí, Aliapiedi y su marido, como si al recorrer cada metro de esa palizada estuvieran acercándose paulatinamente al pasado, se vieron de repente trasladados a un sugestivo ambiente medieval, dominado por un impresionante castillo y poblado por unos nobles hidalgos que, amablemente, les indicaban donde poder dejar a buen recaudo su medio de transporte. Aturdidos por el repentino cambio espacio-temporal los dos se unieron a los demás viandantes que, disciplinadamente, con las mascarillas de rigor, se dirigían hacia la entrada principal de ese complejo monumental. 

Ella y él, sin embargo, antes de dar el salto definitivo hacia el pasado, pararon un momento en la primera de muchas e impolutas áreas de servicio, perfectamente mimetizadas con la árida naturaleza alrededor de ellas, y, después de haberse refrescado vigorosamente la cara para comprobar que todo aquello no era un sueño, listos para ese viaje peculiar, se encaminaron por el ancho y asolado camino principal, deleitado afortunadamente en ese día por una fresca brisa de poniente.

20211018_121227

La Guía del Visitante con los horarios de los espectáculos

A cada paso que daban –y no eran pocos, la verdad– iban percibiendo a su lado la presencia de una invisible figura, la Historia, que, recta y sabia, con su cálido abrazo, cargado de milenios de experiencias, les llevaba afectuosamente hacia sus entrañas, hacia su viejo y antiguo corazón, hacia sus muchos siglos de vida y vivencias. Unas agradables y sonrientes doncellas, con rigurosos atuendos de época, les dieron la bienvenida mientras que un más que amable caballero, cuyas credenciales coincidían con las del misterioso contacto virtual “aliapiedesco”, después de las debidas presentaciones, con una Guía del Visitante en una mano y los horarios de los espectáculos en la otra, les explicó cómo vivir de la mejor forma posible ese viaje a través del tiempo que acababa de empezar.

20210522_172043

El pintoresco Arrabal

En ese momento ellos se encontraban en un llamativo Arrabal, en un lugar extramuros donde, entre tascas, ventas, llagares, tahonas, corralillos y hogares, se estaban paulatinamente reuniendo villanos, forasteros y mercaderes. Los olores a brasas, a hogazas recién horneadas, a parrillas en plena actividad, a cerveza y sidra invadían ese pintoresco y colorido sitio al aire libre que, cada vez más animado, hacía de proscenio a la aún más bulliciosa Puebla Real, la villa custodiada por la imponente fortaleza que habían visto al principio del recorrido.

20210522_110049

La monumental Puerta del Sol

Él y ella se hubieran quedado de buen grado allí, tomando por ejemplo un gustoso desayuno en La Tasca del Capataz, donde una cuadrilla ya estaba avituallándose abundantemente para enfrentarse al duro día de labor, pero, a pesar de tener todo el día por delante, tenían que cruzar cuanto antes la monumental Puerta del Sol de estilo andalusí, ubicada en mitad de una nueva muralla, más sólida y robusta que la anterior de madera, para poder acceder a la mencionada villa y escuchar, a las once en punto, el Pregón de la Puebla de Gregorio Bartolomé Hidalgo de la Hidalguía.

El mencionado Alguacil, en efecto, de pie encima de un barril, justo en frente de la Hospedería de Santiago, ya estaba declamando para todos los ciudadanos las buenas nuevas y también las normas y las medidas de seguridad vigentes en esa antigua ciudad para que, en ese año de pandemia, todo el mundo pudiera desplazarse libremente en su interior, y el pueblo, después de haber escuchado el edicto del día, se fue dirigiendo, en su mayoría, hacia la cercana fortaleza. Ellos dos, sin embargo, siguiendo las indicaciones de su noble anfitrión, del cual se habían despedido unos minutos antes, se fueron más allá, hacia la Pradera del Valle, siguiendo un tortuoso camino desde el cual, entre juncos y espigas, ya podían divisar la imponente mole del Gran Corral de Comedia toledano donde, en breve, iba a estrenarse “Fuenteovejuna”, obra, en teoría, de don Fernán Gomez, corregidor de aquella ciudad.

20210522_110714

El Gran Corral de Comedias toledano

Esa estructura, al menos por fuera, con sus dimensiones y su bella arquitectura, de balcones de madera y techos de tejas que sobresalían de la blanca fachada, nada tenía que envidiar a la del austero castillo-fortaleza de la entrada, y los dos, emocionados, accedieron al edificio (erróneamente) convencidos de que (simplemente) iban a asistir en vivo y en directo a la ya nombrada pieza “fuenteovejunesca”.

La entrada no pudo ser más triunfal. Una enorme platea, de largos bancos de madera, precedía al impresionante escenario que, ocupado por un laberinto de vigas, pasarelas, puertas, ventanas y mucho más, admirable entresijo de ambientes de diferentes alturas fundidos entre ellos armoniosamente, exaltaba la ingeniosidad y el poderío de aquella estructura teatral. Y eso era sólo el principio, ya que la función aún no había comenzado.

20210522_112203

La ingeniosidad y poderío de la estructura teatral

Después de un cuarto de hora de trepidante espera, mientras que el aforo iba llenándose paulatinamente, empezó el espectáculo dentro del espectáculo llamado “A Pluma y Espada”.

espectaculo_a_pluma_y_espada_puy_du_fou_espana_04-min

El intrépido Lope de Vega y… (Foto: Puy du Fou)

Hicieron así acto de presencia los protagonistas, las comparsas y, en general, unos cuantos actores cuyos llamativos vestidos de colores se alternaban con los elegantes atuendos de los escritores. Todo ellos, juntos y revueltos, se mezclaban, se hablaban y se enfrentaban en un magnífico carrusel de danzas y acrobacias.

espectaculo_a_pluma_y_espada_puy_du_fou_espana_03-min

… un desconocido Miguel de Cervantes (Foto: Puy du Fou)

El intrépido Lope de Vega con sus gestas y sus palabras, haciendo honor a la verdad, se encaraba con el mismísimo y augusto corregidor de Toledo, acusándolo de plagio teatral y también de posibles actos violentos contra su amada y Su Majestad, mientras que el público expectante –el del escenario y el de la platea– no podía sino que solidarizarse con las rocambolescas aventuras de ese literato-espadachín que se desenvolvía con destreza y habilidad entre frágiles tejados toledanos, olas impetuosas o prisiones aterradoras.

Las hazañas del Fénix de los Ingenios, marcadas por una música única y grandiosa, se complicaban cada vez más, y entre curiosos encuentros, como el que tuvo con un desconocido Miguel de Cervantes, y numerosos desencuentros, con las tropas de don Fernán Gomez, por ejemplo, los escenarios se sucedían a una impresionante y abrumadora velocidad, a la par de las olas de una arrolladora tempestad que se abatía sobre un imponente barco de la Gran Armada, incapaz de sortear la fuerza y el poderío del mar.

20210522_115235

El imponente barco de la Gran Armada

Los actores se multiplicaban y se diversificaban, aparecían soldados, doncellas, literatos y también corceles blancos de elegantes movimientos; los artificios se alternaban en un impresionante crescendo de música, baile e interpretación, y, entre aguas borrascosas, fuegos, plumas y espadas, el ingenioso dramaturgo, a la par de un Zorro no enmascarado, por fin conseguía salvar al rey de un complot “explosivo” y conquistar el corazón de su Laurencia.

espectaculo_a_pluma_y_espada_puy_du_fou_espana_02-min

«A Pluma y Espada»: un impresionante crescendo de música, baile e interpretación (Foto: Puy du Fou)

Aliapiedi, centrada, cautivada, raptada por esas múltiples escenas de valor y acción, por las innumerables transformaciones de esa caja mágica teatral cuya versatilidad le recordaba, salvando las distancias, la de su amada Scala milanesa, no conseguía centrarse en las rocambolescas aventuras del impetuoso e impávido Lope de Vega. Sus ojos y su mente se centraban sólo y exclusivamente en las ingeniosas coreografías, y sus oídos, incapaces de prestar atención a los diálogos de los diferentes personajes, sólo querían escuchar las grandiosas, épicas y esplendorosas, melodías que acompañaban las meticulosas puestas en escenas: ¿Quién podía haber escrito todos esos acordes que, alegres y amenos, al principio de la historia, se convertían en una tormenta de notas turbulentas y animadas, a la par de las olas agitadas? ¿Qué maravilloso artista del siglo XXI, a la par de los del Siglo de Oro que desfilaban en el escenario, había sido capaz de crear esa increíble sinfonía, de encadenar todas esas variantes sobre un ingenioso tema principal, de mezclar armoniosamente, con un fondo de violines, esos evocadores sonidos de aire árabe y flamenco, hechos de taconeo, panderetas, guitarras y castañuelas –a los pocos días, gracias a su especial interlocutor “puydufouesco” descubrió que el prolífico Ennio Morricone del Tercer Milenio se llamaba Nathan Stornetta, un hábil compositor suizo, y ella empezó a escucharlo sin parar, dejándose llevar cada noche y cada día con los ojos cerrados a ese arrollador pasado… ¡y más allá!–.

Y atrapada de esta forma por la magnífica obra desde el principio hasta el final casi no se dio cuenta de que los aplausos acalorados de los villanos allí reunidos, así como los de su marido, estaban celebrando no sólo el triunfo de la verdad sobre “Fuenteovejuna”, sino también la belleza de ese original espectáculo de esgrima escénica… ¡y mucho más!

20210522_110841

La zona de los Alijares, poblada por…

Aliapiedi y su marido, aún aturdidos por todo lo que en ese mágico corral habían visto y vivido, salieron de allí un poco desorientados, y, a pesar del mapa que tenían entre las manos, de muy fácil consulta, y de estar rodeados por múltiples flechas de madera que indicaban claramente la ubicación de cada sitio que tenían que explorar, sus pasos perdidos les llevaron sin rumbo por ese territorio todavía inexplorado.

20210522_110932

… perezosos animales

Recorrieron entonces la zona de Los Alijares, poblada por unos perezosos animales, tales como burros, bueyes, cabras y ovejas, la Plazuela de los Cercados, con zonas de picnic y recreo para todos aquellos forasteros que preferían descansar un rato y disfrutar del avituallamiento que traían desde sus propias casas, cruzaron la Plazuela de los Cuatro Vientos y, sin darse cuenta, volvieron a la Puebla Real, aún mas animada y poblada que a primera hora de la mañana, con sus mesones y casonas que iban llenándose de gente hambrienta o sedienta y sus puestos y talleres, decorados con un gusto exquisito, en plena actividad artesanal.

Ella se hubiera quedado allí un rato para explorar todos esos sitios, para curiosear entre los diferentes productos a la venta, tales como bélicos escudos, espadas y alhajas, dulces mieles, mazapanes y licores, pintorescos objetos de cerámica, juguetes, sedas o candelas, pero una nueva aventura les esperaba en ese mundo tan fantástico llamado Historia.

[Continuará… ]

1525x1015_la_puebla_real_2

La acogedora Puebla Real

Categorías: ESPECTÁCULOS | Etiquetas: , , , | Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

A %d blogueros les gusta esto: