«Baldoria”, que en italiano se podría también expresar con “(fare) un bel casino”, significa, traducido al español, jolgorio, fiesta, jaleo o alegría.
Y eso es justo lo que se respira y se vive por dentro y por fuera de este restaurante 100% made in Italy que ocupa una amplia esquina entre la calle Ortega y Gasset y la de Francisco Silvela.
En efecto, ya desde el exterior resulta difícil no “alegrarse” a la vista de unos amplios ventanales enmarcados por cadenas de luces decorativas y composiciones floreales, así como, en el interior, tras haber cruzado la puerta corredera de esta “gran casa della gioia” capitalina, es imposible no dejarse contagiar por las risas y sonrisas de decenas de jóvenes comensales que, despreocupados, pasan divertidas veladas entre pizzas exquisitas y pastas refinadas en un espacio cuya decoración, colorida y desenfadada, recuerda la de una “alegre” y animada piazza italiana, una cualquiera, por ejemplo, de la pintoresca isla napolitana de Procida –“buon sangue non mente” ya que Ciro Cristiano, ingenioso chef, y también cofundador, de esta Little Italy gastronómica del elegante barrio de Lista, ha nacido en la maravillosa ciudad de Nápoles–.

Aquí entonces, en este lugar lleno de vita y vitalidad, aterrizamos un miércoles por la noche mi marido y yo, empujados por mi eterna nostalgia de mi amada patria italiana. En la sala principal, a rebosar de gente –¡que “alegría”!–, entre las mesas y sillas de todo tipo y colores, a la par de las curiosas lámparas que las iluminaban, unos habilidosos y rápidos camareros, con llamativos delantales de tonos pasteles, rosas y azules, parecían danzar un baile especial con sus bandejas repletas de platos y copas mientras iban y venían a gran velocidad desde la amplia cocina a vista, donde destacaba un curioso forno a legna “baldoriano”, revestido de azulejos de color del mar.

Sus pasos apresurados parecían ir al compás de los gestos calculados de una pareja de maestros cocteleros que, con soltura y armonía, tras una larga barra a la cual se apoyaban dos coquetas mesas altas, mezclaban y agitaban frutas y bebidas, mientras que, detrás de ellos, desde una especie de balcón-palco asomaba el verdadero director de orquesta de este divertida commedia dell’arte italiana, es decir un joven artista de buena voz y voluntad que con su guitarra animaba el ambiente, ya de por sí muy frizzante, con conocidas canciones españolas versionadas de ritmo allegro-andante.
Nos sentamos entonces en una pequeña y romántica mesa redonda, con vista directa al dinámico escenario, y enseguida se personó una sonriente y “alegre” –no podía ser menos– camarera de nombre Chicca, nacida en Italia, por supuesto, que enseguida nos asesoró con sus expertos consejos sobre los entrantes a elegir… ¡y todo lo demás!

Así que mientras abríamos boca con un sabroso pan-focaccia acompañado por una soberbia salsa de pesto, y con una cerveza y un cocktail exquisito, “ParacetAmore”, rara y acertada mezcla de ese Bellini y Rossini que tanto echo de menos en España, nos decantamos finalmente por unas vegetarianas, y peculiares, «croquetas alla parmigiana», y una «atuna matata» formada por dos brioches de tartar de atún, stracciatella pugliese, calabacín allá scapece napoletana y almendras tostadas.
Las porciones, abundantes, ya nos estaban haciendo dudar sobre la posibilidad de terminar los platos de pasta que ya habíamos encargado –el pezzo forte de este restaurante junto con las afamadas pizzas que en más de una ocasión han ganado importantes premios, el último de ellos, en el 2023, el de “Mejor Pizza de la Comunidad de Madrid”, como se puede leer en el correspondiente certificado que, enmarcado, destaca orgulloso entre cuadros y platos colgados de cerámica partenopea – y, en efecto, todas nuestras dudas se confirmaron cuando en nuestra mesa se materializaron como por arte de magia, o, más probable, por arte de la appassionata squadra di pastai–pizzaioli, una maravillosa pasta alla carbonara, con pecorino romano y auténtico guanciale, como manda la tradición, y un cacio e tartufo servido escenográfica y directamente en la rueda de queso pecorino.

Esos spaghetti, más bien bucatini, fatti in casa, que se adaptaban perfectamente a los cálidos y coloridos abrazos de sus respectivos platos hondos, eran una verdadera obra de arte, y tanto era así que (casi) daba pena comérselos.
Pero el deber, y el placer, de nuestras papilas gustativas nos llamaba prepotentemente a la acción, y, dicho y hecho, sin remordimientos, nos hicimos con esa pasta rigurosa y perfectamente al dente, disfrutando “alegramente” de cada bocado al son de músicas italianas que, esta vez, sustituían las del entregado cantante español, empeñado en un merecido momento de descanso.

Sólo faltaba cumplir con una última y dura tarea, la del postre, a pesar de estar ya (más que) saciados.
Pero la gula, nuevamente, se impuso fácilmente sobre cualquier otro sentido –sobre todo el de la racionalidad, en mi caso–, y sin prestar atención a la llamada de una cada vez más alejada operación verano –“si vive una volta sola”, me justificaba conmigo misma–, pedí(mos) una exótica pannacotta, con piña, fresa, kiwi y maracuyá, y una grandiosa, también por el tamaño de la porción, «tarta de queso cremosa con pistacho de Bronte y tanto amore» –¡y cuanto amore!–, increíble explosión de dulzura, intensa y a la vez delicada, que me conquistó por completo, hasta la última cucharada.
El festín (¡por fin!), y la festa, se había acabado para nosotros, aunque la baldoria seguía por todos los rincones del local, por dentro –incluido el de acceso al singular antibagno donde, en una pared, cuelga un letrero luminoso que rinde homenaje a Raffaella Carrá con un conocido “A far l’amore comincia tu”– y también por fuera, con una cola de jóvenes madrileños de todo el mundo que, con su segundo turno, estaban ya deseando “fare un bel casino”… ¡con, y en, Baldoria, por supuesto!
P.S. En mi reel «aliapiedesco» podrás descubrir algo más sobre nuestra experiencia «baldoriana», y si te animas a reservar una mesa, llama al 910 94 49 41.