Como os adelanté en mi anterior post, tenía pensado asistir a las visitas teatralizadas gratuitas que se organizan hasta finales del mes de septiembre en el jardín El Capricho. Y así fue, no una, sino dos veces. La primera, en familia, con poca gente y una temperatura agradable, y la segunda, acompañada de amigos, con más gente y más calor, pero en ambos casos con la misma emoción y entusiasmo antes, durante y después de este paseo de ensueño. El espectáculo de teatro, baile y música es tan ameno, divertido y entretenido que, si por mí fuera, repetiría una tercera vez.
El fantasioso, y fantástico, recorrido empieza en la antigua Plaza de Toros. Allí, reunidos en círculo, esperamos la llegada de los personajes aunque, sin darnos cuenta, uno de ellos (¿quién será?) ya está infiltrado entre nosotros y de repente nos susurra al oído algún comentario sarcástico… No tenemos que dejarnos distraer por sus irónicas palabras porque al fin ha llegado el momento: entre tambores aparece una guapa sevillana, llamada Paquita, que nos presenta, enumerando todos sus títulos, a su amiga:
doña María Josefa de Pimentel, duquesa de Osuna.
La entrada de la duquesa, entre aplausos y vítores, es espectacular, al igual que su vestimenta, su peinado y… ¡sus tacones de vértigo! que luego cambia por un más cómodo calzado romano: la duquesa, después de todo, también es humana. Las niñas se quedarán sin duda boquiabiertas al ver aparecer, vestidas con sus mejores galas, a estas dos hermosas mujeres, parecidas a un par de princesas, que ejercerán de anfitrionas en esta fiesta de disfraces del futuro a la que, sin saberlo, hemos sido invitados y estamos participando. La bella doña Josefa, sorprendida, nos da la enhorabuena por los atuendos tan variopintos que hemos elegido mientras que Paquita nos habla, acompañada por las notas del Minuetto de Boccherini, de las pasiones de su amiga, gran mecenas de las artes (¡y de los artistas!): la música, la literatura, el baile y… ¡el amor!
Al pronunciar esta palabra, aparece en la escena un nuevo personaje: Pedro Romero Martínez. El famoso torero, reluciente en su traje azul y oro, nos seduce, al son de las castañuelas, con su mirada, sus gestos sinuosos y su baile flamenco, del mismo modo que en su día seducía a la duquesa con sus faenas taurinas…
La ilustre dama por fin nos invita a acceder a sus aposentos, al jardín de sus sueños, y los asistentes la seguimos cautivados pero, de repente, un par de inquietantes personajes con unos vestidos estrafalarios y unas potentes voces nos cierran el paso, justo antes de la verja de entrada.
¿Quién serán? Los niños se esconden detrás de sus padres y los padres… intentamos ser valientes a los ojos de nuestros hijos. Se trata de los Cuidadores del Jardín que nos enumeran todas las especies de plantas y flores presentes en el recinto, amenazándonos con fumigarnos si nos atrevemos a pisar el césped o a estropear cualquier otro elemento natural del magnifico recinto.
Un poco aterrorizados, y acompañados por sus gritos, podemos por fin seguir a la agradable y encantadora duquesa, llegando así a la amplia Plaza de los Emperadores. Aquí Paquita nos cuenta cómo los duques de Osuna eligieron este lugar para construir esta maravillosa finca de recreo y, sobre todo, su mágico jardín, obra de los mejores jardineros de la época. El relato, acompañado como siempre por las castañuelas del cautivador torero que nos mira desafiante desde lo alto de la Exedra rodeada de esfinges, concluye con un magnifico augurio: “Vivir la vida y vivirla amando…”.
Estamos en el sitio adecuado, en el jardín soñado, testigo entonces y ahora, de la magia del amor. Todos aprobamos felices y… ¡enamorados! Y así, invadidos y embrujados por dulces y tiernos sentimientos, asistimos al pase, que más bien es un desfile, de la duquesa entre nosotros, comunes mortales, mientras que los autoritarios cuidadores nos invitan, más bien nos obligan, a hacer una reverencia para que nuestra protagonista se sienta guapa, querida y admirada por su humilde público. Obedecemos sin rechistar, aplaudiéndola entusiastas, gritándole cumplidos y arrodillándonos ante ella, no sea que acabemos fumigados por no hacerlo.
La siguiente etapa es justo delante del Palacio -si os adelantáis al grupo, quizás logréis conseguir un puesto en primera fila en uno de los pocos bancos que colocan para la ocasión junto a la alfombra roja central- donde, siguiendo el guión de Leandro Fernández de Moratín, asistimos a la atormentada y forzosa relación entre la joven Doña Francisca y el no tan joven Don Diego. Sus reflexiones, sus dudas y sus discusiones nos hacen emotivamente partícipes de la locura y el poder del amor, que rompe barreras, sociales y temporales, y que siempre triunfa entre aquéllos que a él se entregan.
A unos pocos pasos, justo delante de la puerta metálica que da acceso al búnker construido durante la Guerra Civil -momento en el que el jardín fue tomado como cuartel del bando republicano- escuchamos la triste historia de la huida de los duques de Osuna cuando las tropas francesas llegaron a Madrid, episodio que fue seguido por los tristemente conocidos fusilamientos del dos de mayo.
Pero pronto regresamos a la época dorada del jardín. Empujados por las frases sarcásticas del inquietante personaje del principio -¿Os acordáis de él? Seguimos sin saber quién es…- subimos por un pequeño sendero y llegamos jadeando a la Columna de Saturno. Allí aparece el personaje que, con sus tormentos y sus locuras, más simpatías y risas provoca entre grandes y pequeños: Gustavo Adolfo Bécquer.
El célebre poeta sevillano, uno de los muchos literatos de los que se rodeaba la duquesa, se presenta como una auténtica alma en pena, atormentado por sus fantasmas -¿Lo somos nosotros? ¿Lo es él? ¿O lo es este mágico jardín?- y perseguido por los versos de otros famosos artistas de su época. Su actuación tragicómica es impresionante, admito que tengo debilidad por él, como también lo son sus salidas de escena: ¡Cuidado por donde pasa! Sin embargo, aunque se aleje a toda prisa, no lo perdáis de vista puesto que él siempre está allí, observando sin ser visto y, cuando menos lo esperáis, reaparece enloquecido abrazando a un árbol, imitando a un pájaro o corriendo con una sábana blanca…
Tenemos que seguir. Nuestros anfitriones ya nos están esperando delante del Fortín. Allí, entre sus murallas, nos espera otro ilustre personaje, que en realidad es el mismo que nos ha perseguido desde el principio. Os preguntará si sabéis quién es… ¿Queréis que os lo diga? ¿Queréis sorprenderle? Porque, de lo contrario, se lamentará de tantos años de colegio desperdiciados… Mejor mantener el secreto, estoy segura que, gracias a sus pistas, sabréis contestar de inmediato. Sólo deciros que empezará a recitar unos celebres versos que inevitablemente llevarán al público presente a interactuar con él.
Con las suaves melodías literarias aún sonando en nuestra mente, y con Bécquer zascandileando a nuestras espaldas, nos dirigimos a la Casa de Cañas donde doña María Josefa de Pimentel y su amiga, concediendo un poco más de confianza a sus humildes invitados, se nos acercan susurrándonos con sus cálidas voces las tan conocidas rimas del don Juan Tenorio. Y se van… dejándonos, sobre todo al público masculino, embelesados y hechizados, quizás más por sus caricias que por sus palabras. Pero la magia de sus manos rozando suavemente nuestros rostros viene de repente interrumpida por la trágica y melodramática actuación de la Cuidadora del Parque. Al terminar su monólogo, cae un velo de tristeza entre los asistentes y se impone el silencio, roto solo por el fluir de la pequeña cascada del estanque. ¡Pero ánimo! ¡No se acaba todo aquí! “Alegrad esas caras, parece que os han subido…” Ya lo descubriréis vosotros mismos, prestando mucha atención a las palabras pronunciadas por la actriz a su despertar.
Y así llegamos al gran final, en el Casino de Baile, donde todos los actores, desde la hermosa barandilla de este pabellón, recitan, por turnos, unos últimos versos, antes de bajar y mezclarse con nosotros para bailar todos juntos, invitando a los más pequeños a unirse a los alegres y despreocupados corros que se forman.
Las caras de las niñas se iluminaran de alegría y sus ojos brillaran de emoción al poder por fin tocar, hablar y danzar con la ilustre duquesa y la simpática Paquita -los demás personajes, aunque lo intenten, no tienen tanto éxito entre el público infantil-. La fugaz hora y media de duración del espectáculo toca a su fin y los pequeños tienen su merecidísima recompensa.
De modo que… ¡daos prisa! Nunca hay que hacer esperar a una dama, y si es noble… ¡menos aún!
Una reflexión final: En ambas visitas tuvimos la oportunidad de conocer en persona a la mayoría de estos actores, tan sagaces como entregados a su público, y de hacernos algunas fotos con ellos. Espero que, a pesar de los continuos recortes, puedan seguir haciendo gala durante mucho tiempo de su generosidad, dentro y fuera del escenario, pues, sin duda, lo merecen.
¡Alia! tus descripciones son cada vez más fantásticas y amenas, ¡da gusto leerlas! y yo lo he hecho con una gran sonrisa durante todo el tiempo de la lectura, así que ¡¡¡¡a por más posts!!!! besos y gracias por el disfrute que nos regalas cada vez que escribes, roberta
Me gustaMe gusta
Roberta, gracias a ti como siempre por animarme. Da gusto tener a lectores como tu, y mientras que los haya…!escribiré!
Hasta el próximo post. Un beso
Me gustaMe gusta
Pingback: Museo del Romanticismo: El regreso de la niña en la quinta dimensión (Primera parte) | Aliapiedi... por Madrid en familia
Pingback: Castillo de la Alameda: La E y la espera | Aliapiedi... por Madrid en familia