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Frívolos: Cena, espectáculo, amistad… ¡y mucha frivolidad!

Hay personas con las que conectas enseguida, con sólo una llamada, con unas pocas palabras, con una mirada. Con Amparo, polifacética responsable de comunicación de “Frívolos”, fue así.

Todo empezó con un mensaje virtual que nunca llegó a su destino o, mejor dicho, que acabó en la carpeta de Spam de su correo electrónico para que nuestra potencial relación epistolar acabara sin ni siquiera empezar. Pero el destino, el Fato caprichoso, lo arregló todo y, a los pocos días, en una calurosa noche de verano, mientras que ella conducía de vuelta a casa tras una de sus enésimas e intensas jornadas de trabajo y yo me entretenía con tareas domésticas (muy domésticas) al aire libre, ya estábamos las dos conversando amablemente por teléfono, sería mejor decir “enrollándonos como unas persianas”, sobre múltiples temas, gastronómicos, in primis, pero también viajeros, políticos y futbolísticos, como si nos conociéramos de toda la vida –o nos hubiera gustado que así fuera–. Y, entre una charla y otra, acordamos una cita en el mencionado restaurante (y mucho más), inaugurado hace un par de meses en San Sebastián de los Reyes.

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Nada más llegar allí, en este municipio de la Comunidad de Madrid que hasta ese momento sólo conocía por su “estiloso” outlet y, en frente, por una “microciudad” que frecuentaban mis hijos cuando eran pequeños, me sorprendió gratamente el cuidado y la belleza de su enclave, en un recinto cerrado donde, entre la rebosante vegetación, poblada por peligrosos animales en libertad, como patos y pavos reales, se podía aparcar con absoluta facilidad –ventaja de la cual cada vez se goza menos en la capital–. Completaban ese cuadro bucólico, ideal para eventos exclusivos y privilegiados –que, en efecto, tendrán lugar en un futuro no muy lejano–, no sólo las vistas, a la sierra y también a las cinco torres madrileñas, sino también un curioso y llamativo arco-pasillo de tonos rojos que recordaba aquel, casi infinito, del célebre santuario sintoísta de Fushimi Inari Taisha in Kyoto, formado por centenares de puertas torii del mismo color. En este caso, ese elemento arquitectónico era el curioso e invitante portal de acceso al templo de la diversión y, sin pensármelo dos veces, tras las fotos de rigor, acompañada por mi marido, me lancé hacia él.

Un paso tras otro, a piedi, nos fuimos acercando, literalmente, a un peligroso huracán infernal que, proyectado al final del sugestivo túnel, acogía, casi engullía, a los atrevidos, y animados, comensales. Allí no nos esperaba Lucifer, sino Ricardo, atento y profesional responsable de sala con una larga y consolidada trayectoria en el sector hostelero y, después de treinta segundos de reloj, mi (des)conocida interlocutora telefónica, excelente anfitriona de ese lugar.

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Nos reconocimos inmediatamente, nos sonreímos, nos abrazamos y, tras las debidas presentaciones, encantadas de habernos por fin conocido, empezamos la visita guiada por ese increíble reino de la “frivolidad” que se había milagrosa y espectacularmente levantado en unos pocos meses sobre las cenizas de un anterior local.

Ahora allí todo resplandecía: la impresionante y sugestiva barra central, parecida a un llamativo “árbol de la vida” bajo cuyas ramas de madera los maestros cockteleros, con maestría y habilidad, preparaban pociones mágicas, la amplia cocina a vista, “frívolamente” dirigida por el afamado chef Álvaro Vela, que, sin pensarlo dos veces, aceptó regresar a la madre patria desde se retiro luxemburgués, y las impolutas y elegantes mesas, altas y bajas, de la sala central, algunas de las cuales desaparecen a medianoche, como por arte de magia, convirtiendo la sala en una animada pista de baile, para poder disfrutar de la actuación, en directo, de reconocidos grupos musicales.

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Amparo y yo hablábamos sin parar, las preguntas y las respuestas se sucedían a una velocidad de vértigo, las ganas de conocer la historia, muy reciente, de ese prometedor proyecto del presente, y del futuro, aumentaban exponencialmente hasta que por fin apareció el genial artífice, y emprendedor, de toda ese reino: Alfredo Merillas.

Nuevas, entretenidas, y prácticamente infinitas, conversaciones, sobre todo gastronómicas, surgieron entre nosotros, mientras que, de pie, apoyados a la mágica barra-árbol central, tomábamos unas cervezas y un cocktail espectacular, no solo por su composición, a base de frescos y naturales frutos rojos, sino también por su (más que) original presentación ¡en un zapato de tacón! Y no un tacón cualquiera, sino el del inconfundible y elegante Louboutin que, para la ocasión, se abría de par en par para dejar saborear con una pajita su afrodisíaco y líquido contenido: ¡una auténtica “frivolidad”!

Los minutos, casi las horas, pasaban rápidamente, mientras que el sol, al horizonte, con sus últimos rayos naranjados iluminaban las mesas de la coqueta terraza exterior con vista al jardín y a los “frívolos” pavos reales, ocupadas en su totalidad a pesar de las altas temperaturas veraniegas.

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Allí nos hubiéramos quedado largo rato, conversando serena y despreocupadamente con el amable trío mosquetero formado por Amparo, Ricardo y Alfredo, pero el “deber gastronómico” apremiaba así que, tras el sorprendente descubrimiento de unos potenciales vínculos familiares por tierras manchegas –pero esta ya es otra historia–, finalmente nos sentamos en una mesa interior, al amparo del aire acondicionado y de un pavo real que, símbolo y logo de “Frívolos”, desde lo alto una pared nos vigilaba para que diéramos rienda suelta a nuestra “frivolidad”.

Y así fue.

Siguiendo las acertadas sugerencias de Ricardo empezamos nuestra “frívola” experiencia culinaria, tras una copa de vino y una cerveza acompañada por unos sabrosos y calientes chopitos con ali-oli.

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Fueron después unas cremosas y gustosísimas croquetas de marisco que se derretían en la boca las que nos dejaron un nostálgico sabor de mar, mientras que, siempre “cabalgando la ola” marina, fue un espectacular ceviche de lubina, fresquísimo y en su justo punto de lima, el que nos trasladó a las lejanas tierras peruanas –uno de los mejores ceviches que he probado en mi vida–.

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Y tras los platos de pescado, tocaron los de carne y, más específicamente, el de una impresionante presa ibérica de bellota al carbón, acompañada, en nuestro caso, por una rica ensalada de col –no suelo comer productos cárnicos, no porque sea vegetariana, sino más bien caprichosa, y mis conocimientos en materia no van más allá de una milanesa, en honor a mi ciudad, o una hamburguesa, pero este plato, con mi gran sorpresa, me conquistó tanto que a gusto degusté más de una pieza–.

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Con tanta calidad, que nos llevaba inevitablemente a comparar esas delicias culinarias, obra de un auténtico cocinero, con los platos, no precisamente exquisitos y delicados, que normalmente se sirven en los restaurantes que ofrecen también espectáculo, fuimos poco a poco acercándonos al postre, un sorprendente, y picante, brownie de chocolate con helado de vainilla, y al momento “clou” de la noche, el del sorteo ante una eficaz notaria-camarera de tres entradas para el concierto de Karol G en el Bernabéu.

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Y tras quitarse el precinto de una indestructible caja blindada de papel que custodiaba las papeletas de todos los comensales, después de unos interminables segundos de suspense… ¡¡¡salió el 27!!!, el número que en ese evento glorioso le había tocado a mi marido –el sorteo no fue amañado, os lo prometo, aunque no hubiera dudado ni un segundo en arreglarlo “a la italiana” 😉 –.

¡No se podía pedir más de tanta bendita “frivolidad”!

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Y tras brindar con una copa por el regalo inesperado, ofrecido, una vez más, por el Fato caprichoso, empezó la fiesta de verdad con el esperado show musical.

A medianoche en punto, como unas atípicas Cenicientas rockeras, los componentes del grupo “The Melody Pop” se subieron al escenario y, a los pocos minutos, dieron rienda suelta a su “frivolidad”.

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El cantante, dotado de una versatilidad gutural impresionante, entretenía el público con unas exitosas piezas de los ochenta y los noventa, como las de Hombres G, Umberto Tozzi –con una curiosa, pero conseguida, versión “españolizada” de mi “Gloria” italiana–, Pereza y muchos más, y el público, entregado, a la par que yo, no podía evitar cantar y bailar con alegría y “frivolidad” en esa sala principal, rápidamente vaciada de sus sillas y mesas para que los “frívolos” clientes pudieran “desmelenarse” libremente.

Y fue así como por culpa de, y gracias a, una magnífica y errónea casualidad, surgió una increíble amistad, embellecida por una cena rica y exquisita, una banda arrasadora y apasionada y unas entradas valiosas y codiciadas.

¡Gracias Amparo por habernos convertido a todos los efectos en unos seres “Frívolos” de verdad!

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