Museo del Traje: La niña en la quinta dimensión (Segunda parte)

[… Sigue] Esta vez nosotras íbamos a ejercer de anfitrionas para nuestra invitada de honor, doña María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel, y pasando de sala en sala, o mejor, de salón a salón en nuestros aposentos imaginarios, la acompañamos hasta la estancia donde, en una esquina, teníamos expuesta nuestra colección de “sombrillas” y, un poco más adelante, la sorpresa que teníamos guardada para ella: el “polisón.

La sorpresa de la noche: el polisón

La duquesa de Osuna se quedó de piedra al ver esa pieza que sin duda iba a sustituir al “miriñaque”, una especie de “armazón-armadura” interior que hasta aquel momento utilizaban las damas para dar volumen a sus faldas.

Esa novedosa estructura, que daba forma sólo a la parte posterior de aquéllas dibujando una sensacional silueta exterior, estaba destinada a marcar un nuevo estilo en el ámbito de la moda, y la duquesa, como siempre adelantada a sus tiempos, ya lo intuía. Lástima que a la noble mujer no iba a darle tiempo de probarlo: tenía que volver a su finca, a su Capricho soñado y… a su época. Nos despedimos de ella -no era una adiós, sino un “arrivederci”, confiadas en un futuro reencuentro veraniego “teatralizado”- para volver al recorrido por el museo, alejándonos de la quinta dimensión.

Habiendo pasado revista rápidamente a los distintos y variopintos tipos de trajes regionales, de fiesta, de oficios o rituales y de danzantes, ya que no había ni uno de princesa, entramos de lleno en la “Belle Époque”: ¡Qué tiempos! ¡Cuánta belleza! ¡Cuánta magia en las prendas “interiores” allí exhibidas! Hasta los cuerpos con formas más mediterráneas podían lucir figuras envidiables, gracias a todos esos trucos que, entonces como ahora, hacían auténticos milagros con las curvas de las mujeres: corpiños, cotillas y los más recientes corsés y fajas.

La magia de los «interiores»

Dejando a nuestra espalda la acogedora vitrina-escaparate, decorada con una hermosa mampara de la época, dedicada a la indumentaria de las damas que estaban “de visita”, llegamos a los escenográficos vestidos del creador, y también coleccionista, “Mariano Fortuny”.

De visita

Damas de visita

Chaqueta de Otello

Entre sus creaciones de amplias líneas, inspiradas en modelos históricos y utilizadas también para el vestuario teatral, como la chaqueta para el Otello dirigido en Londres por Orson Welles, tampoco había un traje de princesa, ni siquiera uno suntuoso de Desdémona que hubiera podido parecerse a ello, así que mi joven acompañante, cada vez más impaciente por encontrarlo, siguió adelante, a la época de las vanguardias de principio del siglo XX.

Eran los llamados “años locos” y las mujeres por fin se habían ganado un sitio en la sociedad y podían disfrutar de sus horas de ocio en todos aquellos lugares que, hasta entonces, habían sido reservados a los hombres: las salas cinematográficas y, sobre todo, los cafés diurnos y los salones nocturnos. La quinta dimensión volvió a nuestras mentes y acabamos en El Indio, con sus paneles de madera y sus hornacinas con cristales pintados, degustando con toda tranquilidad un sabroso “café y chocolate” caliente junto con unas amigas.

La chocolateria El Indio

El vestido de la señora Alia(piedi)

El vestido de la niña

La señora Aliapiedi estrenaba un vestido de línea jardín, ligero y transparente, en organza estampada, acompañado por un sombrero tipo cloché y unos zapatos-salón a juego con la cartera, mientras que la joven acompañante, que había dejado oportunamente en el suelo su aro de madera y guía con el que antes, en términos espacio-temporales, había estado jugando “en el parque”, llevaba un vestido “retro” de color rosa, en tafetán de algodón, con manga larga y cintas en raso de seda. Entre risas y charlas no nos dimos cuenta de que empezaba a oscurecer y que sólo faltaban unas pocas horas para la fiesta que nos (me) esperaba esa misma noche.

Otro evento y otro vestido, esta vez en tul de seda, bordado con lentejuelas y pequeños cristales, ideal para la celebración del cumpleaños de una de las mamás de la merienda. La entrada en el salón de baile donde ya nos estaban esperando nuestros esposos fue, como siempre, triunfal: ¿quién iba a resistirse a esas faldas que dejaban enseñar parte de las piernas? ¿Cómo no caer rendidos a nuestros innovadores peinados y miradas cautivadoras, acentuadas por unos modernos maquillajes? Y, al fin y al cabo, ¿por qué no divertirnos, abandonando las viejas ataduras morales y mostrando nuestra alta dosis de seducción?

Sombrerera de piel

Trabajábamos de día y danzábamos de noche… y, a la salida del local nocturno, ya nos esperaba un flamante Rolls Royce -que, para la ocasión, iba a transformarse en una elegante máquina del tiempo- para llevarnos, con el maletero cargado de sombrereras de piel, abrigos de terciopelo y capas de visón… ¡al Festival de Cine de San Sebastián!

Mariquita Pérez, de invierno

Mariquita Pérez, de verano

Llegados finalmente a nuestro destino geográfico y temporal -los espléndidos años cincuenta-, nos pusimos a jugar un poco en la salón de nuestra fantástica suite con las muñecas Mariquita Pérez de la niña de la quinta dimensión que, no sin esfuerzo, había elegido antes del viaje en el tiempo de entre todas las que la miraban con sus grandes ojos azules desde el armario-vitrina dedicado a la “moda diminuta”: una vestida de verano y otra de invierno.

Se acercaba la hora del aperitivo y para esta ocasión ya estaba preparado, colgando en el antiguo armario de nogal macizo, el último modelo de “Cristóbal Balenciaga”, un vestido sin mangas en piqué de algodón, color azul pálido, con escote redondeado y falda de amplio vuelo y, justo al lado, para la “grande soirée”, un traje de “alta costura” de Hubert de Givenchy, propio de la “moda de cine” que llegaba de los Estados Unidos. Era largo, en raso negro, sin mangas, con escote alto y con una falda ligeramente fruncida que llevaba una gran abertura en el costado izquierdo -¡atención al detalle: marcaba una diferencia no exenta de importancia con el de una famosa peli!-; el vestido era tan aparentemente sencillo como realmente elegante… ¡sólo faltaban los diamantes para el “desayuno nocturno” que iba a tener lugar después de la gala de entrega de la Concha de Oro!

¿Desayuno nocturno con diamantes?

En esta importante ceremonia, “desfilaban” -nunca mejor dicho- divas extranjeras, embajadoras del “new look” de Dior, junto con estrellas nacionales, vestidas en su mayoría de “Manuel Pertegaz” o de “Pedro Rodríguez”… Era una verdadera pasarela de modelos de “alta costura” y yo, profundamente inmersa en la quinta dimensión, allí estaba, abrazando a Sofia Loren, saludando a Elisabeth Taylor o guiñando el ojo a Audrey Hepburn… ¡Qué chic! ¡Cuánto glamour!

Desgraciadamente, esta fiesta también terminó y tuvimos que volver a los “tiempos actuales” y a la verdadera realidad tridimensional, aunque la niña de los ojos grandes, que veían más allá de sus sueños, no había tenido todavía la posibilidad de contemplar el prometido traje de princesa del principio de este cuento. Decepcionada, estaba a punto de dibujar en su eterna cara sonriente una triste mirada cuando, tras abandonar la última sala del museo, de repente lo vio todo claro: la princesa siempre había sido, e iba a ser, ella, como quiera fuera vestida, gracias a su único, inconfundible y natural estilo. Y, para demostrarlo, allí estaba esperándola “ai suoi piedi”, junto con unos cuantos maniquíes, una auténtica y verdadera pasarela, para poder acompañarla al son de la música y bajo la luz de unos focos de encendido progresivo en cada uno de sus ligeros y divertidos pasos de niña-princesa-modelo.

La pasarela de los sueños… reales

Así fue como nació una estrella… de la moda, del cine o, simplemente, de su familia

Una información adicional: hasta finales del mes de octubre se puede visitar también una exposición temporal dedicada a Gianni Versace, con ocasión del 15º aniversario de su muerte. Sus creaciones, como siempre, asombran, positiva o negativamente, pero lo que más me llamó la atención, al empezar el recorrido, fue un extraño “cuadrante de cuadraditos” blancos y negros, una especie de micro-obra de abstracción geométrica, al estilo Mondrian (con todos mis respetos por este Artista). Y mientras la contemplaba pensativa, apareció de repente detrás de mí otro encantador responsable del museo-castillo -iba vestido de paisano y sin identificación: ¡posiblemente era el gran chambelán que corría en mi ayuda!- que me invitó muy amablemente a apuntar mi móvil allí: ¡éste fue el resultado!

¿Mondrian en blanco y negro?

Él dedujo que yo no tenía instalado el programa adecuado y yo que quizás tendría que volver a la primera planta del Espacio Fundación Telefónica, empezando esta vez ¡por el final!

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Categorías: MUSEOS Y EXPOSICIONES | Etiquetas: , | 4 comentarios

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4 pensamientos en “Museo del Traje: La niña en la quinta dimensión (Segunda parte)

  1. Roberta

    …aquí estoy, por fin, con dos días de imperdonable retraso, aterrizando suavemente, de vuelta a la realidad nocturna tras sobrevolar los idílicos paseos y glamurosos interiores recorridos y pisados con semejante desenvoltura por la princesita y su mamà… Alia, ¿has considerado alguna vez escribir novelas? ¡muchos besos!

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