Calma: Una experiencia «faraónica»

Hoy era el día… ¡hoy era mi día!

Llevaba ya un par de semanas entreteniéndome con una prometedora cuenta atrás y soñando con una “faraónica” cita en Calma y por fin ese día tan deseado había llegado. Lo tenía todo planificado en nombre, y en honor, de esa “calma” a la cual me iba a “enfrentar” en ese centro de bienestar madrileño tan especial del cual ya había disfrutado en la realidad virtual con las fotos y los videos de su invitante página web.

Así que, según lo programado, me desperté con toda tranquilidad con una sonrisa de oreja a oreja en la cara, me levanté de buena gana, me duché cantando bajo el agua, me peiné serenamente, me maquillé relajadamente, puse orden en casa de buen talante, tomé en la terraza un kiwi y un zumo de naranja natural acompañados por el sonido de mi playlist de canciones soft favoritas y, alegre y despreocupada, salí de mi dulce hogar, rumbo a mi destino, en la calle Domenico Scarlatti 5, saboreando poco a poco a lo largo del trayecto en metro ese inminente viaje por los cinco sentidos…

¡O así me hubiera gustado!

En realidad, a pesar de mi germánica, más bien italiana, preparación física y psicológica, ese día el despertador no sonó –o, más probablemente, no lo oí claramente…–, me levanté agobiada porque solo tenía una hora a disposición para realizar todas las tareas domésticas, me duché rápidamente, me peiné a toda velocidad, me maquillé a ciegas, tiré en la lavadora toda la ropa que encontraba por casa, sobre todo en las habitaciones de los adolescentes, comí un kiwi de pie y sustituí el zumo de naranja exprimido manualmente por un café de máquina sin alma –gracias a un rápido cálculo trigonométrico llegué a la conclusión que iba a tardar mucho menos– e, intentando no olvidarme de nada al salir de casa de prisa y corriendo, me lancé a la calle, camino del metro, rezando para que a lo largo de las doce paradas, con transbordo incluido, hasta la de Islas Filipinas, no hubiera ningún retraso:

12-11-10-9-8-7-6-5-4-3-2-1… ¡¡¡0!!!

Ya me encontraba en la superficie, con unos increíbles diez minutos de antelación respecto a la cita programada: ya podía respirar aliviada, ya podía (por fin) disfrutar (de verdad) de mi día. El sol, además, volvía a resplandecer en el cielo azul de Madrid tras dos semanas excepcionales de frío, viento y lluvias, la primavera empezaba a teñir de verde las plantas desnudas y los pájaros con sus melodías anunciaban la llegada de largas tardes de luz.

Ahora sí que todo estaba como lo había imaginado, en armonía con el universo infinito…

20240403_1153178832110001991650017Recorrí la calle Gatzambide que se abría paso entre elegantes palacios, y, en un par de minutos, tras toparme con la “proa” de una iglesia que se parecía a un barco, la de san Juan Crisóstomo, alcancé mi destino: Calma. Allí estaba ese oasis de paz capitalino que ya desde el exterior, a través de su escaparate cristalino enmarcado por colores claros, infundía serenidad. Pero fue cruzar su puerta, más bien un portal espacio-temporal, y me vi trasladada a otro lugar, a un espacio de ensueño donde, con unas sonrisas y dulces palabras en los labios, me estaban esperando Yolanda, hada titular del mismo, y su fiel escudera Beatriz, maga(-masajista) de las manos.

Nos presentamos y empezamos a hablar tranquilamente, como si nos conociéramos desde siempre –puede que fuera parte del embrujo de ese sitio tan peculiar–, aunque a mí, tengo que reconocerlo, me costaba no poco esfuerzo centrar mi atención en la amena conversación, atrapada como estaba por la sencilla pero elegante y delicada decoración del local donde destacaban elementos naturales como la madera y el mimbre, reflejo perfecto del aspecto de su hada.

20240403_1129451750941547457996948Yolanda, estilosa, con unos vaqueros y un jersey blanco que se fundía perfectamente con el mismo y relajante color que imperaba en el ambiente, me contó entonces no sólo de sus travesías desde Ciudad Real hasta Catar para acabar finalmente en Madrid, sino también, y sobre todo, de este sanador y prometedor proyecto personal que iba acompañado de sus ganas de vivir y hacer vivir con “calma” y serenidad a todos aquellos, y aquellas, que se acercaran allí. Sin lugar a duda, lo había conseguido: era suficiente fijarse en la decoración, limpia e impoluta, de esa planta baja, elegante tarjeta de visita de lo que se escondía bajo ese suelo reluciente, para captar el cariño y la ilusión de ese nuevo camino de regeneradora tranquilidad que había emprendido un año atrás, para ella y todos los demás.

Ante mi curiosidad me especificó que ese mismo espacio había estado ocupado con anterioridad por una galería de arte –estilo tenía, indudablemente– y también por un conocido restaurante alemán, del cual aún se conservaba en el impactante techo con molduras unas ventanas acristaladas que daban una cálida y pintoresca nota de color al espacio inmaculado. Mis ganas de fisgonear acababan de despertar y el hada, dándose cuenta de ello gracias a sus poderes sobrenaturales –o, puede ser, por la inquietud que podía claramente leer en mi mirada– me propuso entonces realizar una “visita guiada” de ese pequeño paraíso terrestre, no sin antes invitarme a descalzarme y ponerme unas zapatillas, impolutas por supuesto, con la cual andar libremente a piedi tras tomar una sana bebida natural, a base de zumo de limón.

20240403_1133062491133738487567311“¡Estás en tu casa!”, me dijo amablemente, ignorando el peligro que conllevaba esa frase ante una persona como yo, ya enamorada del lugar y deseosa de descubrir todos sus rincones para quedarme allí todo el tiempo que hiciera falta… ¡y mucho más!

20240403_1131192004529490935738108Me enseñó entonces, siempre en esa planta, una habitación, con baño anexo, donde se realizaban los diferentes tratamientos faciales, vitamínicos, reparadores, exfoliadores, estimulantes, todos ellos rigurosamente naturales y con productos de primera calidad entre toallas perfectamente dobladas, exquisitos detalles decorativos y un omnipresente orden y limpieza –ese último detalle, para una persona tan escrupulosa como la que suscribe, (me) infundía un plus de paz y serenidad–.

Mi tratamiento, sin embargo, me esperaba más abajo, en la planta inferior, en una zona (aún más) especial a la cual se accedía a través de una escalera.

20240403_1134476038383125945808011Allí bajamos entonces las tres, el hada, la maga y un extraño ser, es decir yo, que, extasiada y distraída, no paraba de mirar por todas partes. Las luces se atenuaron y una paz (aún más) interior se fue paulatinamente apoderando de mí.

20240403_1144551507471225339522585Estaba en el corazón de ese Edén terrestre semienterrado ocupado al centro por un pacificador olivo rodeado de piedras blancas sobre una alfombra de yuta donde también descansaban cestas de mimbre con muestras de los productos que se utilizaban o plantas secas, damianas y ánforas de terracota: asombroso como con tan pocas piezas se podía inspirar tanto…

20240403_1141497114513156257843833En esa zona del paraíso que tanta (y tan sana y serena) envidia me generaba por su decoración –Yolanda, responsable de ello, posee indudablemente ese don del cual yo estoy desprovista– había sólo una sauna, con su ducha reglamentaria al lado, sino también otra habitación, igual de impoluta y bien cuidada que la de la planta superior, con una camilla para los diferentes tratamientos corporales –hay una amplia variedad entre masajes ayurvédicos, tonificadores, reductores o dulces ritualesy, sobre todo, una espectacular estancia: la “Sala Calma”.

Eso era el auténtico templo de la (post)-relajación.

Un lugar donde, bajo unas escenográficas bóvedas de crucerías, parecía que el tiempo iba a detenerse, gracias también, y como siempre, a unos exóticos e impactantes elementos decorativos.

20240403_1140554176032579552689388Sobre un valioso suelo antiguo que, afortunada e inteligentemente, se había mantenido a lo largo de las diferentes reformas, aparecía un mostrador ocupado por bebidas y productos naturales mientras que unas lámparas orientales iluminaban las invitantes hamacas al fondo de la estancia y unas cómodas sillas de mimbre en un rincón lateral, mientras que espejos, teteras y biombos completaban ese cuadro de mil y una noches.

20240403_113717869726130663273568“¡Estás en tu casa!” –volvían a mi memoria las palabras de bienvenida del hada, mientras, en efecto, empezaba a plantearme quedarme allí para siempre…–. Yolanda, tan amable como de costumbre, me explicó que esa sala no sólo estaba destinada a unos momentos de relajación suplementaria después de los tratamientos, sino que también se podía alquilar para organizar talleres, presentaciones, eventos y beauty parties para celebrar, por ejemplo, cumpleaños de adolescentes presumidas como la mía o de jóvenes de todas las edades.

20240403_1138498743356234619767275Y mientras soñaba con ese lugar, la maga Beatriz me recordó que había llegado el momento de “someterme” a su dulce tortura –ya había pasado más de media hora desde cuando había cruzado el mágico stargate “calmiano”–, así que, tras echar una rápida mirada a otra estancia, dotada de una sola camilla y con ducha incorporada, me acompañó a la mía, más amplia, con dos camillas y también una ducha. Inútil decir que ese espacio, para variar, brillaba, casi deslumbraba, por el orden y la limpieza.

20240403_1143332728423197460159097Toda la indumentaria o los productos necesarios para el tratamiento estaban perfectamente colocados o colgados: albornoces, zapatillas, gorro, toallas, aceites, sales, perfumes y aromas…

Eso era (mucho) mejor de como lo había imaginado…

20240403_1142535352833976140286221El hada se despidió entonces de mí, la puerta se cerró, las luces bajaron de intensidad, una música relajante mezclada con unos aromas exóticos, casi enigmáticos, acarició poco a poco el ambiente y mi ritual corporal, el de Reina de Egipto, empezó. Tumbada en la camilla, entregada a la magia de las manos de Beatriz, me fui paulatinamente hundiendo (casi) en un sueño profundo mientras que ella, silenciosa y pacientemente limpiaba e hidrataba mi piel con aceites, la exfoliaba con sales del Mar Muerto y la envolvía con barro del mismo mar, rico en portentosos minerales.

20240403_1145114861695971988076744Sus manos, expertas y delicadas, se apoderaban de mí, de mi cuerpo y de mi mente y, con la ayuda de dulces fragancias de incienso y mirra, me trasladaban a otra dimensión, hasta épocas y lugares lejanos, entre pirámides, templos y falucas, Valle de Reyes, Colosos y Esfinges de un floreciente y Antiguo Egipto dominado por faraones y una única y esplendorosa reina, la grandiosa, bella y seductora, Cleopatra…

20240403_114538986296841516515078Envuelta entonces como una momia en una especie de película transparente para que se absorbieran perfectamente todos los valiosos, y (casi) milagrosos productos naturales, me quedé allí tumbada un buen rato, soñando con los ojos cerrados, (casi) flotando en el aire, hasta que Beatriz, educadamente, me avisó de que había llegado el momento de resurgir de mis cenizas… ¡y así fue!

Me levanté a cámara lenta de la camilla con la mente aún perdida en otro mundo y, cubierta de barro, entré en la ducha, dotada como un hotel de cinco estrellas de todos las amenities necesarias para una buena ablución. La maga entonces desapareció y yo, tan relajada como estaba, abrí el grifo del agua sin ni siquiera darme cuenta, sino pasados unos cuantos minutos, de que estaba a la mínima presión. Hubiera podido quedarme horas y horas bajo ese chorro moderado quitándome despacio años de viejez con el barro del Mar Muerto y sintiéndome renacer, por fuera y por dentro…

Y tanto era así que ya estaba planteándome poder parar el tiempo que, parcialmente, ya había recuperado con ese faraónico, y fantástico, tratamiento…

20240403_1140101106858467580977110Pero Cronos, que acababa de concederme el don de rejuvenecer como nunca la piel de mi cuerpo, nutriéndola e hidratándola intensamente, para lucirla brillante y suave como la seda, no era del mismo aviso. No tenía que abusar de su clemencia y de la paciencia de sus mandatarias, el hada y la maga. Ya sobraban mis ganas de volver atrás en el pasado hasta la edad de mi adolescencia. Ya tenía ahora mismo una segunda juventud corporal…

20240403_1139081806372066111336060Así que, escuchando su sabio aviso, me volví a vestir, encantada de mi misma y de la vida, cerrando tras de mí la puerta de esa estancia mágica donde durante una hora y media había estado práctica, y maravillosamente, abducida en otra dimensión. Salí entonces al encuentro del hada Yolanda que ya me estaba esperando en la acogedora y relajante “Sala Calma” para tomar un té o un café, al son de música “calmada” y velas aromáticas, y, una vez más, nos pusimos a hablar de nuestras vidas, de proyectos de entonces, de ahora y de siempre, de ayudas y sonrisas compartidas.

Me sentía de verdad como en casa y difícil se me hacía volver a la mía…

20240403_1130243544747088923566387Cronos, sin embargo, volvió a hacer acto de presencia en mi imaginación –era tarde: había pasado más de dos horas en ese lugar embrujado– y, con el recuerdo del fantástico ritual, me invitó, esta vez con más autoridad, a volver a la realidad de siempre. Me despedí entonces de Beatriz y Yolanda y, feliz y relajada, con la cabeza bien alta, me lancé por las calles soleadas y animadas de Madrid, esplendorosa por dentro y por fuera como una reina verdadera, reina de mí misma, reina Alia de Italia –aunque, en la realidad, Alia fue reina de Jordania; de allí viene mi nombre… pero esa ya es otra historia 😉–.

Grazie Yolanda, grazie Beatriz, grazie “Calma Madrid”!

Categorías: BIENESTAR | Etiquetas: , , , , | Deja un comentario

Baldoria: «Alegría» de comer

20240320_2239361203473666508960795«Baldoria”, que en italiano se podría también expresar con “(fare) un bel casino”, significa, traducido al español, jolgorio, fiesta, jaleo o alegría.

20240320_205820349450197361446259Y eso es justo lo que se respira y se vive por dentro y por fuera de este restaurante 100% made in Italy que ocupa una amplia esquina entre la calle Ortega y Gasset y la de Francisco Silvela.

En efecto, ya desde el exterior resulta difícil no “alegrarse” a la vista de unos amplios ventanales enmarcados por cadenas de luces decorativas y composiciones floreales, así como, en el interior, tras haber cruzado la puerta corredera de esta “gran casa della gioia” capitalina, es imposible no dejarse contagiar por las risas y sonrisas de decenas de jóvenes comensales que, despreocupados, pasan divertidas veladas entre pizzas exquisitas y pastas refinadas en un espacio cuya decoración, colorida y desenfadada, recuerda la de una “alegre” y animada piazza italiana, una cualquiera, por ejemplo, de la pintoresca isla napolitana de Procida –“buon sangue non mente” ya que Ciro Cristiano, ingenioso chef, y también cofundador, de esta Little Italy gastronómica del elegante barrio de Lista, ha nacido en la maravillosa ciudad de Nápoles–.

img-20240320-wa0043603840179587492755320240320_2121401289355429447871702Aquí entonces, en este lugar lleno de vita y vitalidad, aterrizamos un miércoles por la noche mi marido y yo, empujados por mi eterna nostalgia de mi amada patria italiana. En la sala principal, a rebosar de gente –¡que “alegría”!–, entre las mesas y sillas de todo tipo y colores, a la par de las curiosas lámparas que las iluminaban, unos habilidosos y rápidos camareros, con llamativos delantales de tonos pasteles, rosas y azules, parecían danzar un baile especial con sus bandejas repletas de platos y copas mientras iban y venían a gran velocidad desde la amplia cocina a vista, donde destacaba un curioso forno a legna “baldoriano”, revestido de azulejos de color del mar.

20240320_210449830429400079080531220240320_2102417883295140902104865Sus pasos apresurados parecían ir al compás de los gestos calculados de una pareja de maestros cocteleros que, con soltura y armonía, tras una larga barra a la cual se apoyaban dos coquetas mesas altas, mezclaban y agitaban frutas y bebidas, mientras que, detrás de ellos, desde una especie de balcón-palco asomaba el verdadero director de orquesta de este divertida commedia dell’arte italiana, es decir un joven artista de buena voz y voluntad que con su guitarra animaba el ambiente, ya de por sí muy frizzante, con conocidas canciones españolas versionadas de ritmo allegro-andante.

Nos sentamos entonces en una pequeña y romántica mesa redonda, con vista directa al dinámico escenario, y enseguida se personó una sonriente y “alegre” –no podía ser menos– camarera de nombre Chicca, nacida en Italia, por supuesto, que enseguida nos asesoró con sus expertos consejos sobre los entrantes a elegir… ¡y todo lo demás!

img-20240320-wa00377619311711617511231img-20240320-wa00406332288593068301063Así que mientras abríamos boca con un sabroso pan-focaccia acompañado por una soberbia salsa de pesto, y con una cerveza y un cocktail exquisito, “ParacetAmore”, rara y acertada mezcla de ese Bellini y Rossini que tanto echo de menos en España, nos decantamos finalmente por unas vegetarianas, y peculiares, «croquetas alla parmigiana», y una «atuna matata» formada por dos brioches de tartar de atún, stracciatella pugliese, calabacín allá scapece napoletana y almendras tostadas.

Las porciones, abundantes, ya nos estaban haciendo dudar sobre la posibilidad de terminar los platos de pasta que ya habíamos encargado –el pezzo forte de este restaurante junto con las afamadas pizzas que en más de una ocasión han ganado importantes premios, el último de ellos, en el 2023, el de “Mejor Pizza de la Comunidad de Madrid”, como se puede leer en el correspondiente certificado que, enmarcado, destaca orgulloso entre cuadros y platos colgados de cerámica partenopea – y, en efecto, todas nuestras dudas se confirmaron cuando en nuestra mesa se materializaron como por arte de magia, o, más probable, por arte de la appassionata squadra di pastaipizzaioli, una maravillosa pasta alla carbonara, con pecorino romano y auténtico guanciale, como manda la tradición, y un cacio e tartufo servido escenográfica y directamente en la rueda de queso pecorino.

img-20240320-wa00365984079512806059383img-20240320-wa00351611610963005253812Esos spaghetti, más bien bucatini, fatti in casa, que se adaptaban perfectamente a los cálidos y coloridos abrazos de sus respectivos platos hondos, eran una verdadera obra de arte, y tanto era así que (casi) daba pena comérselos.

Pero el deber, y el placer, de nuestras papilas gustativas nos llamaba prepotentemente a la acción, y, dicho y hecho, sin remordimientos, nos hicimos con esa pasta rigurosa y perfectamente al dente, disfrutando “alegramente” de cada bocado al son de músicas italianas que, esta vez, sustituían las del entregado cantante español, empeñado en un merecido momento de descanso.

img-20240320-wa00312230361811338532850img-20240320-wa0032939901984710648410Sólo faltaba cumplir con una última y dura tarea, la del postre, a pesar de estar ya (más que) saciados.

Pero la gula, nuevamente, se impuso fácilmente sobre cualquier otro sentido –sobre todo el de la racionalidad, en mi caso–, y sin prestar atención a la llamada de una cada vez más alejada operación verano –“si vive una volta sola”, me justificaba conmigo misma–, pedí(mos) una exótica pannacotta, con piña, fresa, kiwi y maracuyá, y una grandiosa, también por el tamaño de la porción, «tarta de queso cremosa con pistacho de Bronte y tanto amore» –¡y cuanto amore!–, increíble explosión de dulzura, intensa y a la vez delicada, que me conquistó por completo, hasta la última cucharada.

img-20240320-wa00203303377989736297689El festín (¡por fin!), y la festa, se había acabado para nosotros, aunque la baldoria seguía por todos los rincones del local, por dentro –incluido el de acceso al singular antibagno donde, en una pared, cuelga un letrero luminoso que rinde homenaje a Raffaella Carrá con un conocido “A far l’amore comincia tu”– y también por fuera, con una cola de jóvenes madrileños de todo el mundo que, con su segundo turno, estaban ya deseando “fare un bel casino”… ¡con, y en, Baldoria, por supuesto!

P.S. En mi reel «aliapiedesco» podrás descubrir algo más sobre nuestra experiencia «baldoriana», y si te animas a reservar una mesa, llama al 910 94 49 41.

Categorías: RESTAURANTES | Etiquetas: , | Deja un comentario

Puerto Lagasca: Una dulce odisea de sabores, aromas y colores…

IMG-20240301-WA0016En Madrid no hay mar… ¡pero sí hay puerto! Y no un puerto cualquiera, sino un puerto ubicado en uno de los barrios más elegantes de la ciudad, el de Salamanca. Puerto Lagasca” es su nombre, en el número 81 de la homónima calle, y “Taberna” es el título que lo acompaña.

Cualquiera puede con gusto, nunca mejor dicho, amarrar aquí y dejarse arrastrar por un tsunami gastronómico de calidad. Y eso fue justo lo que hicimos nosotros, náufragos perdidos en una fría y ventosa noche de febrero, empujados por el deseo de tomar tierra, entrar en calor y disfrutar de una cena marinera en la capital.

20240229_2106108954870802493502439Aprodamos así en la primera sala de este puerto, cálida y acogedora, de mesas altas de madera, barra reluciente y tapeo estiloso informal –“casual chic” lo llamarían mis compatriotas italianos–. Nada más amarrar, una sirena llamada Camille nos cautivó, más bien nos atrapó, con su sonrisa y su dulce canto de amables palabras y acento francés –de hecho, es francesa de verdad–. Cual Ulises del Tercer Milenio, incapaces de oponer resistencia, huérfanos de tapones socorridos, nos dejamos arrastrar por ella hasta el fondo del mar o, mejor dicho, hasta el final de un pasillo donde asomaban unos nostálgicos recortes de periódicos y revistas, testigos silenciosos de unas costumbres de un par de décadas atrás, cuando la gente leía, pero leía de verdad, en un papel impreso y no en un cuaderno de bitácoras virtual (😉).

Llegamos así a la sala principal o, mejor dicho, al corazón de esta isla no desierta, sino a rebosar de comensales, a pesar de ser un jueves, donde destacaba una clásica, y a la vez original, decoración mediterránea, en plena sintonía con el tipo de cocina que aquí se ofrece: lámparas cubiertas por fuertes cabos iluminaban las mesas, bajas en este caso, cazos de cocinas antiguas se alternaban en las paredes de madera y color crema a llamativas cabezas de ajos blancos y pimientos de color rojo, dibujos geométricos de tonos azulados jugaban en la pared con un pez solitario –“mejor solo que mal acompañado”, pensaba él mientras nadaba feliz en ese puerto extraordinario– y flores y plantas de una eterna primavera intentaban restar protagonismo a una curiosa esfera turquesa abrazada por una boza.

Esa no era una taberna de piratas, sino un coqueto chiringuito de playa, uno con solera, de una isla griega o, más probablemente, de una española, posiblemente de Canarias –en estas islas, en efecto, nace el ingenioso, encantador y generoso patrón de este barco, Pepe Caldas, fundador en el 2008 de esta taberna experimentada y de la de Los Gallos, su hermana menor, en términos de edad, que, sin embargo, tiene mayor dimensión y diversión, con música en directo los fines de semana y afterwork entre semana–.

img-20240301-wa00188582959741750303044

img-20240301-wa00205175589002871193292No pude, sin embargo, distraerme más con la conseguida decoración y con mis sueños veraniegos de mar y sol; acababa de presentarse el hábil capitán del puerto “lagascano”, Paco Carrascosa, andaluz de nacimiento y “compinche” de Camille. Así que, a la merced de la sirena, que con elegancia y amabilidad nos proponía, e iba reponiendo con impecable puntualidad, unos vinos de calidadla correspondiente carta es muy amplia y abunda la posibilidad de elegir por copas–, y del afable y simpático capitán, que, en perfecta sincronía, nos mecía con sus clásicas y a la vez innovadoras creaciones gastronómicas, de media ración en media ración hay una generosa variedad de platos de esta tipología– nos fuimos hundiendo poco a poco, camino de una bendita perdición.

Creíamos que habíamos llegado a un puerto seguro, pero, en realidad, esta seductora isla mediterránea en medio de la capital era una trampa en toda regla, un engañoso caballo de Troya que escondía en su vientre hermoso una nueva tempestad, una lluvia incesante de entrantes, segundos, postres y cafés.

Y dulce era naufragar en ese mar…

Así que, empujados por el viento, fuerte y decidido, de la profesionalidad de los dos maestros de ceremonia, nos enfrentamos a una embriagadora odisea de sabores, aromas y colores, intentando luchar, bastante desganados, la verdad, contra el pecado de gula.

img-20240301-wa00036948740061313787149img-20240301-wa00019088488329714777584Desde la proa, es decir, desde la pecera a vista donde trabajaba el capitán con su grumete, se fueron así acercando unas muy canarias papas arrugadas, con los dos mojos, el verde y el picón, al cual mejor, que dieron paso, desde  popa, a un sublime canapé de foie en su punto de sal; a babor hicieron acto de presencia unas riquísimas, y tiernísimas, alcachofas confitadas en aceite virgen extra, marcadas a la parrilla y acompañadas de jamón crujiente, mientras que a estribor nos asaltaron unos excepcionales barquillos de berenjena con miel; y, como si todo ello no fuera suficiente para conquistar nuestros cuerpos y nuestras mentes, fueron unos deliciosos langostinos salteados, que combinaban a la perfección con un fresco guacamole y una exótica espuma de mango, los que nos hicieron perder el rumbo por completo, con la ayuda también de un tartar de atún de excelsa calidad y aspecto, además de sabor seductor gracias a una increíble mezcla de pipirrana tropical, alga wakame y falsos guisantes de wasabi.

Rendidos ante este vendaval de platos deliciosos y delicados, fueron entonces unos caneloncitos de carrillera de ternera cocinados a baja temperatura, con un leve toque de dulzura, los que nos derribaron por completo, abriendo camino a unos postres exquisitos, todo ellos rigurosa y cuidadosamente caseros.

img-20240301-wa00084219035701839181610

Siguiendo así la estela de una operación bikini que se iba alejando de nosotros a pasos agigantados o, sería mejor decir, a nudos forzados –¿Era ese el propósito de la astuta sirena y del mañoso capitán? ¿Engordarnos para luego lanzarnos al mar entre calamares gigantes y tiburones?–, fondeamos entre una tarta de queso coronada con un toque de miel y de fruta de la pasión y un tatin de manzana con creme fraîche, al puro estilo francés –¿Porquoi pas?–, y, dulcis in fundo, nunca mejor dicho, una tarta de puro chocolate con crema chantilly.

Habíamos pecado, mucho y en cantidad, pero, a pesar de ello, no nos sentíamos en absoluto pesados y, en mi caso, con ganas de pecar más y más.

Pero el intenso y peligroso viaje gastronómico, desde el norte hasta el sur del país español, había finalizado, la placentera tempestad de platos sencillos pero elaborados había remitido, el viento había amainado…

Al abrigo de un atípico limoncello holandés, que nada tenía que envidiar –como italiana lo tengo que confesar– al más famoso de Sorrento –pero siempre hay que servirlo congelado, eso sí, y en un vaso pequeño, como en este caso, a la misma temperatura glacial–, estábamos preparados para el sacrificio final, listos para ejercer como presas para algún pez voraz: ¡que Camille y Paco hicieran de nosotros lo que quisieran: lo que habíamos vivido, y saboreado, había merecido la pena!

img-20240229-wa00142251788668621559157Pero ellos, piadosos y generosos, simplemente se despidieron de nosotros con un apretón de manos, una sonrisa en los labios y un prometedor “¡hasta pronto!”, permitiéndonos abandonar su puerto exepcional para volver a nuestro hogar, a nuestra Ítaca italo-española donde unos hijos adolescentes, Penélopes 2.0 sin telas y telar, nos estaban esperando desde unas cuantas horas con los brazos abiertos de par en par –¡o esto nos hubiera gustado imaginar!–.

¡Gracias entonces a Paco y Camille por esta inolvidable e increíble aventura con inicio y final feliz y enhorabuena a toda la tripulación por surfear con tanta maestría y habilidad las olas tormentosas de la gastronomía de calidad!

Volveremos a navegar por el Puerto Lagasca en familia, con amigos, con nuestros hijos o en solitario: cualquier excusa será buena para amarrar en este maravilloso y pintoresco puerto de la capital.

Avanti tutta, capitán… hasta el infinito… ¡y más allá!

Categorías: RESTAURANTES | Etiquetas: , , , , , , | Deja un comentario

La «Montaña de los Gatos»… ¡sin montaña y sin gatos!

20231205_1200395698151403097142351La recién inaugurada Montaña de los Gatos -que, en realidad, se parece más a un cerro de unos pocos metros de altura- fue mandada construir por el rey Fernando VII en el 1800, y se encuentra en el conocido parque madrileño de El Retiro, a la altura de la calle O’Donell esquina con la avenida Menéndez Pelayo. Esta edificación singular, que se adscribe al género arquitectónico de los “caprichos”, debe su nombre a las colonias de felinos que la poblaban en el pasado, y después de haber estado cerrada durante dos décadas ha vuelto a abrir sus puertas al público para que los paseantes puedan disfrutar no sólo de las exposiciones escondidas en su sugestivo espacio abovedado interior, de forma circular, como la de “A Belén, venid”, de la pasada Navidad -la puedes ver aquí– sino también del panorama que se disfruta desde su “cima”, entre bucólicos senderos ajardinados, hermosos estanques y cascadas artificiales.

En efecto, desde “las alturas” se puede gozar de unas vistas privilegiadas del parque más famoso de la capital, declarado Patrimonio de la Humanidad junto al Paseo del Prado, y, en especial, de la hermosa Casita del Pescador y de los evocadores restos románicos, y románticos, de la Ermita de San Pelayo y San Isidro de los cuales te hablaré en un futuro post.

P.S. Si quieres ver un video «aliapiediesco» sobre esta pseudo-montaña sin gatos, pincha aquí

Categorías: EDIFICIOS, MUSEOS Y EXPOSICIONES, PARQUES Y JARDINES | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

«Génesis»: Una Capilla Sixtina madrileña

20240111_1122103964342660498300784Desde hace unos días en la pintoresca Iglesia Evangélica de habla alemana, escondida tras una cancela que se abre (camino) entre los imponentes edificios del paseo de la Castellana, se reproduce cotidianamente el milagro de la «Génesis«.

Entres sus altas paredes, en efecto, como por arte de magia, o, mejor dicho, de la magia del colectivo artístico Projektil, se desarrolla un espectáculo de luces, música y proyecciones que traslada al visitante, sentado, más bien tumbado, en unos puff que cubren el suelo de la estructura religiosa, incluida la zona del altar- a otra dimensión.

La iglesia, de repente, se convierte en un dinámico lienzo multicolor donde, como en una increíble Capilla Sixtina capitalina, las impactantes escenas del origen de nuestro planeta se succeden una tras otra, acompañadas por unas musicas áulicas, potentes y evocadoras.

20240111_1150596396917290058070696

La luz que se separa de las tinieblas marca el primer día de la impresionante y conmovedora experiencia inmersiva; seguidamente, en el segundo día, es el agua la que se separa del cielo, mientras que en el tercero le toca a la tierra en relación al mar, dando lugar también al nacimiento de la Naturaleza, con su increíble explosión de flores, plantas y colores.

Y, al final de este viaje sugestivo y multisensorial, parecido a una experiencia religiosa, donde la iglesia durante treinta minutos se funde perfectamente con las imagenes que discurren entre sus pilares, una farolas incandescentes, que simbolizan a unas almas no en penas, sino serenas y etretenidas, llevan al espectador hasta el infinito… ¡y más allá!

P.S. Si quieres ver más fotos y vídeos «aliapiedescos» sobre «Génesis», pincha aquí y/o aquí

Categorías: ESPECTÁCULOS | Etiquetas: , , , | Deja un comentario

Museo de los Caños del Peral: A piedi, y a los pies, de la plaza de Isabel II

¿Te habías fijado alguna vez en unas líneas doradas que recorren el suelo de la plaza de Isabel II?

20221102_132118

Si quieres descubrir algo más, baja a la planta -2 del metro de Ópera y adéntrate en el Museo de los Caños del Peral, después de haberte apuntado a la correspondiente, y gratuita, visita guiada organizada por Metro de Madrid.

Aquí encontrarás los restos de tres importantes estructuras que ocupaban la mencionada plazuela y que salieron a la luz durante los trabajos de instalación del ascensor de este medio de transporte: la mencionada fuente, la Alcantarilla del Arenal y el Acueducto de Amaniel.

Para entender el valor de estas piezas históricas que se ocultan bajo el suelo de Madrid, más precisamente a ocho metros bajo la plaza de Isabel II, hay que retroceder a la época en que la corte se traslada a la villa de Madrid, a mediados del siglo XVI, y a la consecuente necesidad, por evidentes motivos higiénicos, de canalizar el (ahora desaparecido) Arroyo del Arenal que salía de la plaza de la Puerta del Sol y seguía su recorrido hacia la actual calle Arrieta.

Contemporáneamente a este sistema de canalización y de alcantarillado, se levantó también la famosa fuente monumental, de estilo renacentista, larga más de treinta metros y dotada de seis caños, con sus correspondientes pilas, que sirvió para abastecer de agua a la villa, cuya población fue aumentando exponencialmente, hasta nuestros días. De este valioso líquido no sólo se abstecían los vecinos de la zona a través de sus cántaros sino también los «aguadores», unos auténticos profesionales en materia que mantuvieron en activo el oficio de recoger, suministrar y vender el agua de las fuentes a las casas, gracias también a la ayuda de sus burros, hasta principios del siglo XX.

Los Reyes, por el contrario, disponían del Acueducto de Amaniel que, levantado a principio del 1600 y utilizado hasta el 1900, salvaba el barranco del mencionado arroyo y permitía el traslado del valioso líquido hasta (los privilegiados d)el Palacio Real.

Así que la próxima vez que vayas a piedi por la plaza de Isabel II, baja la mirada y ¡fíjate bien en lo que pisas!

 

Categorías: BARRIOS... A PIEDI, CALLES y PLAZAS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , , , , , , , | Deja un comentario

I. P. C. E. (Instituto del Patrimonio Cultural de España): el O.V.N.I. (Objeto Volador No Identificado) y sus E.T. (ExtraTerrestres)

Hay lugares en la capital donde trabajan, discreta y silenciosamente, auténticos profesionales, para que, a la luz del sol, o, mejor dicho, a la luz de iglesias, museos o salas de exposiciones, reluzca el fruto de su paciente entrega y dedicación en la sombra. Me refiero, en este caso, a aquellas personas que, casi escondidas, en sordina, realizan sus tareas en el Instituto del Patrimonio Cultural de España.

Mi interés en realizar una visita guiada (gratuita) en este curioso edificio capitalino no estaba, en realidad, motivada por las ganas de descubrir la labor de estos excelsos especialistas, sino, más bien, por el afán de conocer, por fuera y por dentro, su arquitectura –una de mis carreras frustradas, junto con las de Historia o Literatura, en beneficio del Derecho–. Cada vez que recorría la A6, de vuelta de la oficina, camino de Madrid, siempre me llamaba la atención esa extraña figura circular de aire nórdico que, parecida a una tarta Saint-Honoré –aunque popularmente, por su forma peculiar, se la apoda “Corona de espinas”– con sus cándidos pináculos puntiagudos, desafiaba el verde y armonioso panorama de la Casa de Campo y, a su lado, el del cercano Palacio de la Presidencia de Gobierno, de estilo herreriano y tonos anaranjados.

Ese gris edificio, de líneas austeras y graves, se asemejaba en mi fantasía a un inmenso O.V.N.I. averiado, obligado a un aterrizaje forzoso, caído allí por azar. No era precisamente bello de ver, pero, lejos de provocar mi indiferencia, suscitaba mi interés. No tenía ni idea de lo que era y, menos aún, de lo que encerraba: podía ser un estadio, un centro de congresos, un pabellón de feria… pero nunca hubiera adivinado de que se trataba de este peculiar instituto dedicado a la investigación, conservación, restauración y documentación del patrimonio nacional.

Hoy me acabo de enterar.

Después de haber deambulado por la alegre y animada ciudad universitaria en busca de su acceso (casi) secreto, arriesgando mi incolumidad física al bordear repetidamente los muros exteriores de la Moncloa, por fin alcancé la cancela de entrada, en la calle Pintor el Greco 4. Enseñé mi carnet de identidad al amable vigilante y, después de que comprobara que no era una asesina en serie ni una peligrosa narcotraficante en busca y captura por la C.I.A., me indicó el camino a seguir para acceder a ese templo misterioso.

Aquella mole imperial imponía bastante respeto y, viéndola tan de cerca, me convencía aún más de su afinidad con un platillo volante. Tras haber subido una larga escalinata donde, casi al final, parecía esperarme con aire un poco chulesco un bronceo estudiante, o puede que un hombre maduro con aire y vestimenta juvenil, cuya única y estatuaria función era la de demostrar visualmente la proporción entre un ser humano y ese abrumador extraterrestre llamado I.P.C.E. (y no E.T.), una vez dentro me quedé literalmente asombrada por la increíble arquitectura, y decoración, del lugar.

20230316_121423

Un enorme lucernario dejaba pasar la luz natural por un óculo central que, a su vez, a través de una cúpula transparente que se reflejaba virtualmente en él, iluminaba un impresionante tesoro escondido, hecho de millares de libros, revistas y volúmenes que componían la inmensa biblioteca del Instituto, la más grande de España en este especifico ámbito “patrimonial”. Ese vestíbulo principal, ubicado en la primera planta y dominado por esa céntrica estructura de cristal, que representaba simbólicamente su corazón pulsante, era verdaderamente sensacional y una vez más tuve la sensación de encontrarme en una película de ciencia ficción, en un mundo paralelo como el de “Blade Runner”, envuelto, sin embargo, por la luz y no por la oscuridad, en una astronave que nada tenía que envidiar a la de la escena final de “Passengers”, decorada como estaba con escenográficas plantas verticales, que con sus dinámicos tonos verdes intentaban rebajar la seriedad de las formas geométricas de la estructura que las sustentaba.

La guía ya estaba esperando a los visitantes de ese día –puede que ella fuera una “V(isitante)” disfrazada– y después de habernos indicado donde estaban las taquillas para dejar los bolsoshay que tener un euro físico, y no virtual, para cerrarlas– nos llevó a la segunda planta donde, en un rincón, se exhibía una maqueta del anteproyecto de ese colosal y original edificio, presentado por Rafael Moneo y Fernando Higueras, ganador en 1961 del Premio Nacional de Arquitectura de España. Sin embargo, ese primer modelo del originario “Centro de Restauraciones Artísticas” era bastante diferente del que se fraguó sucesivamente de la mano de Fernando Higueras y Antonio Miró –coautores, también, entre otros, del llamativo Ayuntamiento de Ciudad Real o del Edificio Princesa capitalino, en la Glorieta de San Bernardo– ya que, a pesar de mantener la estructura circular, había sido dotado, por ejemplo, en 1985, de la mencionada biblioteca y de la gran claraboya acristalada.

A su lado, en una pared, descansaba también un grabado del celebre pintor Antonio López sobre la fase final del edificio, que, terminado en 1991 después de un parón de doce años, entre 1970 y el 1982, fue declarado Bien de Interés Cultural en 2001, para gran satisfacción de sus artífices que, caso único en España, aún seguían en vida.

En las salas que recorríamos no aparecía nadie, como si estuviéramos solos en esa estructura, encerrados en sus entrañas, atrapados entre sus sólidas paredes de hormigón armado. Nuestra anfitriona nos contaba que, a lo largo de esas tres plantas en superficie, coronadas por una terraza actualmente cerrada por obras, y de las otras dos subterráneas, trabajaban múltiples y diferentes profesionales: arquitectos, arqueólogos, etnógrafos, restauradores, físicos, biólogos, documentalistas, informáticos, archiveros o conservadores, entre otros.

Pero no había rastro de todos ellos: ¿Dónde estaban escondidos? ¿Dónde se habían metido?

La guía nos condujo entonces hacia un enorme montacargas, destinado al traslado de obras pesadas y voluminosas –o de muchas personas, pesadas y voluminosas– sin que hubiera algún tipo de oscilación y movimiento para no dañar su valiosa estructura –en ese momento, víctima de un golpe de patriotismo, me imaginé el David de Miguel Ángel  subiendo y bajando dentro de esa enorme cabina– y alcanzamos el segundo sótano. Se abrieron las puertas del ascensor y nos encontramos en un ambiente verdaderamente inquietante, iluminado por unas frías luces artificiales, entre extraños artilugios-robot para el desplazamiento de las obras y portales cerrados a cal y canto y dotados de alarmantes carteles de peligro de radiación. No sé si todo aquello era una despiadada trampa, si estábamos en un bunker o en un laboratorio secreto de la N.A.S.A. del que cualquier cosa podía haber escapado: una peligrosa criatura, un virus letal o un arma de destrucción masiva.

Nada de todo ello, en realidad.

Se trataba del área dedicada al análisis de las obras, a través de diferentes técnicas, como infrarrojos o radiografías, para su posterior restauración. De sus paredes colgaban, en efecto, reproducciones, más bien vivisecciones, de valiosas piezas de arte, entre que se encontraba una escultura de madera policromada perteneciente a un paso de Semana Santa, el “Sayón de la trompeta” de Gregorio Fernández, realizado entre 1614 y 1615, y que procedía del Museo Nacional de Esculturas de Valladolid. Rodeados de artísticas figuras, literalmente puestas al desnudo, seguían sin embargo brillando por su ausencia seres vivos en carne y hueso como nosotros.

Después de un rato allí abajo, subimos a la planta superior, la primera del sótano, en realidad una entreplanta, para visitar el área de textiles, allá donde se reparaban los tejidos de cualquier obra. Y, por fin, aparecieron más personas, dos para ser exactos. Ambas eran especialistas en ese campo –o alienígenas compinchados con nuestra guía– y nos explicaron la delicada y paciente labor que desarrollaban en esos talleres de ciencia ficción.

Y todas mis alarmantes dudas se vieron confirmadas de repente, nada más escuchar las palabras apasionadas de esas dos mujeres que, indudablemente, no eran unos seres humanos normales y corrientes sino seres de otra dimensión. En efecto la habilidad, paciencia y diligencia que tenían que poseer para restaurar fielmente, sin modificar su auténtica esencia, origen y naturaleza, obras antiguas y valiosas era fuera de lo normal. La dedicación, la entrega y el esfuerzo que conllevaba elegir los tejidos y los colores para seguidamente combinarlos y arreglarlos como unos artesanos de antaño, como unos amanuenses de los tejidos, como unos incunables de los vestidos, no podía ser fruto de la labor de dos sujetos terrestres. Nunca me había parado en pensar en quien estaba, literalmente, detrás de las obras, en perfectas condiciones, de las que todo el mundo disfrutaba en las diferentes sedes expositivas españolas; nunca había imaginado lo que escondía la parte posterior de cualquier pieza artística; nunca había reflexionado sobre anónimo e intenso trabajo que suponía la conservación de cada centímetro cuadrado de una vestimienta de antaño, de un manto o, por ejemplo, de un Martirio de San Jorge, del 1489, tendido ante nuestros ojos.

Una profunda admiración me salió del corazón hacia esos dos ejemplares de mujeres (¿de otro planeta?) que pasaban cada día horas y horas en un sótano escondido de un edificio apartado, tejiendo, confiadas y entregadas como unas penélopes del Tercer Milenio.

Finalizadas sus interesantes explicaciones, todos nosotros, los visitantes de la Tierra, aplaudimos al unísono esa labor paranormal, digna de mención y honor, y, después de las afectuosas despedidas, subimos a la planta cero, al corazón del edificio, al núcleo del Instituto ocupado por esa impresionante y escenográfica biblioteca circular que había entrevisto desde la llamativa cúpula acristalada de la planta de arriba.

20230316_131701

Miles de libros, distribuidos a lo largo de cinco galerías circulares, me rodeaban, nunca mejor dicho, me envolvían y me abrazaban con sus diferentes formas y colores. Hubiera podido quedarme allí horas y horas en estática contemplación, disfrutando de ese panorama literario iluminado por el óculo central que, salvando las debidas y patrióticas distancias, recordaba el del Panteón de Roma. Estaba soñando con los ojos abiertos en ese espacio tan escenográfico y culto, reino del silencio y la sabiduría, donde cualquier interesado en la materia hubiera podido pasar una vida entera leyendo, aprendiendo y disfrutando.

Pero el tiempo de la ensoñación había acabado, como me recordaba la encantadora responsable de ese mundo tan evocador que, muy a su pesar, tuvo que devolverme prepotentemente a la realidad, obligándome a salir de ese lugar espectacular para volver a la planta primera, la del principio, y ahora la del fin, de la visita.

Renuncié entonces a mis historias de ciencia-ficción, saludé a los extraordinarios habitantes de esa pseudo nave espacial llamada I.P.C.E. y volví a la realidad de Madrid, mientras ella, tras de mí, se elevaba silenciosamente hasta el infinito… ¡y más allá!   

Categorías: EDIFICIOS | Etiquetas: , , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por el Spa del hotel Pestana Plaza Mayor: una mañana de capricho

Hay días en los que quieres, y debes, desconectar; hay días en los que quieres, y debes, olvidarte de las tareas, y preocupaciones, cotidianas; hay día en los que quieres, y debes, pensar sólo en ti misma, por el motivo que sea.

Hoy ha sido el día.

Desde hace tiempo tenía fichado un SPA madrileño en pleno centro, no un SPA cualquiera, sino un SPA especial, peculiar y original, alojado, casi oculto, en los bajos de un hotel, el Pestana Plaza Mayor, que más castizo no puede ser ya que se encuentra ubicado en esta celebre, y principal, plaza del Madrid de los Austrias. Hoy, entonces, ha sido el día para descubrirlo y disfrutarlo en compañía de una buena amiga mía, impecable madre, esposa y mujer que, a la par de la que suscribe, quería evadirse de la cotidianidad, aunque fuera sólo por un día, aunque fuera sólo por una mañana…

Así que, casi sobre la marcha, aparcando repentinamente, y sin arrepentimiento, nuestros compromisos familiares y profesionales en nombre de una amistad que no necesita una frecuentación diaria, ya estábamos las dos, felices y emocionadas, frente al mencionado hotel, inaugurado casi cuatro años atrás, cuya deslumbrante fachada se reflejaba en la de la celebre Casa de la Panadería – que aloja actualmente en su Salón de Columnas un renovado y acogedor Centro de Turismo–. Después de las fotos de rigor entramos, sin saberlo, por el que, en realidad, es el acceso posterior del hotel, el que da a la histórica plaza mayor capitalina y. después de unos minutos de inevitable desorientación, alcanzamos finalmente la recepción, tras  bajar por una imperiosa escalera y cruzar un coqueto patio interior, cubierto por un techo de cristal, donde las pintorescas mesas y sillas ya estaban bellamente preparadas para recibir a los futuros comensales del mediodía. Allí preguntamos por nuestro destino, el tan deseado SPA, mientras que un aroma, dulce y embriagador, nos envolvía silenciosamente.

Nos indicaron un pasillo, elegante y oscuro, con muros de ladrillos y espejos antiguos en la pared, en forma de L, que era imposible adivinar a donde conducía. Pero daba igual. Las dos, empujadas por ese magnífico olor que nos atraía y nos llamaba, como si se tratara de las engañosas y despiadadas sirenas de una Odisea ítalo-española, nos lanzamos encantadas hacia esa cautivadora oscuridad, hacia ese escenográfico túnel al final del cual encontraríamos la luz, la luz del bienestar, la luz de un paraíso terrenal. Y así fue.

Tras unos pocos pasos, a piedi, se materializó ante nosotras la preciosa, y cuidada, recepción del SPA. Adrián, uno de los masajistas, nos esperaba con los brazos abiertos y una sonrisa en los labios y, amablemente, nos mostró las instalaciones de este fantástico lugar: los vestuarios, con ducha incorporada, impolutos y relucientes, a la par de los lavabos de enfrente, las taquillas, los baños y, más allá, el verdadero reino de la paz y del placer: el Spa propiamente dicho.

20230307_112025Allí estaba la sauna, con los clásicos interiores de madera, protegida por una cristalera e iluminada con unos relajantes tonos violetas; a continuación, una ducha, con agua fría y caliente, en función del contraste térmico que se quería experimentar, y, finalmente, la auténtica joya de la corona: la piscina climatizada, envuelta en una mágica y fantástica atmosfera de mil y unas noches.

Pero antes de disfrutar o, mejor dicho, de meternos de lleno en ese tesoro acuático casi escondido, casi prohibido, nuestro anfitrión nos enseñó también un par de curiosas y llamativas salas, más bien salitas, de estar, donde, entre cómodas almohadas, era posible descansar y, literalmente, encerrarnos en nuestros pensamientos a través de unas preciosas y evocadoras celosías de estilo árabe. Al otro lado, se encontraba también un pequeño y precioso gimnasio, con unas cuantas máquinas (de tortura) relucientes, cuyo uso descartamos enseguida a pesar de la belleza inspiradora del espacio que lo alojaba, parecido al de la piscina, con techo abovedado y rodeado de los originarios muros de ladrillo visto pertenecientes a la antigua carbonera, que anteriormente ocupaba el lugar del SPA. Y a su lado, escondida tras otra sugerente celosía, una hermosa y sugerente estancia, exótica y cautivadora, destinada a los tratamientos corporales, individuales o en pareja, como en nuestro caso.

El conjunto de esas salas y la piscina era verdaderamente fascinante, igual, sino mejor, de cómo aparecía en las fotos, y, encantadas, nos dejamos atrapar por ese estilo oriental tan peculiar, por esos estudiados tonos oscuros, por esa cálida iluminación, por esas alfombras elaboradas, por esas sillas de mimbre y mesillas de madera y, en general, por esa decoración tan exquisita, de árabe remembranza, sencilla pero acertada.

20230307_113946Después del obligado reportaje, con la paciente e inestimable ayuda de mi “compañera de fatigas”, llegó, por fin, el momento de sumergirnos de lleno, nunca mejor dicho, en ese templo de la Salus Per Aquam.

Las dos solas, por el momento, listas, mental y físicamente, para enfrentarnos a nuestros deseos de desconectar y distraernos, después de una ducha caliente –en ningún momento contemplamos la posibilidad de utilizar el agua fría– nos tiramos (casi) literalmente a la piscina. Abrazadas por los sólidos arcos y contrafuertes en piedra del originario y antiguo edificio y por una especie de ventanas (in)discretas que dejaban traspasar un halo de luz natural –y que antes servían para la descarga del carbón desde la superficie de la plaza Mayor–, la paz y tranquilidad se apoderó de nosotras. No hacía falta nada más.

La presencia de esa mágica agua subterránea –que me recordaba el embrujo de la Cisterna Basílica de Estambul–, el sugestivo entorno y nuestra amistad era todo lo que se necesitaba para que nos relajáramos poco a poco, para que fluyeran lentamente las palabras, para que se alejaran plácidamente los pensamientos negativos y para que la falta de gravedad levantara nuestros cuerpos, y nuestras almas…

Y tras un buen rato en este místico y catártico estado, fue el calor seco de la sauna el que nos abrazó ardientemente con sus ochenta grados. Los minutos pasaban, las charlas pausadas seguían, las sonrisas se sucedían y las miradas se endulzaban. No notábamos ni siquiera el calor, y la sequedad, en aumento, centradas en pensar egoístamente solo en nosotras y en nuestro momento… Fue sólo gracias a, o por culpa de, nuestro atento anfitrión, anunciándonos que había llegado nuestra hora… ¡de (más) placer! que nos despertamos del catatónico ensimismamiento.

Un masaje nos esperaba en esa cabina tan original que habíamos visto antes y que, en realidad, parecía una romántica y evocadora cueva, decorada con aceites corporales y toallas suaves. Nos cambiamos una vez más, nos tendimos las dos boca abajo en dos camillas flanqueadas, sin parar de agradecer la suerte de ese día, y, al cabo de unos minutos hicieron acto de presencia en la original estancia dos masajistas. Se apagaron las luces, ya de por sí tenues, la sugestiva oscuridad volvió a hacer acto de presencia y una música celestial, de puro y total relax, empezó a sonar. Fueron entonces los hábiles y entregados profesionales los que se encargaron de exaltar el encanto de una aromaterapia sensacional.

20230307_111846Sus manos empezaron a deslizarse por nuestros cuerpos, desde los pies hasta la cabeza y viceversa; sus manos, delicadas pero firmes, y con un calor progresivo, relajaban todos nuestros músculos, nervios, tendones, y también michelines; obnubilándonos el cuerpo y la mente; sus dedos, fuertes y ligeros, descontracturaban cada una de las vértebras de nuestra columna fatigada; las toallas, a diferentes temperaturas, nos envolvían en cálidos y escalofriantes abrazos; los diferentes aceites impregnaban la piel de un dulce aroma, y el silencio, imperioso y potente, se imponía en el fantástico ambiente…

Ninguna de las dos hablaba, cada una disfrutando de su masaje, cada una gozando de ese viaje. El tiempo se había parado. Estábamos en otra dimensión, en un universo paralelo, con los ojos cerrados y los corazones abiertos. El sueño de una mañana de invierno se acababa de realizar: la fantasía, desenfrenada, había volado, la alegría, interior, se había desatado.

Pero el gran final también había llegado.

Los dos profesionales, discretos y respetuosos, nos murmuraron al oído la (triste) noticia mientras que las dos, tendidas en las mágicas camillas que nos habían trasladado a otro mundo, esa cabina que no teníamos ninguna gana de abandonar para regresar a la realidad, así que nos resistíamos a incorporarnos, esperando un milagro que nos permitiera quedarnos allí el resto del día, y también de la noche, para probar todos los múltiples tratamientos, masajes y rituales que se ofrecen en el SPA.

Pero hoy no era el día para otro sueño (prohibido) de amigas y mujeres (¡¿desesperadas?!), de modo que, con mucho esfuerzo, las dos, “en plan zen”, felizmente desorientadas, casi adormiladas, después de tomar un hidratante té y una infusión, nos despedimos de nuestros ángeles de la guarda, más bien unos magos del deleite, y salimos finalmente del hotel, esta vez por el acceso principal, el que da a la calle Imperial 8, allá donde un tiempo se encontraba una estación de bomberos. Nos dirigimos hacia la Plaza Mayor, sin caer en la tentación de un típico, y tópico, bocadillo de calamares madrileño, y, bajo la luz del sol que ahora invadía la plaza y su gente, mirando una última vez con nostálgico placer la fachada posterior del hotel, nos dirigimos al aparcamiento, camino de nuestras tareas, compromisos y responsabilidades, familiares y profesionales, cotidianas…

– “¿Y si huimos a lo Thelma y Louise?” – me preguntó ella entre risas. Nuestras cómplices miradas, y unas cuantas sonrisas, se cruzaron, el coche arrancó, nos cogimos de la mano y nos lanzamos por las calles del centro de Madrid… ¡hasta el infinito y más allá!

Pero esta ya es otra historia…

P.S. Este relato también se incluirá en el futuro libro «Aliapiedi… en Madrid» (work in progress!)

Categorías: EDIFICIOS | Etiquetas: , , , , , | 2 comentarios

«Aliapiedi… en Madrid» por la Real Academia de Medicina: el conserje-guía y la italiana (Segunda parte)

[… Sigue] Él, desconsolado, me juraba y perjuraba, que, muy a su pesar, no podía hacer nada al respecto, que dependía de la voluntad del bibliotecario y que éste, con toda probabilidad, no me dejaría acceder, dada la presencia de eruditos y sabios estudiosos del mundo de la medicina.

Pero ¿por qué no intentarlo? le pregunté yo guiñándole el ojo.

Y tras recorrer una preciosa escalera de antaño y cruzar una antesala donde, custodiados por unas vitrinas, se exhibían valiosos documentos relacionados con el mundo de la medicina, ya me encontraba en la planta de arriba, siempre a su lado, ante una imperiosa puerta de madera, cerrada a cal y canto. Él la abrió sigilosa y delicadamente, con esa prudencia que tanto le caracterizaba, y murmullando desde la lejanía al bibliotecario, le pidió humildemente si podía dejarme pasar para tomar unas fotos. El serio y autoritario guardián de ese reino escondido, tras haberme rápidamente observado de los pies a la cabeza, con un solemne gesto de la cabeza… ¡asintió!

¡No me lo podía creer!

Accedí a ese lugar sagrado dando cabezazos de alegría y conteniendo mis ganas de gritar y dar saltos de júbilo, mientras que mi conserje favorito, volvía a sus tareas, despidiéndose de mí. Centenares, miles, de libros me envolvieron con las letras doradas de sus títulos, con sus lomos antiguos, con sus hojas amarillentas de escritos del pasado. Un par de valiosas mesas, rodeadas de sillas, de antaño, unas lámparas de latón y tonos verdes y un simpático reloj de madera encima de ellas constituían el evocador mobiliario que complementaba el de las espectaculares estanterías, dotadas de una elaborada reja en el segundo nivel. Al encanto y calor decorativo de esa habitación se sumaba el de unos radiadores de época y un parqué de verdad, que crujía a cada uno de mis emocionados pasos. Intentando mantener la compostura, frenando mi euforia, realicé un nutrido reportaje sin molestar a la única persona allí presente, hasta que, pletórica, abandoné esa exclusiva biblioteca, dando las gracias a su valioso guardián.

Y como si no fuera suficiente todo lo que ya había visto y disfrutado, ya que estaba sola en esa primera planta, de puntillas aproveché para explorarla, como si fuera un ladrón de guante blanco. Entré en una nueva sala, más pequeña que la anterior, dedicada a José Botella Llusiá, parte del Museo de Medicina Infanta Margarita, donde, tras unas vitrinas, se exhibían decenas, puede que un centenar, de microscopios; accedí a una habitación contigua, desde cuya ventana indiscreta se podía espiar el imperioso patio central, y, volviendo sobre mis pasos, me colé en el Salón de Gobierno, también decorado con centenares de libros, enciclopedias y revistas de antaño, protegidas en nobles estanterías de madera que rodeaban una larga mesa central iluminada por un par de lámparas de cristal que recordaban, con sus dimensiones reducidas, a la de la planta baja.

Podía haber estado allí todo el tiempo que me hubiera apetecido, pues no había nadie y las pocas, y autoritarias, personas que se cruzaban en mi camino me saludaban como si fuera de la casa. Respetuosa y educada devolvía los saludos con afecto y simpatía hasta que decidí regresar a la planta baja para despedirme ya de una vez, y de verdad, del verdadero amo de esa casa, el conserje de la Real Academia de Medicina.

Le agradecí su amabilidad y cortesía, le felicité por su sabiduría y le abracé imaginariamente con mis sonrisas y palabras italianas.

“Grazie, complimenti e a presto, amico mio!”, no te olvidaré.

20230214_120249

Detalle de la Biblioteca

Categorías: EDIFICIOS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por la Real Academia de Medicina: el conserje-guía y la italiana (Primera parte)

Hay días más afortunados y menos afortunados: éste fue uno de los primeros.

Estaba en Callao, a la salida de un conocido centro comercial “inglés”, y aún disponía de buena parte de la mañana para pasear a piedi por el centro de Madrid. Abrí mi Google Maps personalizado y vi que, entre los múltiples sitios de interés “aliapiediesco” virtualmente apuntados, a unos pocos centenares de metros se encontraba la Real Academia de Medicina.

A pesar de que en los días anteriores había sido claramente ignorada mi petición por email de visitarla, ahora, teniéndola tan cerca, no podía dejar escapar la ocasión de intentarlo en persona. Llegué entonces al número 12 de la calle Arrieta y ante mi apareció este edificio, enredado, nunca mejor dicho, por unas obras de mejora de su fachada de estilo neoclásico. El imperial portal, impresionantemente embellecido por dos columnas en forma de Hércules, ya de por sí, prometía y, después de la foto de rigor, más bien una decena, con paso firme y decidido entré allí o, por lo menos, esa fue mi intención.

Un obrero, uno de los muchos que con soltura entraban y salían de allí como si se tratara de su casa, me detuvo justo en el zaguán, explicándome que el acceso estaba prohibido por los (evidentes) trabajos en curso. Le miré perpleja y desconcertada: ¿No sabía ese hombre con quien estaba hablando? ¿No sabía que mi clara e irrenunciable voluntad era la de acceder a ese sitio? ¿No sabía que no hubiera aceptado un no por respuesta? Así que, sin inmutarme, le repliqué que necesitaba pedir una información y él, advirtiendo mi firmeza, me dejó pasar sin rechistar e indicándome a quién tenía que dirigirme. Dicho y hecho retomé mi camino hacia delante, con paso aún más firme, como si fuera una verdadera, autoritaria y “real” académica de la Medicina.

Mi siguiente interlocutor, el veterano conserje del edificio, educada y pacientemente escuchó mi deseo de realizar tan inoportuna cuan improbable visita guiada mientras que alrededor de nosotros se alternaban empleados de todo tipo llevando escombros, alfombras, papeles y más enseres no bien identificados. El amable, muy amable, señor, con tono avergonzado, me respondió que durante la pandemia tales visitas habían sido suspendidas y que, muy a su pesar, aún no habían sido reanudadas. Pero, y una vez más, hoy no iba a rendirme tan fácilmente, no iba a aceptar resignadamente un no por respuesta, no iba a volver sobre mis pasos tan fácilmente.

A sus espaldas, en efecto, entre la mudanza en curso, había entrevisto un suntuoso patio, con una enorme alfombra central y una impresionante lámpara de cristal: esos dos elementos eran demasiados invitantes para dejarlos allí donde estaban, a unos pocos pasos de mi mirada fisgona. Le pregunté entonces si, por lo menos, podía acercarme a ese sitio para tomar unas fotos y él, delicadamente, como si sufriera al negarse, asintió con la cabeza. Dicho y hecho mi dulce escolta-cicerone me llevó a ese suntuoso Patio de Honor, coronado por una espectacular vidriera y enmarcado por arcos y columnas, como si de un magnífico templo se tratara. Y mientras tomaba fotos desde todas las perspectivas posibles, intentando no chocar con los obreros en plena acción, me percaté de que al fondo de éste había una puerta entreabierta que dejaba suponer una nueva sorpresa. Mi detector de tesoros escondidos se había activado y, con delicada desfachatez, pregunté nuevamente a mi acompañante si podía acercarme también a esa sala. El hombre, incapaz de decir(me) que no, me acompañó entonces hasta el impresionante Salón de Actos, que se estaba engalanando para la solemne sesión inaugural del curso académico 2023 de esa misma tarde.

Llena de entusiasmo y gratitud, con los ojos abiertos de par en par, me encontré en una especie de suntuoso teatro -de hecho su modelo de referencia fue el antiteatro de la Escuela de Medicina de Londres-, con sillas de madera y telas rojas, decorado con medallones de médicos y enriquecido por una sinuosa balconada en voladizo y una nueva y espectacular vidriera, engalanada con las cabezas de Hipócrates y Galeno, que competía en belleza con un enorme arco central dominado por la cabeza de una diosa.

Rodeada por ese hermoso panorama, no daba crédito a mi suerte.

Satisfecha, siempre escoltada por mi fiel amigo, le agradecí esa improvisada visita guiada -con todo lo que él sabía y me contaba parecía un auténtico guía, tal y como le hice saber-, interrogándole ambigua y maliciosamente sobre los demás espacios incluidos en las visitas guiadas del pasado. El hombre, tembloroso ante esta nueva pregunta con retintín -listo él, ya había entendido cual iba a ser mi siguiente petición-, con un hilo de voz me contestó que los de la primera planta, donde había una exposición permanente y una biblioteca. Apenas pronunciadas esas palabras, percibí su instantáneo arrepentimiento, consciente de que se había metido en otro lío, y utilicé todos los recursos a mi alcance, sonrisas, lágrimas y dulces palabras en italiano para que me dejara acercarme allí… [Continuará… ]

20230214_115758

El suntuoso Patio de Honor

Categorías: EDIFICIOS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por San Nicolás de Bari: el museo más pequeño de la capital

En mi post sobre la muralla árabe, el histórico “punto cero” madrileño, comenté que es lo único que queda del pasado musulmán de Madrid, con exclusión de algún alminar reutilizado como campanario. Es éste el caso de San Nicolás de Bari de los Servitas, la iglesia más antigua de la capital, parroquia de la comunidad italiana en España, y por ello apodada “la iglesia de los italianos”, a la cual tengo mucho cariño por obvias razones patrióticas y también materno-familiares.

El domingo pasado, después de muchos años, volví a acercarme a piedi a este templo del siglo XII que intenta pasar desapercibido en el entramado de callecitas y plazoletas que conforman el sugestivo Madrid de los Austrias. Llegué a la tranquila plaza del Biombo, con su coqueta fuente de cinco caños adosada a los muros posteriores de un edificio de viviendas que, entre antiestéticas escaleras de emergencias, no se avergonzaba de enseñar la ropa tendida, y, unos pocos pasos más allá, en la esquina con la Travesía del Biombo, apareció el ábside de esta iglesia y su histórica torre, discreta y reservada. Después de haberla fotografiada en su totalidad haciendo alarde de mis dotes de (frustrada) contorsionista, crucé el pasaje medieval de la mencionada travesía y me acerqué a la puerta de entrada, en la plaza de San Nicolás, que, abierta de par en par, quería invitarme a entrar para recordar aquellos tiempos lejanos cuando, con los niños pequeños, alumnos de la Scuola statale italiana de Madrid, veníamos aquí a oír la misa de Navidad, en italiano, por supuesto.

Aceptada la invitación, crucé el pórtico de entrada de granito bajo la mirada del mismísimo San Nicolás, obra del escultor Luis Salvador Carmona, y, después de haber esperado que finalizara la función religiosa, me puse a deambular por la iglesia de la cual había olvidado por completo la decoración interior, fruto, como el resto de la estructura, de una reforma del siglo XVII. Al fondo del templo, justo en frente de la capilla de la Dolorosa que, coronada por una cúpula circular con linterna, conservaba tras unas rejas del siglo XVII, un retablo neoclásico, unas tallas y un busto en terracota policromada del siglo XVIII, me fijé en su hermana gemela que, en lugar de custodiar la imagen santa de una Virgen, atesoraba una pequeña y simbólica exposición permanente, puede que una de las más pequeñas de la capital. Se trataba de un sorprendente micro-museo dedicado al pasado musulmán de Madrid y a la mirable labor de los alarifes y albañiles mudéjares que, en época cristiana, habían construido, según una teoría, el alminar de una vieja mezquita o, según otra, la torre mudéjar muy primitiva de esta iglesia. Entre los documentos y objetos expuestos destacaba, en el centro, una maqueta de la famosa torre, cuyo chapitel herreriano es un añadido del siglo XVIII, especificándose no solo que su interior se mantiene intacto, sino que también conserva un espléndido basamento de sillares de pedernal. Inútil decir que mientras leía esa información a través de los barrotes de una despiada reja me entraron unas ganas irrefrenables, primero, de visitar los sótanos de la iglesia y, después, de subirme a la torre para verificar lo que acababa de aprender. Pero el cura estaba ocupado en una charla con un par de fieles y no había nadie más a quien preguntar sobre esa (im)posible visita que se me acababa de antojar.

Dejé entonces atrás ese altar sui generis que rendía homenaje a la labor de los artífices musulmanes, salí de San Nicolás, eché una última mirada a su antigua torre, símbolo de la unión, por lo menos a nivel profesional, de árabes y cristianos, y me despedí de ella con un “arrivederci”, ¡orgullosa de mi italianidad y de mi iglesia!

P.S. Esta historia «aliapiedesca» se incluirá también en el futuro libro «Aliapiedi… en Madrid» (work in progress!)

20230212_133950

Categorías: IGLESIAS, MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , , , , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por la plaza de la Cebada: con las «alas en los pies» en el Centro Deportivo Municipal

En el barrio popular y equivocadamente llamado de “La Latina” – que no existe administrativamente ya que, en realidad, pertenece al de “Palacio” –, sobre las cenizas de un ambiguo, y a la vez pintoresco, “Campo de Cebada” autogestionado, donde entre huertos urbanos, fumo (¿sexo?) y rock and roll, tenían lugar proyecciones, eventos y exposiciones de todo género y tipo, se levanta ahora un flamante centro deportivo municipal que sustituye a aquél que en este mismo solar se construyó a finales de los años sesenta del siglo pasado y que fue derribado casi cuarenta años después. Su original estructura exterior, de dominantes tonos claros, parece desafiar los colores animados de las cúpulas del cercano y renovado mercado de La Cebada, obra de Boa Mistura, mientras que sus ventanales acristalados, a pie de calle, parcialmente cubiertos por unas grises bandas horizontales, atraen sutilmente las miradas indiscretas de los atentos paseantes. Esas antipáticas barreras visuales, en efecto, dejan entrever una piscina cubierta donde voluntariosos nadadores, de día y de noche, realizan decenas de largos con alegría y pasión – o así me los imagino yo, obligada a nadar casi todos los días por prescripción médica y no por puro disfrute personal –, provocando a sabiendas las ganas de cualquiera o, por lo menos, las mías, de observar más de cerca ese lugar.

Así fue como una mañana cualquiera, después de haber preguntado inocentemente en recepción si podía acceder a esa zona, me entretuve paseando a piedi por todas las plantas de este gimnasio en compañía de un amable monitor y de otra fisgona como yo – o puede que fuera una verdadera deportista interesada en el tema –, visitando sus pabellones y las múltiples y relucientes salas de fitness y musculación, repletas de unas extrañas máquinas de tortura de última generación que, con solo verlas en acción, me provocaban a la vez miedo y sudor. Pero máxima fue mi sorpresa cuando, en la azotea del edificio en cuestión, me topé con una escenográfica y curvilínea pista de atletismo que, con sus tonos azules, serpentea encima de la plaza de la Cebada. Desde allí arriba, donde sólo entrenaban dos atrevidos atletas, desafiando las intemperies de un soleado pero gélido día invernal, tomé unas cuantas “fotos de altura” de los edificios que rodean este peculiar gimnasio urbano: el mencionado y popular mercado, el teatro La Latina – donde siguen cantando los maravillosos “chicos de oro” de “Los chicos del coro” – , un palacio imperioso a su lado, y la recién inaugurada plazoleta dedicada a Lina Morgan -en realidad, un trozo de espacio robado a la mencionada plaza principal-. No pude disfrutar mucho de ese peculiar e inesperado panorama no sólo por el riesgo de congelación sino también porque aún me esperaba mi verdadero (y olvidado) objetivo del día: la piscina que durante tanto tiempo había intentado evitar mi mirada acosadora. Allí estaba ella, flanqueada por otra de menor tamaño, llena de agua salada a una temperatura correcta para cualquiera, casi unos 27º, pero inaguantable para una friolera como yo – la de mi barrio, afortunadamente, para mi cuerpo y mi mente, ronda los 28º -. Ya no era tan inalcanzable como antes: la tenía literalmente a mis pies y ya no me interesaba.

Salí del original centro deportivo municipal “La Cebada”, entré en el metro de “La Latina” y me topé con una nueva sorpresa: un mural de más de dos mil piezas de cerámica pintadas a mano que, como un mapa temático ilustrado, enseña todos los sitios frecuentados por Lina Morgan, la célebre actriz que nació y pasó gran parte de su vida en este barrio madrileño, ¡el de Palacio, y no el de La Latina! 

20230125_115351

Categorías: BARRIOS... A PIEDI, CALLES y PLAZAS, EDIFICIOS | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

«Aliapiedi… en Madrid» por la muralla árabe: el verdadero kilómetro cero madrileño

¡Empezamos desde cero!

O, mejor dicho, volvemos a empezar desde cero, donde todo inició, donde Madrid nació y donde se sembró la semilla para mi futura pasión hacia esta bella villa y capital de España.

Es aquí, en efecto, en esta empinada Cuesta de la Vega donde un tiempo se abría, o se cerraba, la homónima puerta, donde hace trece siglos Muhammed I, quinto emir omeya de Córdoba, decidió levantar la fortaleza de Magerit, junto con una pequeña medina y una muralla, de la cual sigue resistiendo contra el paso del tiempo este lienzo de ciento veinte metros de longitud y dos y medio de espesor: es lo único que queda del pasado musulmán de Madrid, con exclusión de algún alminar reutilizado como campanario, y es aquí, por ende, donde habría que ubicar el kilómetro cero capitalino o, por lo menos, mi kilómetro cero «aliapiedesco», sin ánimo de quitarle protagonismo a aquel que, a casi un kilómetro (¡!) de distancia, sigue marcando bajo los pies, y las pisadas, de millares de paseantes diarios el punto de salida de las carreteras radiales españolas, aguantando estoicamente las periódicas obras de la Puerta del Sol.

Pero ese es un kilómetro cero moderno y, en cierto sentido, artificial; éste es un kilómetro cero histórico y real. Es aquí donde han empezado la(s) historia(s), y las leyendas, que a lo largo de los siglos han ido formando los «Pilares de la Tierra» madrileña, y es aquí donde, agradecida al mencionado emir, al cual está dedicado el homónimo parque, más bien parquecito, de estilo andalusí que parece abrazar, casi sustentar, este valioso y supérstite trozo de muralla árabe, donde volveré a andar a piedi por el Magerit de entonces, por el Madrid de ahora:

¡Empieza (otra vez) la aventura bloguera “aliapiedesca” y empieza (por primera vez) la aventura literaria del futuro «Aliapiedi… en Madrid»!

Categorías: EDIFICIOS, INTRODUCCION, PARQUES Y JARDINES | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

Torre Loizaga: El Reto (Segunda parte)

[Sigue… ] María, siempre a nuestro lado, nos llevó por el extenso parque, tan extenso que los cuatro habíamos perdido por completo la orientación, y de repente, entre las plantas frondosas y la hiedra trepadora, como en un sueño o en un cuadro romántico, apareció una muralla y una puerta flanqueada por dos torres.

20220831_113517Estábamos acercándonos poco a poco a la torre, al corazón palpitante de ese lugar, al centro de la colección y a un jardín aún más cuidado que el del recinto anterior, donde la hierba, perfectamente cortada y embellecida por una fuente pintoresca, parecía el green de un campo de golf.20220831_121617

Ese sitio era el perfecto decorado para centenares de historias –ya no delictuosas–, que empezaban a rondar a toda velocidad en mi cabeza: cuentos de mil y una noches, intrépidas y trepidantes aventuras de amor o épicas películas de ciencia ficción –por ejemplo, como escenario de uno de los fabulosos Reinos de Juego de Tronos–.

20220831_115443Sin embargo, la propia realidad, sin necesidad de recurrir a mi desenfrenada imaginación, ya nos estaba preparando una nueva e intensa emoción…

Un mágico y cuarto pabellón, cubierto por láminas de madera, apareció entre la vegetación y, una vez más, se nos cortó la respiración.

Una nueva y larga fila de Rolls Royce de diferentes décadas hizo acto de presencia y un silencio sepulcral, mezcla especial de admiración y respeto reverencial, se apoderó del ambiente. María, acostumbrada desde siempre a ese esplendor, nos guiaba con facilidad y soltura en ese mar de relucientes coches de diferentes tipo y colores que componían una armoniosa ola de carrocerías.

20220831_114123Abría las danzas como una cautivadora sirena un Bentley 3,5 Saloon del 1934, gris metalizado, que, si no hubiera sido por el diferente emblema y la diferente orientación de las parrillas del radiador, bien se hubiera podido confundir con todos los ejemplares “rollsroycianos” que le seguían –no en vano Bentley fue adquirida por la rival Rolls Royce en el 1931 y entre el 1949 y el 2002 las dos marcas siguieron la misma línea de fabricación en la nueva planta de Crewe–.

Tras él, en esa construcción dedicada al periodo «entreguerras», se presentaban en pompa magna los magníficos colegas de la doble R entrelazada: unos Silver Wraith de los años cincuenta, entre los cuales destacaban dos limusinas que habían pertenecido a la flota de vehículos de la mismísima Familia Real británica y que, por ese mismo motivo, ostentaban unos rasgos particulares, como los asientos tapizados en tela, la ausencia de cromados en las puertas o de las placas de las matrículas, un soporte en el techo para lucir el escudo de Armas Real y un foco de color azul para el uso de las dignidades durante las visitas en las colonias; un negro Silver Dawn con carrocería estándar de acero y un “Espíritu del Éxtasis” arrodillado en su radiador, como en los anteriores Silver Wraith, elemento que se había introducido en el mercado al finalizar la segunda Guerra Mundial; unos Silver Cloud, serie I-II-III, que hacían las delicias de todos nosotros, y, en  su día, también las del rey Raniero de Mónaco que utilizó el primero de ellos para su espectacular boda monegasca-hollywoodiana, y, para finalizar, unos más “modestos” “Baby Rolls” de los años Treinta, modelos 20HP, 20/25 HP y 25/30 HP, así llamados porque, en la dura época de la recesión que siguió a la postguerra, estaban destinados a unos “humildes” conductores propietarios, y no a sus chóferes.

20220831_115054-1

Y si todo ello fuera poco, al lado de ese pabellón, comunicado con el mismo, estaba otro, el quinto, puede que el más exclusivo de todos, o así creíamos nosotros, dedicado a la increíble serie “Phantom”, a la cual se unían cuatro ejemplares de Silver Ghost de los años Veinte del siglo pasado. Nuestra guía nos comentó que esa era una de las pocas salas en el mundo donde se exhibían estos modelos, desde el I al VI, que decidí compartir inmediatamente por WhatsApp con mi hermano, apasionado de los coches desde sus años mozos, hasta el punto de ser capaz de identificarlos con sólo escuchar el ruido de un motor.

20220831_115001 Era inmensa la emoción que me provocaba ver desfilar todos esos ejemplares ante mis ojos: un Phantom VI del 1970 que había pertenecido al productor de cine estadounidense Sam Spiegel, un modelo que había desfilado por las calles londinense durante el Jubileo de Plata de la Reina Isabel; un  Phantom III, versión Limousine, del 1936; un Landualette, del 1937, que tenía la misma disposición de las ruedas y los mismos colores, negro y amarillo, que el utilizado por el villano Goldfinger en la homónima película de James Bond

20220831_114915Y más y más… El despliegue parecía no tener límites.

Había también un Phantom IV del 1956, de cobre dorado y plata, cuyo originario propietario había sido el Emir de Kuwait –había encargado “sólo” tres ejemplares–, y por ello dotado de una protección especial para evitar que entrara la arena en el interior o en el motor –no en vano ese modelo era el favorito de jefes de Estado y casas reales, como la Reina de Inglaterra, el Shá de Persia o el Aga Khan–.

20220831_114944También había un Phantom V Touring Limousine negro del 1961, de seis metros de longitud, que recordaba al de John Lennon, con ese aspecto psicodélico de color amarillo y dotado, en la parte posterior, de una cama doble, en lugar del asiento trasero, y de telvisión, heladera, teléfono, sistema de sonido y, por supuesto, reproductor de discos… ¡extravagancias de los ricos!

20220831_115207Y, para finalizar en belleza y originalidad, un vistoso Phantom II Cabrio del 1930, en aluminio pulido e interior en cuero rojo, flanqueado por otro, más “sobrio”, modelo Limousine, de color negro y típico aire inglés. ¿Qué más se podía pedir? ¿Quién podía imaginar que existía alguien de verdad que, en la realidad, tuviera una colección de coches, a escala real, igual a la de menores dimensiones, con la que jugaba mi hermano mayor de pequeño? Admito que, anta semejante belleza, yo misma, que nunca me había interesado en el mundo del motor, empezaba a apasionarme y a fantasear con la idea de asistir, en familia, a competiciones, concursos y exhibiciones de coches de época, con la intención de aprender algo más, y disfrutar, de ese mundo tan glamouroso y especial…

20220831_121409Pero no podía entretenerme con mis sueños: la visita, a pesar de todo lo que ya habíamos gozado, seguía adelante, más adelante que nunca, camino de una imponente puerta de madera, que, decorada con un noble escudo, parecido, en mi imaginación, al de la flor de lis medicea, iba a llevarnos al sexto y último pabellón.

María, reina sin corona, pero con mucho brillo, de esa mágica torre-castillo, abrió fácilmente ese sólido portal y una espectacular cueva de Ali Babá nos alumbró.

Ese pabellón, que en realidad era una sala monumental de aire medieval, de espesos muros de piedra, lujosas alfombras, imperiales lámparas y techos de madera, atesoraba las auténticas joyas de la corona, las preciosas, luminosas y esplendorosas joyas de una increíble corona decorada con unos diamantes, seis para ser exactos, llamados Silver Ghost, más valiosos que los rubies por su alta fiabilidad también en territorios inhóspitos como el desierto, según las palabras del mismísimo Lawrence de Arabia.

Ese increíble lugar, acertadamente bautizado por el historiador y escritor inglés John Fasal como “Hall Baronnial”, era el templo dedicado a la esencia, pureza, arte y elegancia de la originaria fábrica inglesa…

20220831_115659

A pesar de que a lo largo del recorrido ya nos habíamos ido acostumbrando al lujo y al esplendor, esa parte de la colección, y el impresionante cofre que la custodiaba, nos dejó a todos sin palabras, con excepción de María que, sin darle mucha importancia, nos comentaba que, si su tío hubiera vivido más tiempo, hubiera intentado convertir también los anteriores pabellones en (suntuosos) salones como aquél. El espacio era ideal para proteger esos últimos modelos que, como auténticas estrellas hollywoodiana, desfilaban uno tras otro sobre alfombras rojas y persas, bajo los reflectores de antorchas artificiales.

El primer Rolls-Royce que se prestó a posar para nuestras cámaras fue un espectacular Silver Ghost Open Fronted Limousine, con más de ciento diez años de antigüedad. Sus formas exteriores recordaban ya sea las de los primeros vehículos de motor, con un techo plano para alojar la rueda de repuesto y un espacio abierto para el conductor, que a las de los carruajes, con las luces traseras de freno parecidas a los antiguos focos, que a las de los coches de caballos, con sus peculiares manillas de las puertas, mientras que su ropa interior, de lujosa tapicería, maqueta y maderas nobles, traía a la memoria la imagen de un salón de la época eduardiana. No era de extrañar que, con esta histórica figura, tan coqueta y redondeada, esta magnífica creación de Barker&co. hubiera conquistado los corazones de todos los apasionados del mundo del motor, empezando por el de su primer propietario, el alcalde de Melbourne. Difícil nos resultaba quitarle los ojos de encima para fijarlos en la cercana estrella, el Silver Ghost Style Colonial del 1914, que se presentaba sin la famosa estatuilla frontal, lo que obedecía al hecho que, al tratarse de un coche deportivo destinado a competir en las pruebas alpinas, tenía que adaptarse a las normas de estos concursos que obligaban a sellar el capó de aluminio y el radiador para evitar que se añadiera agua o aceite durante la competición.

20220831_115844Sin que pudiéramos tomar aliento, también se personaban ante nosotros un lujoso “Roi des Belges” del 1910, el Rolls-Royce más antiguo de toda la colección, así llamado por el pedido realizado en su día por el rey belga Leopoldo II al carrocero Rothschild, que llevaba una capota de lona negra abatible, unos asientos en cuero rojo y una carrocería azul, exquisita, y exclusiva, y desprovisto, por su antigüedad, de la famosa estatuilla; a su lado, un colega del 1913, destinado al palacio de Blenheim, lugar de nacimiento del ilustre Winston Churchill, que había participado en el 1907 en la larga carrera Pekín-París y, por ende, dotado de unos anacrónicos frenos de disco acoplados a sus ruedas delanteras, y, finalmente, para concluir por todo lo alto este desfile único e inimitable, hacía acto de presencia, con su vestimenta negra y su capota color hueso, un “Springfield Cabrio20220831_120023” del 1922, fabricado en la mencionada localidad estadounidense, donde se había implantado una nueva fábrica para suplir a la creciente demanda americana de los modelos Silver Ghost, que estaba flanqueado por un “Springfield Limousina Sedanca”, del 1926, de cuerpo granate y aletas y capotas negras, con chasis americano, a la par del anterior, pero carrozado por la antigua compañía francesa J. B. Belvalette.

Y con ese último modelo, la visita se acabó… ¡o no!

20220831_120841Un elegante piano de cola, al fondo de esa “sala del trono”, parecía estar esperando al mismísimo Cole Porter para que tocara una de sus célebres composiciones en honor de la doble R entrelazada y, mientras me imaginaba en ese espacio tan evocador y sugestivo recepciones de ensueño, María, cariñosa y despiadada al mismo tiempo, sin permitir que retomáramos aliento ante tanto y tan portentoso poderío, nos asestó un último golpe de efecto, abriéndonos aún más las puertas de ese increíble hogar o, mejor dicho, abriéndonos un portal lateral de madera de ese espectacular Hall Baronnial.

20220831_120155Y así fue como apareció ante nosotros, improvisa y mágicamente, la imponente y altiva Torre que había sido motivo y origen de toda aquella colección, símbolo de un desafío, o, mejor dicho, del “Desafío”, y de una misión (casi) imposible, rodeada por un foso cubierto de hierba verde, abrazada por una muralla románticamente revestida por hiedra trepadora, embellecida por unos rústicos edificios de piedra y tejas rojas y enriquecida por una sugestiva piscina central

¡No se podía pedir más!

Ese fantástico lugar, uno más que parecía haber salido de un cuento de hadas, se dejó mirar, fotografiar y admirar sin rechistar, orgulloso de enseñarnos su belleza y grandeza extraordinaria que se aprovechaba y explotaba sólo y excepcionalmente para eventos exclusivos, bodas fabulosas o rodajes de películas –aunque esto último lo descubrimos a la vuelta, cuando, llenos de nostalgia, decidimos visionar la serie “Intimidad”, rodada integralmente en Bilbao y sus alrededores, y comprobamos que una de las escenas finales había sido rodada en este magnífico lugar–.

La hermosura de ese sitio tan peculiar, que no está abierto al público en general y no se incluye en la visita del museo, era imposible de explicar con palabras, y mis hijos, sobre todo la pequeña de la casa, soñadores y llenos de ilusión, al igual que su madre, ya estaban planificando fiestas de futuras nupcias imaginarias, millonarias y multitudinarias –yo misma, a pesar de haber disfrutado de una magnífica celebración en mi amada Milán, ¡soñaba con volver a casarme una y otra vez sólo por el gusto de organizar allí fantásticos banquetes y recepciones! –.

Nuestra anfitriona, sin dar mayor importancia a nuestro asombro, nos dejó allí, a nuestro aire, en ese magnifico entorno como si, una vez más, estuviéramos en nuestra casa, y se fue al encuentro de unos amigos que también querían disfrutar del sueño hecho realidad de su tío: ¡Ojalá nos hubiéramos quedado encerrados allí, a la sombra de la mítica, casi mitológica, Torre Loizaga! ¡Ojalá nos hubiéramos quedado en ese paraíso terrenal, entre jardines, piscinas y mesas que estaban preparadas para centenares de comensales! ¡Ojalá nos hubiéramos quedado en ese sueño de verano de mil y una noches! ¡Ojalá!…

Pero había que poner el punto final a esa fantástica aventura familiar.

20220831_120245Así que, muy a nuestro pesar, volvimos sobre nuestros pasos, nos despedimos de la Hall Baronnial, nos encontramos con María y sus amigos, nos presentamos y, para variar, volvimos a hablar en italiano y de mi amada Italia ya que la ilustre pareja, española, llevaba años viviendo en Nápoles y codeándose con la jet set partenopea. Cualquier excusa valía para no alejarnos de allí, para no dejar atrás a esa fantástica Torre Loizaga, para no cruzar esa fantástica cancela del principio que, una vez más, se abría automáticamente ante nosotros.

20220831_122049Nos despedimos entonces con un “arrivederci” y, después de haber lanzado una última y nostálgica mirada a mi coche favorito, el Isotta custodiado en el pabellón de la entrada, dejamos atrás ese recinto embrujado, exclusivo y, afortunadamente, apartado que jamás íbamos a olvidar.

La realidad nos esperaba con toda su vitalidad, la de los chicos haciendo planes sobre su futuro para conseguir algo parecido, a través de un invento revolucionario, de una lotería o, más sencillamente, de sus estudios; la del padre que, conduciendo ensimismado en sus pensamientos, repasaba los increíbles momentos que acabábamos de vivir, juntos y revueltos, y la de la que suscribe que, con su mente inquieta, ya estaba pensando, con una sonrisa en los labios, en el próximo reto: ¡conseguir el Isotta, aunque fuera solo por un día, para su 50º aniversario!

Categorías: MUSEOS Y EXPOSICIONES, VIAJES | Etiquetas: , , | 2 comentarios

Torre Loizaga: El Reto (Primera parte)

Todo empezó con un desafío.

Una vez más había conseguido arrancarle a mi marido un último viaje veraniego familiar antes de la vuelta al cole, al trabajo, a la rutina y a todos los buenos propósitos de inicio año escolar –que, en mi caso, se quedaban siempre y sólo en ello: en buenos propósitos… ¡fallidos!–. El destino elegido era Bilbao, una ciudad donde él había vivido parte de su infancia y que los dos ya habíamos visitado y disfrutado en el pasado en un par de ocasiones. Sin embargo, yo no me iba a conformar con volver a ver con nuestros hijos los clásicos sitios de interés cultural; quería algo más, algo más peculiar, algo más original y así, tras un buen rato navegando por la página oficial de turismo de la ciudad, me topé con Torre Loizaga: ¡eso era justo lo que buscaba!

Sólo tenía que encontrar el momento más adecuado para plantear esta posible visita a mi consorte. Él, sin embargo, con sólo oír el término “visita” ya dio por zanjada la conversación, más bien un monólogo por mi parte, que no encajaba para nada con la doble finalidad del inminente viaje “robado”: alejar a nuestros hijos adolescentes de una viciosa y cotidiana espiral de salidas veraniegas con sus amigos en Madrid y relajarnos y disfrutar libremente de la capital vizcaína, dejándonos llevar por los acontecimientos, y no por mis múltiples y agotadores planes “aliapiedescos”. Pero, en el mismo momento en que él afirmaba tajantemente su postura, ya sabía perfectamente que me saldría con la mía y que nada más pisar por tercera vez el suelo bilbaíno, le propondría, más bien impondría, decenas de planes cotidianos. Torre Loizaga ya era uno de ellos y ambos los sabíamos sin necesidad de expresarlo. De hecho, no tardé ni siquiera diez minutos en retomar el tema tan bruscamente interrumpido para explicarle lo que significaba ese nombre, lo que representaba esa torre, lo que custodiaba ese recinto. Mi marido, paciente y resignado, me escuchó, mostrando un progresivo interés en el lugar, hasta que finalmente me concedió programar esa única excursión en los alrededores de Bilbao, consciente también de que muy probablemente, a nuestros hijos a les encantaría ese plan familiar.

Dicho y hecho, móvil en mano, empecé a investigar ansiosa los horarios de apertura de ese museo y un jarro de agua fría cayó sobre mí: Torre Loizaga, reservada y recelosa, sólo se ofrecía al público los domingos y días festivos… ¡y nuestra estancia bilbaína iba a ser justo entre semana! ¿Cómo podía ser? ¿Por qué? ¡Qué pena! ¡Que mala suerte! Los interrogantes y exclamaciones de desesperación se sucedían en mi mente a una velocidad de vértigo mientras que mi marido, tímida y silenciosamente, emitía suspiros de alivio. Pero yo no iba a parar; no iba a renunciar tan fácilmente a algo que ya se había metido, y bien metido, en mi mente; no iba a renunciar a mi objetivo. Se lo dije a él y su respuesta, acompañada de una dosis de ironía, fue: “Inténtalo, a ver si consigues que abran la torre para ti”.

Y la torre se abrió… ¡y como si se abrió!

Me había desafiado con una misión (casi) imposible y yo, orgullosa y tozuda, optimista y esperanzada, como de costumbre, conseguí a los pocos días una exclusiva visita guiada privada para el miércoles a primera hora de la mañana, después de haber escrito un mail al contacto que aparecía en la página web del lugar. Estaba pletórica, con la autoestima por las nubes, y sabía que él también, aunque no es muy dado a mostrar sus emociones, se alegraba, y no poco, por mí y por mi reto conseguido.

¿Pero qué era Torre Loizaga?, preguntaban los chichos, entre desorientados y asustados, conocedores de mis intensos y alocados planes familiares. Torre Loizaga, les explicaba, era no sólo un museo dedicado al mundo del automóvil, lo que no me hubiera interesado ni de lejos, puesto que el coche, en mi humilde opinión, es sólo una herramienta a mi servicio que por unas extrañas y recurrentes coincidencias o alineaciones planetarias arranca y se mueve cada vez que giro la llave, sino también, y sobre todo, un escenográfico museo, casi único en el mundo, donde los coches, clásicos y antiguos setenta y cinco, en total, entre los cuales destaca la mayor colección de Rolls-Royce de Europa, formada por 45 unidades –, reposaban al reparo de la intemperie y, en su día, de peligrosos ojos indiscretos, en una antigua fortaleza rescatada de su estado ruinoso por el empresario Miguel de la Vía. De hecho, la Torre, tras un esfuerzo material más que decenal, no sólo se había convertido gracias a este visionario hombre, originario de Galdames, en el refugio ideal para su impresionante colección sino también, con el paso del tiempo, en una de las joyas del patrimonio cultural de Vizcaya.

De camino a nuestro destino, el barrio Concejuelo, en el mencionado municipio de Galdames, a media hora de distancia de Bilbao, mientras nos adentrábamos en el bucólico paisaje de la comarca de Las Encartaciones. les contaba esta historia a los chicos que, sin rechistar, se habían pegado un “auténtico madrugón” de verano para la ocasión –en esta época del año, y con la adolescencia a flor de piel, es otro reto impresionante conseguir que, en plenas vacaciones, se despierten a las nueve de la mañana–.

Nos acompañaba una lluvia débil, casi delicada, que no sólo echaba de menos yo –en mi soleada ciudad de adopción, Madrid, a veces añoro las lluviosas jornadas milanesas de mi infancia y juventud–, sino también, y sobre todo, la Madre Naturaleza con su cortejo de bosques, praderas, colinas y montes vascos que, sedientos por un cálido y atípico verano, pedían a gritos que se les devolviera su característica vestimenta de color verde brillante. La carretera, cada vez más estrecha y empinada, discurría entre vacas y caseríos, alejándonos del bullicio de la ciudad y lanzándonos de lleno en el paisaje aquel, silencioso y placentero, de aldeas tranquilas y aisladas que parecían sacadas de un cuento de hadas…

Conforme subíamos el txirimiri empezó a remitir y la mañana, gris pero no triste, fresca pero no fría, desnuda pero acogedora, intentó sin éxito enseñarnos algo del azul, de la luz y del sol que nos había deslumbrado en los anteriores días bilbaínos. Según el infalible Google Maps ya estábamos a punto de llegar, no obstante un par de leves errores de “co-pilotaje” por mi parte, pero más allá de la omnipresente vegetación que nos rodeaba, no aparecía nada más. Hasta que de repente, como por arte de magia, justo detrás de una curva pronunciada apareció un espeso muro de piedra y, a continuación, unas flechas de madera indicando los diferentes accesos a la Torre Loizaga.

Habíamos llegado: ¡allí estaba el tesoro, más bien los tesoros, escondidos!

Sólo nos quedaba encontrar, según las instrucciones recibidas por mi interlocutora virtual, una tal María, la puerta número 1 de ese amplio recinto, embrujado y misterioso. Y tras mi enésimo error de navegación, nos topamos por fin con una cancela, cerrada a cal y canto, que asombrosa y automáticamente se abrió nada más situarnos ante ella: ¿Puede que ese lugar estuviera, de verdad, hechizado, habitado por hadas, duendes y magos?

En realidad, la mano invisible que estaba detrás de esa apertura tan oportuna como providencial era la de un hombre en carne y hueso, un empleado que no sólo nos invitó amablemente a aparcar el coche donde quisiéramos –espacio no faltaba entre los centenares de hectáreas de terreno–, sino también a visitar el primer pabellón del museo, ubicado casi al lado del taller donde él estaba trabajando, a la espera de que llegara nuestra guía. No nos preguntó quienes éramos ni que hacíamos allí, en esa esa zona privada y reservada donde, aparte de él, no había ningún otro ser humano, pero sí unos perros “peligrosos”, según rezaban unos carteles que habíamos visto en el exterior del recinto; nos trató como si fuéramos de la casa –¡ojalá hubiera sido así!–, con sencillez y espontaneidad y, sin añadir nada más, volvió sonriente a su trabajo manual. ¿Puede que estuviera meditando un crimen perfecto, después de habernos encerrado en ese maravilloso espacio abierto? ¿Puede que fuera una nueva versión de Jack Nicholson de El Resplandor? ¿Puede que nunca saliéramos vivo de ese sitio misterioso? Mi cabeza fantasiosa, como de costumbre, empezó a imaginar centenares de escenarios de crimen mientras que los demás, serenos y despreocupados, se dirigían confiados hacia el primero de los seis pabellones que atesoraban la impresionante colección de Miguel de la Vía, y, a pesar de mis recelos, en nombre de la solidaridad familiar, decidí seguirlos: si algo malo iba a pasar, por lo menos, que estuviéramos todos juntos.

Pero nada más cruzar la puerta de ese lugar, una exclamación colectiva de estupor salió de nuestro corazón.

20220831_110538

Frente a nosotros, relucientes por sí mismos, y también por el esmerado cuidado humano, perfectamente alineados como soldados experimentados, aparecieron orgullosos, “Los Veteranos”, es decir, los coches más antiguos de la historia de la humanidad, los de principios del siglo XX, y también unos vehículos no motorizados, tales como carruajes, carrozas y diligencias.

20220831_110039-2Pasear a piedi entre esos históricos medios de transportes era un auténtico lujo, en todos los sentidos, y mientras nos frotábamos los ojos para comprobar que todo ese patrimonio fuera de verdad, desde el exterior oímos el ruido de un motor.

20220831_11135420220831_111341Supuse que se trataba de María –o, a lo mejor, de un asesino en serie motorizado–, así que salimos a su encuentro: la vi bajar de su coche –un utilitario normal y corriente–, vestida sencilla pero elegantemente con unos vaqueros, una camisa blanca y zapatillas de deporte. Se acercó a nosotros para presentarse, se disculpó por el leve retraso y se preparó para ejercer su papel de Cicerone.

Entramos entonces nuevamente con ella en el primer pabellón, esta vez libres de todo temor, para escuchar de su boca las características y anécdotas de los ejemplares allí expuestos, como, por ejemplo, la de un Hispano-Suiza K6 del 1936, favorito del general De Gaulle. o de un francés Delaunay Belleville 10 HP «Roi des Belges» del 1908, el denominado «Rolls de los franceses», que tanta pasión había levantado entre los zares.

Pero toda mi atención fue captada por un espectacular o, mejor dicho, stupendo, según el titular de la revista “The Automobile” del 1997, Isotta Fraschini de color azul, fabricada en el 1925 por la célebre fábrica de mi amada ciudad de nacimiento, Milán. Ese iba a ser mi coche favorito, aunque solo estuviéramos al principio de la larga exposición. Me había enamorado: un auténtico coup de foudre entre ella, Isotta, y yo.

20220831_110118

Cautivada, casi hipnotizada por su lujosa y elegante figura, no podía quitarle los ojos de encima mientras que mis hijos y mi marido se entretenían hablando con María sobre la historia de esa fantástica colección. Ella, prudente y discreta, pero a la vez apasionada, nos contó la (casi) leyenda de, Miguel de la Vía, emprendedor reservado, que, enamorado de estos lugares donde solía veranear en una casa familiar, emprendió también la faraónica obra de restauración de la torre abandonada que conocía desde su niñez: la había alzado de veinticinco metros, la había dotado de troneras, vanos y almenas, la había rodeado con una muralla, barbacana y puente levadizo y, finalmente, la había convertido en una joya romántica destinada sólo y exclusivamente a custodiar, más bien abrazar cálidamente, su creciente colección de coches antiguos y de Rolls-Royce. Y, para más inri, todo ello casi en secreto, en sordina, con discreción, a la par de su vida, celosamente custodiada, no sólo por su actitud vital sino también movido por la delicada situación política de la época: ¡Eso sí que había sido un verdadero Reto, con la R mayúscula, arquitectónico y cultural, y también político y social!

Un vehículo tras otro, María nos entretenía con sus relatos, alabando esos primeros coches que, a pesar de su “veterana” edad, seguían funcionando perfectamente – casi mejor que los actuales –, y mimándolos con sus afectuosas palabras como si los hubiera vivido y disfrutado en primera persona, como si hubieran crecido a su lado, como si la hubieran acompañado hasta hoy desde el pasado.

¡Y, más o menos, así había sido!

En efecto, en un momento de la amena conversación, en passant, sin querer, se le escapó que el ilustre fundador de ese imperio abrumador había sido ¡nada más y nada menos que su tío! Nos quedamos asombrados por el descubrimiento y, tratando de mantener la compostura ante semejante revelación, sobre todo los más pequeños, seguimos adelante con la visita, que se había tornado aún más exclusiva, acompañados por esa sobrina de Miguel de la Vía que, sencilla pero no simple, elegante pero no ostentosa, era la mejor representante de todos esos coches que, con iguales características, tanto fervor habían suscitado en su familia.

En unos pocos pasos alcanzamos entonces el segundo pabellón, que, al igual que el anterior, parecía casi mimetizarse con la vegetación del extenso jardín, más bien parque, como si se quisiera ocultar a los ojos de los demás. Aquí, descansaban tranquilamente, pero listos para volver a rugir y dar batalla en cualquier momento con sus potentes motores, todos los coches que le habían gustado al tío de María en su juventud: BMW, Porsche, Mercedes, MG, Austin Healey, Jaguar…

20220831_112330

Esa era, y sigue siendo, la crème de la crème de los coches de lujo.

Era difícil fijar la mirada solo en uno de ellos, era difícil centrarse en un ejemplar frente a tanta abundancia, era difícil no desorientarse ante ese despliegue tan abrumador.

20220831_111858Pero, afortunadamente, para reconducir nuestros pasos perdidos, estaba nuestra eficaz anfitriona, que nos detenía, por ejemplo, ante el coche más largo no sólo de la colección, sino de todos los existentes en esa época, un Cadillac DeVille Cabrio del 1965, que mucha gente confundía con el Lincoln del asesinato de J.F. Kennedy, o ante un original Lancia Aprilia Berlinetta del 1940, de formas sinuosas, casi voluptuosas, y diseño aerodinámico, fruto del ingenio del ilustre diseñador italiano Pininfarina, o ante un impresionante camión de bomberos Merryweather del 1939, el único existente en el mundo junto con aquel que pertenecía a la colección de la siempre eterna Reina Isabel II, en la residencia de Sandringham House.

20220831_112032La conversación vertió así sobre esa soberana y su grandeza inmortal, mientras que, un paso tras otro, llegando al final de ese pabellón, entrevimos el taller de los coches, es decir, el mismo lugar donde se había retirado el sospechoso responsable de la apertura inmediata de la cancela de la entrada –en realidad, María y su presunto cómplice parecían gente más que honrada, no asesinos en serie que se dedicaban a enterrar los cuerpos en esa landa apartada y solitaria… ¡de ser así, ya lo hubieran hecho, me consolaba yo!–.

El mencionado taller era, para variar, otra impoluta y enorme sala-garaje donde en ese momento se dejaban mimar cuatro coches diferentes, entre los cuales divisé un Porsche y un magnífico Rolls-Royce, el primero de los que íbamos a ver.

20220831_112206

María, atenta como siempre, después de haber captado mi furtiva mirada indiscreta, antes de que la asaltara con mis preguntas, nos comentó no solo que las piezas de repuesto de todos los exclusivos modelos de la doble R se traían directamente del Reino Unido, sino también que en su día la famosa fábrica solo entregaba el chasis, motor, radiador y capó de los mismos, dejando el acabado en manos de maestros carroceros elegidos por los ilustres compradores. Cada especificación, cada detalle, cada puntualización nos llevaba a una época dorada, a historias y personajes de antaño, tales como actores y actrices hollywoodianos, reyes, príncipes y princesas de todos los países, que, como en un cuento de hadas, coronaban el embrujo del contenido de la Torre Loizaga. Conforme íbamos avanzando por esa inmensa extensión, más hablábamos de temas que se escapaban al mundo del motor y que ella dominaba por completo.

Poco a poco me fui enterando de que María solía viajar mucho, por placer o por trabajo, que había estado repetidas veces en Italia –en los lugares más selectos, por supuesto– y que, para variar, al día siguiente tenía un vuelo para Venecia. Y mientras me contaba su vida viajera –¡que sana envidia me daba!– y glamourosa –o así, por lo menos, me la imaginaba yo–, me conquistaba por completo con sus gustos y experiencias exquisitas –reconozco que cuando alguien nombra mi amada tierra patria, fácilmente me derrito ¡y si encima me hablan de ella con conocimiento de causa y competencia, caigo totalmente rendida! –. Los coches, para mí, ya habían pasado en un segundo plano, centrada como estaba en conversar sobre dulces y nostálgicas vacaciones italianas, pero fue llegar al tercer pabellón, el que estaba dedicado a los “Deportivos”, y darme cuenta de mi craso error.

Nuestro diálogo de repente se cortó y Sus Majestades los Rolls-Royce, en todo su esplendor, volvieron a cobrar todo el protagonismo de mi vista y pensamientos.

20220831_112355

Allí estaban los Coches, con la C mayúscula, que habían hecho, y seguían haciendo, no sólo la Historia, con la H mayúscula, de la mecánica y del motor –del cual no tenía ningún conocimiento– sino también la Historia, con la H mayúscula, del arte y del diseño –de la que algo entendía y mucho me apasionaba por haber nacido y vivido en una de las ciudades más emblemáticas de este universo: Milán–.

20220831_112517Admirábamos y nos frotábamos los ojos ante esas obras de valor incalculable que se presentaban silenciosamente a través de unas refinadas “tarjetas de visitas” a sus ruedas.

El primero de ellos era un Silver Spirit del 1984, con su inconfundible radiador en acero inoxidable, embellecido, más bien ennoblecido, por la célebre estatuilla de bronce del “Espíritu del Extásis” –en este caso retráctil, el primero en su género, ya que podía desaparecer en el capó en caso de impacto–; a continuación un Silver Wraith II del 1980, en cuyo amplio y lujoso habitáculo los pasajeros, separados del espacio del chofer por una ventana eléctrica, podían disfrutar del sonido de un sofisticado equipo de radio; y, a su lado, un espectacular Silver Shadow II del 1979 flanqueado por un lujoso Corniche descapotable del 1972, dotado de unos preciosos acabados en nogal y cuero, de una delicada moqueta en el maletero y de unos futuristas cierres eléctricos para la elevalunas y capotas.

20220831_112530Y más y más Rolls-Royce, de todo género y tipo, que protagonizaban ese increíble viaje al pasado: Camargue, Silver Spur, Silver Wraith II. Paseábamos ante ellos mientras escuchábamos los comentarios de María, sin creer, en realidad, en lo que estábamos viendo, en esa histórica y peculiar colección de la cual muy pocas personas en el mundo podían disponer. Es frecuente, pensaba para mí, ver a jeques o una estrellas del fútbol exhibir, y hasta ostentar, coches deportivos carísimos pero, no debió ser nada sencillo conseguir esos ejemplares verdaderamente exclusivos para el disfrute propio y por el simple placer de conservar para siempre un trozo de historia del motor y de la humanidad.

Ensimismada en mis sentimentales pensamientos, fueron entonces las exclamaciones y comentarios de mis hijos los que me obligaron a volver a esa increíble realidad para asombrarme, al final del pabellón, con dos modelos que iban a hacer temblar mi recién nacida pasión para el Isotta del principio de la visita: un espectacular Lamborghini Countach amarillo del 1982, dotado de unas vistosas sirenas en su parte superior, que había sido utilizado como safety car en el Gran Premio de Mónaco del mismo año, y un no menos espectacular Ferrari Testarossa del 1984 con su característica e inimitable pintura de color rojo que recubría hasta los cilindros del motor –de allí su llamativo nombre “cabeza roja”–.

20220831_112704Quedamos los cuatro paralizados ante esos dos monumentos de la automoción que simbolizaban no sólo la excelencia italiana gracias a la genialidad de sus diseñadores, Marcelo Gandini, en un caso, y Sergio Pininfarina, en el otro, sino también la supremacía en el mercado mundial de esas dos fábricas que, a través de sus célebres fundadores, Ferruccio Lamborghini, de un lado, y Enzo Ferrari, del otro, se disputaban el cetro para sentarse en el trono de Su Señoría la Velocidad: la elegancia del caballo frente a la potencia del toro, en esa maravillosa contienda del siempre ingenioso y novedoso made in Italy.

20220831_112724Por lo que a mí respecta, tengo debilidad por el Cavallino Rampante, y, en particular, por ese  modelo en concreto que, después de que marcara los sueños de mi infancia con sus líneas futuristas, sus revolucionarios extractores laterales y sus originales branquias en los costados, como los de los coches de la Fórmula 1, seguía siendo tan actual y provocador como en el año de su estreno, treinta y ocho años atrás; sin embargo, debo admitir que su competidor, el Lamborghini, con su vestimenta angulosa y afilada, su opcional alerón trasero y sus peculiares puertas de coleóptero que recordaban las del fantástico DeLorean de “Regreso al futuro”, tampoco se quedaba atrás… No sé porque, pero en ese preciso momento me acordé del eslogan de un icónico y revolucionario anuncio publicitario de Pirelli, del 1994, que recitaba “La potenza è nulla senza controllo” y que protagonizaba el mítico “hijo del viento” Carl Lewis que calzaba unos tacones de aguja, listo para despegar desde unos tacos de salida.

20220831_112607Cerca de esos bólidos estaba también un precioso y deportivo Jaguar E-Type biplaza del 1970, que, para llamar aún más la atención, se había disfrazado con un colorido vestido pop art llamado “swinging London”, obra de la artista francesa Anne Mondy, para desfilar con la cabeza bien alta en el Concurso de Elegancia de Biarritz de 2021.

En su capó desplegable hacia delante, entre caras de famosos actores y actrices de los años sesenta y setenta, asomaba una inconfundible bandera británica mientras que en sus caderas aerodinámicas aparecían otros iconos y personajes del siglo pasado, tales como The Beatles o Twiggy.

20220831_112931Su cercano compañero de aventuras, un Jaguar XK 120 Roadster del 1953, de formas más redondeadas, cándidos colores y largo capó, que recordaba al que conducía Clark Gable y que había ganado un premio en el Concurso de Elegancia de Pebble Beach del 2012.

Parecía que con esos coches fantásticos se había acabado la visita, pero, en realidad, ese era solo el principio de un recorrido triunfal.

[Continuará… ]

Categorías: MUSEOS Y EXPOSICIONES, VIAJES | Etiquetas: , , , | 1 comentario

Martinica: Pasión italiana y cocina fusión

A pesar de vivir en una ciudad tan acogedora, dinámica y bella, como Madrid, siempre añoro mi amada tierra patria, Italia. Así que cada vez que se cruza por mi camino algún elemento italiano, ya sea un local, una exposición o un evento, no puedo evitar emocionarme y hacer todo lo posible para ser parte de ello. Esto es lo que me pasó con “Martinica” o, mejor dicho, con su chef, Marcello Salaris, compatriota mío, que, después del éxito cosechado en Salamanca con su céntrico y homónimo gastro-bar y el restaurante “María y el Lobo”, hace un año, decidió probar suerte en Madrid con un nuevo templo gastronómico dedicado a la cocina fusión con base mediterránea pero en el que siempre destaca el tan deseado (por mí) toque italiano.

No podía dejar escapar esta itálica ocasión así que, como de costumbre, me las ingenié para ir cuanto antes a este restaurante arrastrando, como siempre, a mi marido en mi enésimo capricho patriótico. Obviamente, antes de reservar, me había documentado a conciencia sobre este local, pero, a pesar de todo lo que ya había visto y leído en otros blogs, en la página web y en los comentarios en la red, este lugar me sorprendió mucho más en su aspecto real que en el virtual.

El día elegido para cenar allí no podía haber sido peor acertado por mi: un martes por la noche, pero no un martes cualquiera, sino el martes que precedía la inauguración de la cumbre de la OTAN en la capital. Madrid estaba prácticamente blindada, cerrada a cal y canto, y no sólo en los alrededores de IFEMA, sede de este evento de fama mundial, sino también por la zona donde está ubicado este restaurante, en la calle Pinar 6, en un discreto, elegante y silencioso oasis de paz que, como un espejismo, se deja ver entre Serrano y la Castellana, a la altura de la plaza Emilio Castelar, casi al lado de la Embajada-fortaleza de los Estados Unidos.

20220628_210023-1Las calles, en esa noche tan especial, estaban vacías, sólo pobladas por centenares de agentes de policías, como en el peor momento del duro confinamiento de hace un par de años: parecía que había vuelto esa real pesadilla, pero fue suficiente divisar la coqueta y animada terraza de este local para olvidarse de todo lo demás y volver a la realidad de un encierro provisional y, afortunadamente, excepcional.

Nos paramos un momento a admirar el ingreso del restaurante, flanqueado por dos enormes y diferentes macetas desde las cuales sobresalían unas plantas, o puede que fueran unas hojas gigantescas, no muy bien identificadas. A su lado un amplio ventanal, enmarcado por unos azulejos del color del mar ­-sardo, por supuesto- que, abierto al aire fresco de la noche, daba a la terraza de antes, como si la intención fuera (en mi imaginación) que los comensales de los dos espacios, el interior y el exterior, interactuaran y conversaran entre ellos­

IMG-20220630-WA0001-1Ensimismada en mis fantasiosas reflexiones, después de que mi marido me sacara un par de fotos en la entrada, por fin entramos en el famoso “Martinica”.

Ante nuestros ojos apareció una enorme sala, ocupada por refinados sillones de terciopelo, con detalles de latón, que bien hubieran podido lucir en un sofisticado ambiente de la afamada serie “Mad Men”, ambientada en los años setenta del siglo pasado; en un lateral, una amplia barra donde, perfectamente alineadas, brillaban decenas de botellas y centenares de diferentes copas deseosas de ser llenadas; lámparas disfrazadas de plantas -o puede que fuera al revés- colgaban con sus plumas llamativas encima de las mesas mientras que unos árboles huérfanos de hojas, pero cargados de románticas luces y rosas, se fundían con las paredes de un espacio inspirado a un estilo art déco modernizado gracias a la intervención del estudio de arquitectura Lauzan.

IMG-20220630-WA0003-1Unos amables, y profesionales, camareros, nos dieron la bienvenida mientras que un paso tras otro, nos adentrábamos aún más en el territorio de Martinica, empujados por la llamativa presencia de una cristalera central que abrazaba una hiedra, o puede que fueran unas algas, alojadas en su interior que se asemejaban, en mi mente desenfrenada, a los tentáculos de una peligrosa medusa vegetal.

IMG-20220630-WA0005-1Un poco más allá, al final de esa extensa sala principal -hay otra, más apartada y recogida, con diferente decoración, aunque igual de escenográfica– “in sordina”, discreta y silenciosamente sentado en una mesa, la mente y el brazo de la belleza formal y, en breve, también sustancial, de este restaurante: el Chef Marcello, con la C mayúscula, ganador de diferentes premios en certámenes nacionales e internacionales.

Obviamente tenía(mos) que conocerle, así que nos acercamos a él, nos presentamos, intercambiamos opiniones sobre Madrid, sobre Italia y nuestras respectivas regiones -él es originario de un pueblo de Cerdeña, isla que puede ampliamente presumir del mar más espectacular del Mediterráneo… ¡sino del mundo mundial!-.

IMG-20220630-WA0007-1Después de que nos enseñara una colorida vidriera ubicada en una pared lateral de la sala, que había hecho traer expresamente desde el salamantino Museo de Art Déco y Art Nouveau Casa Lis, y que me tomara una foto de los dos, por fin llegó el momento de probar sus creaciones culinarias, apartando mis ganas de seguir hablando de nuestra tierra y de todo un poco. Nos sentamos entonces cerca del amplio ventanal de la entrada y nos preparamos para disfrutar del festival de olores, sabores y colores de su cocina ítalo-internacional.

IMG-20220630-WA0000-1Abrió el baile gastronómico un cocktail literalmente explosivo, una “Flor de Caña Passion”, a base de ron, canela y fruta de la pasión, que, servido “en llamas”, con su espectacular presentación vegetal evocaba la imagen de exóticas playas: la pasión no sólo de su Autor sino también de la fruta que llevaba en su interior se apoderó enseguida de nuestro paladar.

20220628_211503-1El aperitivo, a base de unos sencillos, y nostálgicos, “grissini” italianos -una especie de colines, muy difíciles de encontrar aquí y que tanto me recuerdan mi país- con un poco de pan con el cual acompañar una salsa de mantequilla, un poco de aceite y unas cuantas aceitunas ya nos había conquistado por completo pero una fresca y saludable ensalada de tomate, piparras, gambones a la parrilla, queso curado y salmorejo, presentada en un precioso plato de color rojo-rosado que parecía fusionarse con su rico contenido, nos cautivó aún más.

IMG-20220630-WA0015-1Fue después una berenjena a la parmesana ítalo-japonesa la que me hizo avergonzar de la “parmigiana di melanzane” que a veces, en mi casa, humildemente, ofrecía a mis comensales: el vegetal, con los demás misteriosos ingredientes, se derretía suavemente en la sartén y en nuestras bocas abiertas de par en par.

IMG-20220630-WA0013-1Una fresca copa de Godello para mí y una cerveza 8/70 aún más fresca para mi consorte acompañaron una premiada albóndiga de rabo de toro, anguila ahumada, berenjena y yema curada -segundo mejor plato de rabo de toro de España de 2019, según recitaba la carta-.

IMG-20220630-WA0011-1Mi marido, carnívoro de profesión, muchísimo más que yo, devoraba ávidamente ese manjar, celebrando en cada bocado su delicada bondad, mientras que yo disfrutaba con una exquisita lubina salvaje a la brasa con puntalette con salsa de txangurro a la donostiarra y una crema de esa albahaca -“basilico”, en mi idioma- que, tan presente en Italia, tanto echo de menos aquí en España.

IMG-20220630-WA0010-1Y, por si todo ello no hubiera sido suficiente para satisfacer nuestros pecados de gula, una carrillera de ternera al curry rojo con yogur de calabaza y cremoso de zanahoria consiguió despertar nuevamente los instintos básicos de los dos.

IMG-20220630-WA0009No se podía pedir más… sólo un exótico “viaje a Marruecos”, en honor a la mujer marroquí del Chef, donde a una impresionante base de chocolate blanco se añadían, en un pintoresco, dinámico y colorido arcoíris de colores, arenas de frambuesa, galletas, canela, menta y curry con leche fusionada de jengibre y limón: una auténtica obra de arte gastronómica que, adrede y a gusto, no pudimos evitar destrozar con cada bocado.

20220628_222817-1Faltaba poner el punto final a esa cena tan rica, y enriquecedora, con una de las mejores bebidas de mi tierra: un frío limoncello, servido helado y rigurosamente sin hielo y en un vaso pequeño, alto y fino, como es debido, que con su poder digestivo parecía borrar mágicamente todas las calorías ingeridas despreocupadamente hasta aquel momento. Pero daba igual: Marcello, el local, la cena y esa noche tan original merecían que se apartaran, por ese día, todos los propósitos de una operación bikini espectacular.

Tomamos un último sorbo, brindamos por España y por Italia y ¡gozamos hasta el final de ese Martinica tan especial!

P.S. Si queréis acercaros a este restaurante al mediodía, de lunes a viernes tienen un interesante menú gastronómico a 30 € que incluye dos entrantes, pescado, carne, postre y una bebida… ¡más que suficiente para satisfacer los paladares más hambrientos y exigentes!

Categorías: RESTAURANTES | Etiquetas: , , , , , , , | 2 comentarios

El misterioso «quintoelemento»: ¡un lugar fuera de lo normal, una experiencia excepcional, un estreno triunfal!

Me encanta salir, cada vez más; me encanta vivir Madrid, de noche y de día; me encanta descubrir sin solución de continuidad todo lo que ofrece esta grandiosa capital que, en mi humilde opinión, se está convirtiendo paulatinamente en un imprescindible referente a nivel europeo, como si se tratara de una Gran Manzana del Viejo Continente.

Con los hijos ya adolescentes y (presumidamente) autosuficientes -o, por lo menos, así lo creen ellos- dispongo de más tiempo no sólo para recorrer a piedi los múltiples y diferentes barrios madrileños, en busca de sus lugares menos conocidos y más peculiares, sino también para frecuentar locales, restaurantes, tabernas y bares que, desafiando las pandémicas adversidades, resisten o se multiplican por doquier. Llevaba tiempo deseando reflejar en mi blog esta abundancia cultural y también gastronómica de la capital, este bullicioso y estimulante fermento que hacen de Madrid la mejor ciudad del momento, pero nunca encontraba el sitio ideal para estrenar a lo grande un apartado “aliapiedesco” dedicado al sector de la restauración. Quería que mis primeros pasos blogueros en el universo culinario estuvieran a la altura de los de Neil Armstrong en la Luna y de sus míticas palabras, “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” -las comparaciones son odiosas, soy consciente de ello, y, en este caso, muy pretenciosas, ¡pero no puedo evitar pensar humildemente a lo grande!- y, para ese fin, tenía que dar con un lugar que fuera peculiar, excepcional y fuera de lo normal, casi de ciencia ficción. Así que cuando en mi camino virtual se cruzó el nombre, las fotos y la descripción de un evocador y futurista “quintoelemento”, enseguida me di cuenta de que éste era la tan buscada ocasión y que tenía que ingeniármelas para conocerlo, saborearlo y, eventualmente, difundirlo.

Reconozco que, en general, teniendo más debilidad por la forma, es decir, por los aspectos estéticos de las cosas, lo que más me llamó la atención, fue su rebuscada decoración, su llamativa estructura, su ingeniosa arquitectura, mientras que mi marido, amante de la sustancia de las cosas, sólo tenía ojos y oídos, mientras le hablaba de este restaurante, para su carta, para su largo listado de platos elaborados, para sus exóticos productos que ya estaba mentalmente pregustando.

20220504_141315

Así que un miércoles cualquiera, a la hora de comer, cada uno de nosotros con sus preferencias y motivaciones, nos acercamos al número 125 de la calle Atocha, allá donde, a unos pocos pasos del Museo Reina Sofía, se levantaba un edificio bastante austero en cuya fachada destacaba el letrero de “Teatro Kapital”, anunciando la presencia de esta emblemática discoteca capitalina, en la que diferentes ambientes y géneros musicales se distribuyen verticalmente, en las primeras cinco plantas del mismo.

20220504_141455Un majestuoso guardián, que custodiaba ese lugar (¿sagrado?) nos acompañó en el interior y, de repente, nos encontramos en un vestíbulo obscuro y llamativo; parecía que la noche había caído improvisamente, una noche estrellada y resplandeciente, deseosa de reflejarse en los centenares de cristales de una clásica bola de discoteca que colgaba de su techo, deseosa de animarse en un elegante red carpet a nuestros pies, deseosa de ostentarse en una luminosa zona de photocall.

Planta 6- bodega (2)Pero la auténtica sorpresa se encontraba al final de esta sala donde, casi oculto en la pared, se abría un mágico ascensor…

Allí nos dejó nuestro amable acompañante, después de haber pulsado la tecla con el número sietela sexta planta está destinada a eventos más íntimos y acoge una bodega que atesora más de ciento cincuenta referencias de selectos vinos– y, de repente, después del breve ascenso, apareció “quintoelemento” en todo su esplendor: habíamos llegado a otra dimensión, a otro universo, a un Edén prohibido, o puede que no tanto…

20220504_142930El extraño “quintoelemento”, que se añadía a la tierra, al aire, al agua y al fuego, se personó en decenas de flores y plantas que se unían a las que aparecían en diferentes macropantallas; el indefinido “quintoelemento” se materializó en una soberbia decoración donde, entre sofás y sillas, mesas altas y bajas, destacaba una marmórea barra central, repleta de copas impolutas, botellas de diferentes marcas y cocteleras a la espera de ser agitadas; el increíble “quintoelemento” tomó cuerpo en una impresionante cúpula que, dotada de unas pantallas cóncavas retráctiles de casi doscientos metros cuadrados de extensión donde se proyectaba contenido en la máxima resolución, se abría al cielo de Madrid, fusionando armoniosamente los elementos reales y virtuales de ese paraíso terrestre celestial.

20220504_164124

“Quintoelemento” nos rodeaba, nos envolvía y nos abrazaba para dejarnos sin aliento…

Para mis preferencias “formales” esa puesta en escena, esa peculiar arquitectura, esa impresionante estructura de este asombroso sky restaurant era ya de por sí suficiente para quedarme satisfecha con la visita, pero para él, es decir, para “quintoelemento” todo esto no era suficiente. Él quería despertar nuestros cinco sentidos, y no sólo el de la vista; él quería que nuestros ojos y nuestras mentes fueran más allá de las relajantes imágenes de la naturaleza que discurrían ininterrumpidamente en unos dinámicos videomapping y en unas pantallas led interactivas que animaban y daban vida a las paredes revestidas con mosaicos de madera de roble y pino; él quería que también el gusto, el tacto, el oído y el olfato padecieran el impetuoso y maravilloso encanto de su presencia.

20220504_164141

Nos vimos entonces “obligados” a sentarnos y, gracias a un impecable servicio de mesa, empezamos a experimentar y probar en nuestra piel toda la potencia, esencia y sustancia de “quintoelemento” -¡para alegría de mi marido!-.

20220504_14322920220504_143133Fueron primero unas grandiosas ostras ponzu acompañadas por caviar de arenque, maridadas con champan, que nos sugirió y sirvió Adolfo, el cordial y profesional jefe de sala, las que provocaron un tsunami de sensaciones en el paladar, trasladándonos a dulces recuerdos de agua, sal y mar; seguidamente unos brioches croissants con berenjena, tartar de toro y trufa de rey20220504_144502, que aunaban los sabores más delicados del monte, el mar y la huerta, nos dejaron con la boca abierta de par en par; un fresquísimo y delicadísimo tiradito de salmón, ligeramente marinado, nos robó el gusto y el corazón; IMG-20220504-WA0038un exótico y singular taco hindú, que se comía con las manos, nos hizo literalmente chuparnos los dedos; pero el chili crab del señorito, con bogavante, cangrejo real y una sabrosísima salsa con toque picante nos enamoró perdidamente.

IMG-20220504-WA0042Esa valiosa obra de arte culinaria enmarcada en una rústica cazuela hubiera podido ser el colofón final de nuestra espectacular experiencia sensorial, pero “quintoelemento” nos sorprendió una vez más con una escenográfica presentación, con una cortina de humo, calor y vapor desde el cual surgió una espléndida hacha de ternera lechal, cuya carne, a pesar de la escasa cocción, se deshacía levemente en la boca mientras que un dulce amargo aroma de barbacoa envolvía delicadamente ese manjar.

IMG-20220504-WA0040No se podía comer ni pedir más.

IMG-20220504-WA0037Las copas de vino, tinto y blanco, que se habían sucedido en un dulce vals a lo largo de toda la comida, bajo la armoniosa batuta de Adolfo, dejaban por fin paso a los cafés -ellos también a la altura de la situación, con mi gran asombro, como exigente italiana que soy, en constante, desesperada, y la mayoría de las veces, infructuosa búsqueda de un buen ejemplar de esta bebida en la capital-, acompañados por un chocolate en tres texturas que nos cautivó con su dulzura…

20220504_142555Fue entonces, cuando, al final de este festín, de este grandioso homenaje, los dos entendimos plenamente el significado de “quintoelemento”: se trataba de una soberbia exaltación de los cinco sentidos, de una impecable fusión de cocina asiática y latinoamericana, pero con una sólida base mediterránea, gracias al arte y a la experiencia del afamado chef Juan Suárez de Lezo, de un inolvidable viaje gastronómico a través de una experiencia inmersiva en continua evolución, de una increíble satisfacción y emoción para la comida y la alegría de la vida…

La visita, más bien la experiencia, “quintoelemental”, había merecido la pena. Mi blog “aliapiedesco” ya tenía su primer post gastronómico, especial y triunfal: ¡toca(ba) brindar!

P.S. A los pocos días de nuestra comida, se le ocurrió a Sergio Ramos traer aquí al amigo Mbappé para que, creo yo, se enamorara perdidamente de Madrid, (¿del Real Madrid?) y, también, de la exquisita oferta gastronómica capitalina. En cualquier caso, aunque no seáis futbolistas o, en general, millonarios, “quintoelemento” ofrece también entre semana, al mediodía, un interesante menú ejecutivo, cuya relación calidad-precio es más que correcta. No os perdáis esta innovadora y vanguardista experiencia sensorial: ¡es un lujo para nada irracional del que todo el mundo debería de gozar!

Categorías: RESTAURANTES | Etiquetas: , , , , , , , | 2 comentarios

1, 2, 3… ¡Carabanchel otra vez! (Tercera parte)

[Continua… ]

Aquí estoy por tercera vez en mi querido Carabanchel.

Es un domingo, nublado y frío, nada apetecible para pasear, un día en el que después de tanto sol y sequedad por fin amenaza lluvia en la capital. Después de mis dos anteriores excursiones por “Puerta Bonita” sólo me quedan unos pocos lugares para conocer este barrio por completo o, por lo menos, para creérmelo.

El primer objetivo de hoy que tengo apuntado en mi mapa virtual es el Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma, ubicado al lado de la Comisaría de Carabanchel. El acceso, tras el cual se abre un espacio inmenso, está protegido por una rígida barra y un amable guardián que, al toparse con mi expresión de estupor y con mi acento de italiana desorientada, me deja pasar sin rechistar, explicándome a donde tengo que ir para no perderme, convencido de que puedo despistarme fácilmente, y razón no le falta.

El camino, según sus indicaciones, es fácil: todo recto hasta el final. Será fácil para él, pienso para mí, porque mis cinco sentidos ya están en pleno funcionamiento y, mientras doy tumbos sin parar, no puedo evitar observar todo lo que me rodea.

Hay un aparcamiento enorme, vacío en este día festivo, y, al fondo, una construcción monumental que ya me está atrayendo hacia ella; al otro lado, una especie de torreón o depósito de agua que sobresale de un espeso muro mientras que frente a mí hay un jardín donde, tímidamente, empiezan a asomar las flores de unos almendros, o puede que cerezos, solitarios.

20220213_121737Tengo que ir en esa dirección, hacia esos árboles, sin distraerme más y sin prestar atención, por ejemplo, a una especie de fuente, o lo que queda de ella, que intenta sobreponerse al paso del tiempo y de la vegetación. Me pregunto qué será ese monumento, huérfano de una placa, de una descripción y de todo cariño y, mientras me acerco, lo contemplo más detenidamente, sin encontrar pista alguna que pueda ayudarme a dar con una respuesta racional; me limito entonces a sacarle una foto por si algún amigo virtual carabanchelero pudiera echarme una mano para revelar este misterio y, volviendo sobre mis pasos perdidos, un poco más allá, me topo con el imponente y autoritario edificio “musical”.

20220213_121914No hay nadie aquí y, entre la soledad y el tiempo un poco espectral, mi fantasía empieza a trabajar a toda velocidad, imaginando el set perfecto para una película de miedo. El lugar, sin alumnos, sin profesores y sin música que llene de armonía y serenidad el ambiente, es verdaderamente inquietante y bien se prestaría hoy para ese terrorífico fin cinematográfico.

La escalera de acceso a la puerta principal impone bastante con sus dimensiones y las banderas oficiales que la decoran parecen subrayar la importancia de ese lugar.

20220213_121602

Un escalofrío, mezcla de miedo y de frío, recorre mi cuerpo mientras, metida de lleno en mi papel de atrevida exploradora, rodeo el edificio para observar también su parte trasera, esperando dar con una inesperada sorpresa que no consista en encontrarme con un asesino en serie. Pero tras esta estructura, una vez más, no hay nada ni nadie, ninguna escultura o monumento digno de interés, sólo un campo de futbol con el suelo arrugado y rasgado por las inclemencias de los inviernos pasados.

Vuelvo rápida sobre mis pasos –mejor no tentar mucho la suerte–, paso delante de unos bancos, sillas y mesas que, si estuvieran ocupadas, tendrían un aspecto mucho más placentero y menos fantasmal, a la par de las rosas que, pronto, renacerán de sus actuales cenizas, y me dirijo hacia el primer edificio que divisé nada más entrar en este recinto, cuya grandeza y belleza compite con la del conservatorio.

20220213_122407

Tengo la sensación de estar en un campus americano, con tanto espacio y tanta vegetación a mi alcance, y, a piedi, un paso tras otro –y no son pocos– me acerco sin saberlo al “I.E.S. Puerta Bonita”, centro para la formación gráfica y audiovisual, según reza el letrero que campea en una moderna estructura de cristal, cerrada a cal y canto, que hace las veces de vestíbulo.

20220213_12271520220213_122605Mi primer pensamiento va dirigido a la cantidad de colegios que hay en este distrito -como, por ejemplo, el cercano Antiguo Colegio Santo Ángel de la Guarda- y que no son, precisamente, pequeños, mientras que mi primer impulso es el de acercarme sigilosamente a lo que parece una iglesia y que, en realidad, es el teatro Txetxo Sada, tal y como atestigua una placa al lado de su puerta. No hay forma de entrar allí y, a pesar de ello, ya estoy satisfecha con todo lo que he descubierto en este recinto inmenso. Puedo salir de aquí para cumplir con mi segundo objetivo: la colonia Torres Garrido.

20220213_123419Está muy cerca y enseguida encuentro otra placa en la que se explica que ha sido inaugurada en el 1955 siendo Franco caudillo, aunque, según narra la leyenda, fue una condesa la que cedió ese terreno en los años cincuenta a una cooperativa de obreros. Para variar, aquí no hay nadie, con exclusión de unos grises nubarrones que, con unas ráfagas de viento en aumento, se acercan amenazantes al horizonte. Las condiciones meteorológicas no animan a seguir explorando, pero, si he llegado hasta aquí, ya no puedo detenerme.

Y magna es mi sorpresa cuando descubro una hermosa plazoleta ajardinada, rodeada de casitas bajas, de techos de tejas, patios con flores y plantas, puertecitas de madera y ventanitas con rejas, que parecen sacadas de un cuento de hadas, como el de Blancanieves.

20220213_124408

Es un conjunto muy peculiar, con un estilo especial, que no deja a nadie indiferente.

20220213_123651En una esquina hay una especie de pasaje, de esos que recuerdan aquellos toledanos, protegido por una Virgen.

Esa santa imagen, que puede que me vaya a proteger de posibles desaventuras, me anima a cruzar esa especie de portal para adentrarme aún más en esa colonia misteriosa y silenciosa.

Y, dicho y hecho, entre diminutos callejones y bancos perdidos entre ellos, se materializan más casitas, cada una de ellas con su peculiar decoración, con columnas en las puertas de entrada, colores más o menos chillones en las fachadas o macetas y flores en los patios exteriores.

A sus espaldas, chocando abiertamente con la curiosa uniformidad de este conjunto liliputiense, se levanta una mastodóntica urbanización sin alma, ansiosa por deglutir esas indefensas y pequeñitas construcciones de ladrillo visto y humildes vidas operosas -¿Cuántas se habrán ya llevado por delante unas crueles y despiadadas excavadoras, en el nombre del (supuesto) desarrollo inmobiliario y de la cómoda modernidad?-.

Un par de gotas, puede que lágrimas de un cielo que añora la colonia de un tiempo, con sus antiguos patios y sus espacios comunes, me animan a alejarme de allí para finalizar mi itinerario, antes de que caiga la tormenta perfecta.

20220213_125230Me dirijo entonces hacia el centro del barrio, hacia la plaza principal del originario pueblo de Carabanchel Bajo, no sin antes inmortalizar el famoso “Mural del Derbi”. No es que yo sea una apasionada del futbol –¡de hecho les regalaría una pelota a cada jugador de los equipos contrincantes para que no se pelearan entre ellos!–, pero sí soy forofa del arte callejero en general.

El mural aparece de repente, con su tamaño enorme, en el muro lateral de un edificio de viviendas que, precisamente, no destacan por su belleza, pero sí por las vivencias que se respiran entre cuerdas tendidas con olor a detergente, balcones convertidos en terrazas cerradas para, a lo mejor, jugar a las cartas, y “aparatosos aparatos” de aire acondicionado para refrescar las charlas veraniegas. La obra, que regala una nota de color especial a la estructura que lo aloja, recita a los pies de unas manos que se estrechan en honor a la deportividad, “En cada derbi #Celebramos lo que nos une”, y su mensaje, más allá de los protagonistas merengues y colchoneros, es indudablemente universal.

Otro par de gotas me obligan nuevamente a apresurarme para alcanzar mi último objetivo de la mañana: la plaza de Carabanchel.

20220131_13553920220213_130309Aquí están la iglesia de San Sebastián Mártir, que destaca con su chapitel de pizarra, y el originario Ayuntamiento de Carabanchel Bajo, de estilo neomudéjar, actual sede de la Junta Municipal del Distrito. La sensación, en esta antigua plaza Mayor, es de verdad la de estar en un pueblo. Esta zona, afortunadamente, no ha perdido su identidad. Me gustaría entrar en el edificio religioso, así como en el cercano edificio institucional, pero en el primero se está celebrando la misa, y el segundo, para variar, está cerrado, así que, recurriré a mi imaginación para visualizar mentalmente la decoración interior de ambos. Sin embargo, lo que más me llama la atención en este céntrico espacio es una curiosa escultura, ubicada casi en frente de la Junta Municipal, que representa a un niño que trata de escribir algo con una tiza en una esfera de considerables dimensiones. No hay una placa o un cartel que explique la presencia de esa obra, así que tengo que recurrir inmediatamente a la Red para averiguar que se trata de “El buzón de las palabras”, metáfora de la igualdad y la tolerancia, y que el infante está apuntando fragmentos de “La Historia Interminable” de Michael Ende –¿Por qué será?–. Me quedo con la duda del motivo de su presencia justo en ese punto geográfico del planeta Tierra, y, fácil y rápidamente, llego a una cómoda respuesta: se trata de una señal, de una señal especial, de una señal particular dirigida hacia mi persona. Esa curiosa escultura me está metafóricamente sugiriendo que ponga fin a mi aventura carabanchelera, que deje atrás esta Puerta Bonita pero sin olvidarla, más bien, homenajeándola con una “historia terminada” aliapiedesca.

¡Y aquí está su inicio y su final!

20220131_135610

Categorías: BARRIOS... A PIEDI | Etiquetas: , , , , , , , , , | 2 comentarios

1, 2, 3… ¡Carabanchel otra vez! (Segunda parte)

[Sigue…]

He vuelto una segunda vez a Carabanchel.

Me he documentado a conciencia, me he inscrito en diferentes grupos virtuales “carabancheleros” para descubrir más sitios de interés cultural, y también gastronómico, de los que ya tenía anotados y, después de haber recibido decenas de afectuosas e interesantes sugerencias por parte de sus patrióticos habitantes, ya tengo perfectamente planificada mi segunda visita a ese distrito, limitándola, por ahora, a uno de sus siete barrios, el de Puerta Bonita, puesto que siendo tanto y tan variado el patrimonio de los originarios municipios de Carabanchel Bajo y Carabanchel Alto, anexionados a la capital en 1948 para después repartirse entre los distritos de Latina, Carabanchel y Usera en 1971, resulta absolutamente imposible abarcarlo todo en tan poco tiempo.

Así que aquí estoy, un domingo por la mañana, al lado de la estación de metro “Oporto” (línea 5), lista para cumplir mi recorrido a piedi in crescendo, y no lo digo sólo porque el camino sea levemente en pendiente. Mi primer objetivo está en el número 159 de la calle General Ricardos, esa calle tan larga y ancha que en su día fue bautizada como la carretera de los Carabancheles, en cuyas aceras campean ahora los carteles de la 40ª edición de la “Semana del Cine Español de Carabanchel”, antesala de los premios Goya.

20220206_132552

Aquí se encuentra ese edificio en ruinas que divisé el otro día desde la ventanilla del coche. Se trata de la antigua Fundación Goicoechea e Isusi o, mejor dicho, lo que queda de ella. El palacete, decadente, más bien en ruinas, con sus ventanas sin cristales, sus puertas tapiadas, sus paredes descolchadas y su letrero consumido parece que está pidiendo a gritos ser rescatado de ese estado de abandono, que lo devuelvan a su antiguo esplendor, que lo rehabiliten para que su viejez no sea tan dura y cruel.

20220206_131653

Lo miro, más bien lo admiro, imaginándome como tenía que ser hace más de un siglo cuando, de originario hotel para la aristocracia, se convertía en un asilo para trabajadoras, gracias a los herederos de Ramona Goicoechea e Isusi – ¿Qué diría ella viéndolo así, sucio y avergonzado, necesitado de cuidados, huérfano de mimos, como un niño abandonado a su destino?-. Con el corazón encogido saco unas cuantas fotos de sus sólidos muros violados por los grafiteros, de su cancela, doblada por el paso, y el peso, del tiempo, de su cornisa tristemente decorada con varillas de hierro que parecen pincharla como agujas e, inútil e impotente, le doy la espalda: sólo podré dedicarle estas breves y tristes palabras…

20220206_131000

Sigo adelante y me detengo en dos sitios que me han recomendado algunos de mis amigos virtuales carabancheleros: la Pulpería Botafumeiro y el Astral. Fuerte es la tentación de probar, en el primero, alguna especialidad gallega, como el pulpo o las filloas, y, en el segundo, unos huevos estrellados o unas croquetas caseras, ya que, al no ser de carne, no me interesa su famoso cochinillo. Y mientras me frustro por no tener el don de comer a todas horas sin engordar, me limito a fotografiar sus escaparates y a seguir adelante hasta alcanzar la protagonista “formal” del barrio: la puerta bonita.

20220206_132847

Bonita es bonita, aunque sea una réplica de la originaria Puerta de Madrid, realizada por una fundición inglesa y arrasada accidentalmente por una grúa. Estoy en frente de su verja elaborada, flanqueada por dos pequeños pabellones, también restaurados a principio del nuevo milenio por el Ayuntamiento de Madrid, y que puede que en su día servían como garitas de una antigua finca de la aristocracia madrileña. Ahora, tras ella, ya no hay ninguna casa de cuento de hadas sino una sencilla plazoleta, la de los Cuatro Chorros, por la que corretean despreocupados niños perseguidos por sus padres o abuelos que, empujados irracionalmente por el amor, intentan evitar que se ensucien o chupen todo los que se cruza en su pequeño camino de pasos inciertos y perdidos.

20220206_133027

20220206_132953

Cerca de esa puerta bonita, de esa reja abierta o cerrada al vacío de una entrada desaparecida, se encuentra también un edificio de grandes dimensiones, custodiado por una cancela y una garita que siguen en pleno funcionamiento, impidiendo que los fisgones, como yo, accedan al recinto para explorar la imponente Residencia Militar de Estudiantes “San Fernando”. Desde allí, entre los barrotes, puedo identificar la presencia de un cañón, unos amplios jardines, una roja cruz de Santiago en su fachada y poco más. Tomo nota y sigo adelante, puesto que lo que ahora me importa es llegar hasta la protagonista sustancial de este barrio: la finca Vista Alegre y sus jardines, reciente y parcialmente restaurados y reabiertos al público.

20220206_120321

Una nueva puerta, monumental, más bien “real”, que se impone a la vista con su inocente blancor, me espera con sus curvilíneos brazos abiertos, como si quisiera abrazarme y empujarme dulcemente hacia su interior para enseñarme su tesoro escondido que, hasta ahora, he vergonzosamente ignorado.

Así que después de recibir unas rápidas explicaciones sobre la visita por parte de una amable empleada -no pisar el césped, no tocar el cedro secular, escanear los códigos QR al lado de cada edificio-, ya estoy dentro de la finca, paseando entre arboles desnudos, impacientes por engordar con la llegada de la primavera, entre ramas esqueléticas, deseosas de sacar sus hojas, y entre jardines embarazados, a punto de engendrar flores de todo tipo y colores. Tras unos pocos pasos, ya me doy cuenta de que tendré que volver a ese precioso espacio, cuando este templado invierno madrileño deje paso a su colorida e inspiradora sucesora. La finca que, paciente e inteligentemente, me ha esperado hasta ahora, ya me ha enamorado perdidamente.

20220206_120652

Aquí todo parece perfecto. El día soleado, con un cielo azul que no se puede más, el aire fresco y salubre, puede que tanto como hace un par de siglos, cuando la nobleza y la aristocracia madrileña, dada la proximidad a la Corte, eligió este pueblo como zona privilegiada de retiro. Con mis auriculares, que emiten unos temas soft de Enya, me encuentro absolutamente encantada de disfrutar de este oasis (casi) verde que quiere enseñarme su cuerpo exuberante, rebosante de cultura, belleza e historia. Una sana envidia se apodera de mí al leer en una gigantesca lona las sabias palabras de José Navarrete, “yo conozco bien a Vista Alegre […] razón por la cual, las descripciones […] las hago con la memoria puesta en la de Carabanchel”. A diferencia de él, me veo obligada a sacar una foto del mapa que aparece justo debajo de sus palabras para no perderme: no conozco bien Carabanchel, no conozco bien Vista Alegre y, en realidad, no conozco bien nada de nada…

20220206_123916

Avanzo, serena y feliz, y me topo con la Estufa Grande. Tras un infructuoso intento de escanear el correspondiente código QR –en realidad, sólo consigo fotografiar ese extraño ajedrez de casillas blancas y negras–, me detengo en contemplar el espacio que me rodea. Entre sus blancos muros exteriores puedo ojear una desnuda rotonda central con sabor a fría remodelación, donde ya no queda nada del aroma y los colores de las plantas exóticas que se alojaban en sus alas laterales.

A continuación, se materializa uno de los antiguos pabellones, el Baño de la Reina, que, con otras edificaciones, componían el extenso recinto de este originario establecimiento público de recreo adquirido en el 1832 por María Cristina de Borbón, esposa del rey Fernando VII.

20220206_121121

A su lado está también el imponente Palacio Viejo que, en su día, contaba con salas para el baño, casino, salones, estufas y jardines -actualmente aloja el Centro Regional de Innovación y Formación Las Acacias-, pero no hay ningún acceso abierto tras su tríplice orden de columnas y su fachada de tonos amarillentos, así que tendré que recurrir a mi imaginación desenfrenada para visualizar sus suntuosas estancias de un tiempo. Dicho y hecho, ya me he convertido en doña Aliapiedi de Alameda de Osuna, así que, metida de lleno en mi papel, me encuentro en la segunda mitad del siglo XIX, a bordo de una carroza-calabaza y vestida con mis mejores galas para acudir a la Fiesta de la Primavera organizada por el popular Marqués de Salamanca que, hace poco, ha adquirido esta finca de las hijas de María Cristina, la reina Isabel II y su hermana Luisa Fernanda.

20220206_121327

Las preciosas farolas iluminan mi figura esplendorosa; las rosas, que trepan en los arcos del coqueto jardín en frente del palacio, me envuelven con sus aromas, mientras las diez esculturas en mármol de la Plaza de las Estatuas –de las cuales ahora solo quedan los pedestales– me miran con una pizca de envidia a través de sus ojos de piedra.

20220206_121247

Estoy tan asombrada por todo el lujo y esplendor que me rodea que, de repente, a pesar de que ya ha sido anunciada mi presencia, decido saltarme el protocolario saludo al ilustre señor de la casa para acercarme a una pequeña cascada que, brotando de una curiosa montaña artificial, me llama con el dulce y rítmico sonido de sus aguas.

20220206_121548

Desde allí nace la sinuosa Ría y es justo aquí donde ahora quiero estar, sentada en un banco con mi vestido de gala ya arrugado y mis zapatos Luis XV de seda ensuciados, respondiendo a la llamada de la naturaleza. Ese romántico rincón es mi pequeño paraíso en tierra y ya no tengo ganas de codearme con la burguesía, ni con la mismísima realeza, ni de sonreír falsamente a gente inconsistente, ni de cumplir un absurdo código de etiqueta; sólo quiero divertirme a mi manera, sola, disfrutando como más me apetezca de ese lugar al que finalmente he sido invitada gracias a la intermediación de una buena amiga, Manuela Inocencia Serrano y Server, marquesa consorte de Cerralbo.

Y después de ese rato de descanso, empiezo a correr, sin ataduras sociales, libre y feliz, sin que nadie me vea, a lo largo y a lo ancho de esa enorme finca.

20220206_121902

20220206_121350

Alcanzo la cercana Galería, con sus dos corredores y su soportal de columnas pareadas; paso delante de la Casa de Bella Vista – que en la actualidad acoge el Centro de Educación de Personas Adultas Vista Alegre-, divisando a través de sus ventanas los libros y las diferente colecciones que componen la biblioteca y el gabinete de ciencias; me detengo a contemplar los esplendidos carruajes y coches descubiertos alojados en las Caballerizas

20220206_122006

20220206_122137-1

; flanqueo la Casa de Oficios

20220206_123318

, de la que actualmente sólo quedan unos restos de la antigua fábrica de jabón que luego fue reconvertida en zona de apoyo y de servicio de los palacios de la quinta, hasta que, agotada, tras atravesar el Parterre, embellecido por setos y fuentes circulares, me tumbo literalmente a la sombra de un ancho y alto cedro secular.

Necesito un momento para reponer fuerzas antes de enfrentarme a una nueva sorpresa que acaba de materializarse antes mis ojos, ya abiertos de par en par.

Se trata de un príncipe azul –más bien blanco, por el color de la vestimenta de sus sólidos muros–, suntuoso y elegante, llamado Palacio Nuevo, más conocido como el Palacio del Marqués de Salamanca, en honor al anfitrión de esta romántica velada, que ha sido quien lo ha completado hace poco, llevando a buen puerto las obras iniciadas por la reina María Cristina en las originarias naves de almacenes y calderas de la ya mencionada fábrica de jabón.

20220206_122410

Enseguida me siento increíblemente atraída por él, por su belleza y hermosura, por sus cuatros sólidas columnas, por sus escaleras majestuosas, por su elegante fachada, por sus robustas puertas de madera, por sus lámparas leves y ligeras, por su vestíbulo y cúpula impresionante, decorados con frescos y mármoles, y por las coquetas farolas que le vigilan –lo admito, tengo debilidad por las farolas–.

Allí, con él, más bien dentro de él, entre sus salones llenos de antigüedades, que incluyen un exótico fumoir, con frescos en el techo y en las paredes e iluminados con las primeras luces eléctricas, podría detenerme horas y horas, imaginándome muchas más historias sobre la disoluta aristocracia y la humilde clase trabajadora, sobre los ricos y los pobres, de entonces y de ahora, sobre la gente privilegiada y la que nunca ha sido ayudada…

Pero en el aire ya suenan los retoques de la medianoche –¿Cómo han podido pasar tan deprisa estas dos horas?– y, a la par de Cenicienta, despistada y enamorada, me despido con un arrivederci de mi príncipe-palacio, perdiendo un zapato imaginario para poder volver a verlo en el futuro, o en el pasado…

El sueño con los ojos abiertos se ha acabado, doña Aliapiedi ha desaparecido, el siglo XXI, y su día soleado, ha regresado.

Aturdida y desorientada me quedo unos cuantos minutos en estática contemplación de ese precioso edificio, testigo silencioso de una riqueza de antaño que, pronto, según los proyectos de restauración en vigor, debería de volver a su antiguo esplendor –sería un delito desperdiciar una joya con tanto potencial– y, mientras me dirijo hacia la salida de la Puerta Real, me detengo ante unos cuantos letreros que, colgados en sus muros curvilíneos, indican la presencia de diferentes edificios pertenecientes a la Comunidad de Madrid. Todos ellos están custodiados por una cancela y una garita que impiden el paso a los coches que no están autorizados… ¡pero no a una fisgona como yo!

Emprendo entonces ese invitante camino –sólo por el hecho de tener acceso limitado, ya me resulta interesante– y, bajo los rayos del sol, me topo con unas cuantas construcciones de grandes dimensiones y

20220206_124654

un número no indiferente de personas mayores, acompañadas y arropadas por sus familiares. En este enorme espacio que estoy recorriendo, y que puede que en su día albergase más fincas y villas de la clase alta, se erigen en la actualidad residencias de mayores, o de menores, institutos de educación secundaria o conservatorios de músicas y danza, centros de innovación o de formación, pero, siendo un día festivo, la mayoría de ellos no están abiertos. Me llama sobre todo la atención la imponente cúpula de una iglesia, ubicada en el recinto de la Residencia Las Acacias, cerrada a cal y canto, y me quedo con las ganas de visitarla mientras tomo una foto robada, rasgada por las rejas.

Sigo con mis pasos perdidos hasta chocarme frontalmente con una nueva cancela que protege un centro ocupacional para personas con discapacidad intelectual. Allí tengo que parar, allí tengo que reflexionar. Y, acompañada por un velo de tristeza y, a la vez, por una profunda admiración hacia todos los que cuidan de los que desafortunadamente lo necesitan, doy por concluida mi incursión en ese territorio sagrado, lleno de vida y de vidas que luchan heroicamente contra la adversidad…

20220206_130211

Regreso por donde he venido y, a lo lejos, diviso la cúpula del Palacio Vista Alegre Arena que, como un OVNI ocupado por marcianos (afortunadamente) amigos, parece estar vigilando un precioso conjunto de palacios que, a lo mejor destinados a los funcionarios de la realeza, me habían llamado la atención en mi primera visita carabanchelera, con sus techos de tejas, sus coquetas terrazas retranqueadas, sus elegantes soportales y sus verdes venecianas, que me recuerdan los edificios de mi dulce y siempre amada patria italiana…

20220206_134943

Paso delante de ellos y, poco a poco, un paso tras otro, me voy acercando a la curiosa Puerta de los Osos, que actualmente da acceso al ya mencionado Centro de Educación de Personas Adultas Vista Alegre y al Centro Regional de Innovación y Formación las Acacias.

Los dos animales, petrificados, cada uno de ellos en una pose diferente, parecen querer bajarse del pedestal donde han sido colocados en el 1987 por voluntad del alcalde Juan Barranco Gallardo, en conmemoración del centenario de la donación del parque de Vista Alegre a la beneficencia, durante el reinado de Alfonso XIII, siendo regente su madre María Cristina de Austria.

La reja y las dos columnas puntiagudas que apuntan hacia el cielo, como si fueran unos cohetes a punto de despegar, bien merecen una foto, al igual que la extraña pareja de mamíferos con ganas de bajar y corretear por los jardines de la finca que se abre detrás de ellos.

20220213_131409

Recorro ahora la calle Eugenia de Montijo –aquí todas las calles son muy “nobles”– y me topo con un curioso edificio que hace esquina con la calle Francisco Romero. Tiene un aspecto neomudéjar, con azulejos y arcos en su fachada y muros de ladrillo. No hay ninguna placa que explique su razón de ser y, una vez más, me quedo con la curiosidad de saber la historia de esa vivienda tan peculiar que parece caída en ese cruce por casualidad, cuando, en realidad, son las demás que “han caído” allí después de ella. Siguiendo por esta calle, a mi izquierda puedo contemplar más casitas bajas y de dos plantas, ya con una cierta edad, algunas con puertas y letreros de madera, que se reflejan imaginariamente en las de enfrente, mucho más modernas pero que, afortunadamente, han respetado la altura de sus predecesoras.

20220213_132459

20220213_132155

Flanqueo los imponentes muros de piedra del Colegio de Santa Rita, antigua “Escuela de Reforma Santa Rita”, que en su día destacó por ser el primer centro de reinserción de España, gracias al admirable esfuerzo y empeño de Francisco Lastres, su fundador, y a la donación del Marqués de Casa-Jiménez de la originaria finca “Santa Rita”, en memoria de su difunta mujer, entonces ubicada en Carabanchel Bajo, y, muy a mi pesar, me veo obligada a parar y a finalizar mi itinerario “aliapiedesco”.

Se ha hecho tarde, pero tarde de verdad, y mi familia y mi hogar ya me están esperando en la otra punta de la capital: tengo que abandonar este barrio tan “bonito”, un poco menos desconocido para mí, que en cada esquina esconde algún edificio peculiar, algún monumento especial, algún elemento inusual. Pero pronto volveré una tercera vez para visitar los demás sitios de interés que tengo apuntados en mi mapa virtual:

A presto, Carabanchel!

[Continuará… }

Categorías: BARRIOS... A PIEDI | Etiquetas: , , , , , , , , , , , , | 3 comentarios

1, 2, 3… ¡Carabanchel otra vez! (Primera parte)

¡¿Carabanchel?!

En mi entorno poquísimas veces había oído hablar de ese distrito que, ya de por sí, por su ubicación, en el sur de Madrid y, para más inri, fuera de la M-30, merecía poca consideración. Desde que aterricé aquí procedente de mi amada ciudad de nacimiento, Milán, a menudo había oído decir que todo lo que estaba al norte de la capital era “bueno”, mientras que todo lo que estaba al sur era “malo”. Por eso, en casi dos décadas de vivencia en mi querida ciudad de adopción, nunca se me había ocurrido ir a Carabanchel y a nadie se le había ocurrido llevarme hasta allí. Ni siquiera sabía la ubicación geográfica precisa de este lugar perdido en la parte meridional de la capital; su presencia se escapaba de todos mis mapas y su nombre sólo me resultaba familiar por la existencia de una famosa cárcel -que, según conocí posteriormente, fue mandada construir justo después de la Guerra Civil, por orden de Franco, y había sido derruida en el 2008, después de cincuenta y cinco años de funcionamiento-.

Sin embargo, con el paso de los años el centro de Madrid se me quedó cada vez más pequeño, así que, cuando hace poco más de un mes se cruzó en mi camino un provocador cartel publicitario que rezaba “¡Hay vida más allá de la M-30!”, decidí aceptar el reto y embarcarme en la aventura de descubrir todos los barrios periféricos de la capital y de dedicarles unas líneas a cada uno de ellos, empezando por la Alameda de Osuna, que se encuentra fuera de los límites de la M-40, al tratarse del que mejor conocía, por haber habitado felizmente en él durante más de una década, después de un inicial momento de temor y desorientación.

El objetivo de mi nueva incursión en el extrarradio madrileño era la Colonia de la Prensa, un lugar que tenía apuntado desde hace tiempo en mi práctico mapa virtual que, poco a poco, había ido sustituyendo los de papel.

¡Y así, por primera vez, me fui, sola y temeraria, a Carabanchel!

Decidí desplazarme hasta allí en coche, ya que con el metro hubiera tardado casi tres veces más, y una mañana cualquiera de un día entre semana, después de haber recorrido kilómetros de oscuros e infinitos túneles a lo largo de la M-30, esa circular muralla imaginaria que protege lo que (erróneamente) se considera como el centro de Madrid, por fin vi la luz al fondo, desembocando como por arte de magia en una ancha y soleada avenida.

Se trataba de la calle del General Ricardos, que no encajaba para nada en mi apriorístico esquema mental, condicionado por las leyendas urbanas que no auguraban nada bueno. Allí no había casas destartaladas, locales de dudosa reputación o edificios en ruinas, sino más bien todo lo contrario. Viviendas más nuevas se alternaban con otras de mayor edad, calles limpias y cuidadas se cruzaban con esta arteria principal y tiendas y bares de los de toda la vida daban paso a locales y franquicias más modernas y llamativas. Estaba tan asombrada por esa calle -que nada tenía que envidiar, por ejemplo, a la más céntrica y teóricamente “señorial” del Príncipe de Vergara-, que, mientras conducía, no podía evitar distraerme continuamente, intentando retener en mi retina cada uno de los edificios, iglesias, conventos y colegios que la decoraban.

Las paradas del metro se sucedían una tras otra: Marqués de Vadillo -¡qué glorieta más bonita!-; Urgel -a qué se debía el nombre?-; Oporto -mi ciudad portuguesa favorita, con su decadente y melancólico aroma-. Y nada más superar esta última estación, que parecía haber oído mis nostálgicas reflexiones sobre Portugal, un edificio decadente de verdad, más bien en ruinas, apareció a mi izquierda, captando toda mi atención y obligándome a aflojar el acelerador -¿Qué había pasado allí?-. Ese antiguo palacete parecía haber sido víctima de un ataque militar, de una bomba nuclear o, más sencillamente, de una negligencia humana ejemplar. No podía evitar observarlo más detenidamente y, al mismo tiempo, traté de memorizar el mayor número posible de referencias urbanas para luego poder encontrarlo en Google Maps.

Un poco perturbada, seguí adelante y, unos metros más allá, una nueva sorpresa aguardaba mi despistada conducción. Se trataba de una verja preciosa, flanqueada por dos garitas que sugerían la presencia de una solemne entrada a alguna mansión ya perdida que, ignoro el motivo, me recordaron a las del originario El Ramal, actual Paseo de la Alameda de Osuna, que lleva al palacio de los duques de Osuna y a su maravilloso jardín El Capricho. Una vez más, trataba de grabar en mi memoria visual su ubicación aproximada, cuando captaron nuevamente toda mi atención un cercano y autoritario edificio, rodeado de jardines que se entreveían entre los barrotes de una alta cancela, y, a continuación, una majestuosa puerta, de cándidos colores. Quería detener mi coche inmediatamente, bajarme enseguida, lanzarme a piedi hacia allí y acercarme cuanto antes a ese sitio tan llamativo -en esos momentos añoraba la presencia de un chofer en mi vida o, más simplemente, de mi marido como conductor- pero, muy a mi pesar, tenía que continuar.

Las dudas y los interrogantes asaltaban mi mente conforme avanzaba en el camino marcado por el navegador, donde me topaba con amplios jardines, elegantes palacios, enormes colegios y edificios institucionales y hasta unos osos trepadores -¿Qué estaba pasando allí?-. Parecía que había entrado en una nueva ciudad, una ciudad señorial donde se respiraba un aire diferente… Esta vez mi inexplicable comparación mental me trasportó a las construcciones que rodean los Reales Sitios, destinadas a alojar a los dignitarios y servidores de la Corte.

¿Era eso Carabanchel de verdad o, como de costumbre, me había perdido, ensimismada en mis pensamientos y aturdida por el estupor? El navegador, sin embargo, me confirmaba que, a pesar de mis múltiples distracciones, iba por buen camino… ¡Y qué camino más bueno!

No había alcanzado todavía mi objetivo y ya estaba planeando una segunda visita para disfrutar más detenidamente, y menos peligrosamente, de todos esos sitios tan atractivos. Y después de unos pocos minutos, por fin llegué a destino.

20220131_125656Aparqué muy cerca de la glorieta García Plaza, una coqueta placa así lo anunciaba, y mi mirada ya se perdía entre las modernistas fachadas, torres y cancelas de unos cuantos chalés que, discretamente, me rodeaban con su presencia. Mis pies, deseosos de pisar tierra firme, y no un acelerador, bramaban por activarse a la mayor brevedad posible y los dedos de mis manos ya estaban calentando sus músculos diminutos para disparar con vigor y entusiasmo centenares de fotos.

Empecé a recorrer sin ningún criterio establecido las callecitas de esa colonia tranquila y silenciosa, donde sólo se oían los cantos de los pajaritos y solo se olían los aromas de una impaciente primavera -no era de extrañar que esa parcela, a principios del siglo pasado, hubiera sido elegida por el gremio periodístico como zona de retiro o vacacional, convirtiéndola en la primera ciudad de periodistas de España-.

Eso no parecía Madrid sino un feliz oasis de paz, un pueblecito de cuento de hadas, una insólita colonia de “hoteles”, la primera de la capital, que competían entre ellos en hermosura y originalidad decorativa. Después de haberlos fotografiados todos, incluso los que necesitaban urgentemente unas manos de pintura (y algo más), y haber añorado la ausencia de los que habían sido derrumbados durante la Guerra Civil o, más tarde, por las despiadadas excavadoras de la especulación inmobiliaria, satisfecha, decidí explorar un poco más ese distrito que, generosa y gratuitamente, me estaba regalando tanta belleza.

20220131_131327Tomé una última foto de la imponente entrada principal, escenográficamente anunciada por una enseña que campeaba entre dos torretas, que originariamente fueron utilizadas también como portería, locutorio telefónico y hasta apeadero del tranvía, y me dispuse a consultar todos los sitios de interés cerca de mí que me sugería el “infalible” Google Maps… ¡Y descubrí que había un yacimiento romano!

¡No podías ser! ¡No me lo creía! Al igual que San Pedro, tenía que verificarlo con mis propios ojos, tocarlo con mis propias manos y pisarlo con mis propios pies.

Arranqué el motor del coche y rápidamente alcancé ese punto geográfico, en el Parque Ingenieros, donde, teóricamente, hubiera tenido que encontrar ese tesoro arqueológico, pero, una vez más, mis propósitos de Indiana Jones se vieron frustrados por otro monumento que captó toda mi atención. En efecto, al final de un camino empinado que se abría paso entre tristes y secos descampados, en busca de un aparcamiento, como por arte de magia había aparecido una iglesia, más bien una ermita solitaria. Ya se me había olvidado el verdadero motivo de mi expedición en esos lares perdidos, entre baches y terreno no asfaltado. Lo que estaba ahora ante mis ojos era, para mí, como el Santo Grial… -¿Qué hacía allí ese precioso edificio religioso de muros inclinados que se erguía tímido y discreto al lado de un silencioso cementerio?-.

20220131_122258Un cartel en su alta torre de ladrillo explicaba que “aquí estuvo la iglesia de Santa María Magdalena a la que venía a rezar San Isidro cuando trabajaba en estos campos y en ellos tuvo lugar el milagro del lobo”. Tenía que entrar allí y descubrir algo más. Empujé confiada su pequeña puerta de madera, pero ésta, sólida y testaruda, se me resistió: Santa María la Antigua, así se llamaba esa ermita, la más antigua de la Comunidad de Madrid, estaba claramente cerrada, puede que abandonada a su destino, rodeada de campos sin alma y al lado de un camposanto con muchas de ellas… -de vuelta a casa descubrí, no sólo que el cercano e inmenso solar alojaba la famosa cárcel de Carabanchel, sino también que, bajo sus escombros, incluso sobre el mismo suelo que estaba pisando, así como en el cercano parque Eugenia de Montijo, estaban, y siguen estando, los restos arqueológicos de la antigua villa agrícola romana que iba buscando, a la espera de ser rescatados cuanto antes de su inmerecido olvido…-.

Desconcertada entré en el pequeño cementerio. No era el mejor lugar para buscar respuestas sobre la ermita, pero, paseando entre esas tumbas con vistas al horizonte, no sólo encontré paz (no eterna, afortunadamente, pero sí la suficiente para tranquilizarme) sino también, a la salida, una puerta, fuerte y robusta, que, a diferencia de la anterior, se abrió fácilmente, sin oponer resistencia. Entré sigilosamente, con respeto y prudencia, en una oficina oscura, casi un bunker, sólo iluminada por la presencia de una amable encargada que, asediada por mis preguntas sobre la pequeña joya solitaria y disculpándose profundamente por no podérmela enseñar, me explicó que sólo podía visitarse los fines de semana cuando se celebraba una misa en memoria de los que ya no estaban…

Y con esas palabras di por concluida mi excursión mañanera en las afueras de la M-30.

Era inútil seguir en ese distrito perdida y desorientada, sin ningún conocimiento, sin ningún criterio, sin ninguna preparación. Tenía que volver allí con más información; tenía que documentarme previamente; tenía que planificar mis visitas, organizarlas mejor y no dejar nada al azar.

Se lo debía a ese Carabanchel, desconocido y sorprendente, que, hasta ahora, había ninguneado imperdonablemente…

[Continuará… ]

Categorías: BARRIOS... A PIEDI | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

Blog de WordPress.com.