Banco de España: Un plan… ¡de acero!

No soy economista y no entiendo nada de economía. Sin embargo, a pesar de mis resistencias personales hacia ese universo para mi paralelo, incomprensible y misterioso en el cual incluyo también el de la bolsa y de cualquier otro sector financiero, los bancos, sus historias, sus riquezas, y, sobre todo, sus miserias, siempre han estado presentes en mi vida literaria.

Mi primer escrito “oficial”, la “tesi di Laurea” sobre una materia tan teóricamente alejada del ámbito económico como el Derecho eclesiástico, tuvo por objeto una de las instituciones más controvertidas, por no decir escandalosas, del mundo: el I.O.R., el “Istituto di Opere Religiose”, dedicado formalmente a las obras religiosas y sustancialmente a las bancarias. Fue la primera vez que escribí para que alguien me leyera -de todas formas, por ley, estaba obligada a ello si quería conseguir mi licenciatura- y fue la primera vez que yo, claramente “de letras”, y no “de ciencias”, descubrí, a través de un tema relacionado más bien con la Economía que con el Derecho, el placer, primero, por la investigación y, luego, por la escritura -ambas pasiones afortunadamente premiadas, en la evaluación final, por mi entusiasta y admirado profesor, futuro director de mi tesis doctoral, y por los demás miembros de la comisión, aunque mi estilo, como me reprochaba mi coordinador, fuera poco objetivo y más bien propio de una “periodista de asalto”-. Esa fue también la primera ocasión en la que me familiaricé no sólo con operaciones bursátiles, especulaciones financieras y paraísos fiscales, entre otros, sino también con nombres de ilustres personajes pertenecientes a las altas esferas “espirituales”, como (monseñor) Marcinkus, y terrenales, como Roberto Calvi, el llamado “banquero de Dios”, presidente del Banco Ambrosiano, tristemente famoso en mi pais de origen por su sonada quiebra…

Terminado mi doctorado me instalé definitivamente en Madrid donde, después de unos cuantos años, conocí, por una “casualidad buscada” con el fin de ayudar a una querida amiga, otro tristemente famoso “crack”, en todos los sentidos, del ámbito bancario, abogado como la que suscribe pero que, a diferencia de la misma, dominaba igual de bien (o de mal) las letras y los números, tal y como reflejan sus exitosos libros…

Empecé a pensar que estos dos mundos, el literario y el económico, estaban vinculados entre ellos y conmigo, y mis sensaciones se vieron confirmadas cuando, hace casi un año, en mi camino bloguero se cruzó un magnífico edificio madrileño, el Instituto Cervantes, que descubrí había sido sede de una institución bancaria, el Banco Central -casualidad o no, el correspondiente relato es, a día de hoy, el que más número de visitas ha recibido y el que más satisfacción personal, en términos de amistad, me ha proporcionado-.

Era una señal. De una forma u otra los bancos y sus gestores, una vez estrellados -¡a lo mejor era una inquietante señal!- hacían acto de presencia en mi vida. Tenía que seguir ese susurrado camino de pistas ocultas…

Así que, al acercarse la Navidad, decidí ponerme “manos a la obra”, nunca mejor dicho, regalando a Aliapiedi, sin familia, en solitario, una prometedora y “enriquecedora” visita guiada por el Banco de España, después de un par de intentos (fallidos) para ir acompañada por una incondicional amiga mía y -esperaba- futura cómplice del “golpe del milenio”…

Llegó el día establecido, una fría tarde de invierno, y delante del chaflán de la plaza de Cibeles, dominado por un reloj que, como luego nos contaron, nunca había dejado de funcionar, ni siquiera durante la Guerra Civil, empecé a fantasear sobre una futura “cuenta-fantasma”, en todos los sentidos, en las islas Bahamas: en menos de cinco minutos comprobaría si mis sueños de una jubilación familiar adelantada y “dorada”, bajo los cálidos rayos de un sol tropical, tenían alguna posibilidad de realizarse.

El chaflán de Cibeles: la hora de la verdad...

El chaflán de Cibeles: la hora de la verdad…

En el número 48 de la calle de Alcalá, guardias de seguridad de todo tipo y género custodiaban, atentos y vigilantes, el portal de acceso: ese era el primer obstáculo. Confiando en mis ilusiones, me sonreí a mi misma, metí las manos en los bolsillos, agaché la cabeza y con soltura y una pizca de indiferencia crucé sin problemas esa imponente entrada.

Ahora tocaba el control del detector de metales. Fingiendo aún mayor seguridad vacié mis bolsillos, deposité mi bolso, me quité las joyas, pasé por debajo de él y… ¡pitó! -¿era una señal? De alarma, sin duda, pero, quizás, también del destino-; sonreí nerviosamente, intentando disimular mi progresiva inquietud, volví sobre mis pasos, y… ¡pitó! -¿puede que ese molesto aparato “detectara” mis ocultos propósitos?-; me quité el abrigo y… ¡pitó! -los detectaba, sin duda-; me quité el cinturón y… ¡pitó! -detectaba también mis sudores fríos-. Ya no sabía que más quitarme y la situación empezaba a resultar embarazosa, así que en un último desesperado intento me descalcé y me tiré por última vez debajo de aquella hostil puerta aparentemente abierta pero invisiblemente cerrada y… ¡no pitó! -nunca llegué a entender que extraño material se escondía en mis zapatos…-.

Suspirando de alivio y asumiendo un aire triunfal, después de superar de forma más o menos decorosa y decente el segundo obstáculo de mi camino hacia el dinero, recuperé todos los objetos que había ido dejando, volví a ponerme todos mis complementos, desde la cabeza hasta los pies, y me fui directa a la recepción para confirmar mi registro: efectivamente mi nombre aparecía en él pero desafortunadamente, y sin previo aviso, se acababa de anular la visita guiada de aquel día -ese sí que era un impedimento no indiferente para mi propósito, además de una clara invitación del destino, con sus pistas, ocultas o no tanto, para desistir de aquel…-.

Y cuando ya parecía que ni los miembros de una asociación cultural allí presente, los únicos autorizados para realizar aquellos recorridos guiados, junto con los de los centros educativos, ni tampoco yo, presumida e inocente visitante solitaria, excepcionalmente incluida, de incógnito, en este grupo, íbamos a poder realizar la tan deseada visita, apareció in extremis nuestra salvadora: una distinguida mujer que, excepcional y amablemente se ofreció a acompañarnos por las entrañas de ese edificio aunque, como ella misma se apresuró a aclarar desde el principio, no fuera ese su ámbito de competencia en esta institución bancaria. No importaba. Su espontáneo ofrecimiento, fuente de mis reanimadas esperanzas, era ya de por sí motivo suficiente para agradecer y apreciar su inesperada labor de anfitriona.

Escoltados por un guardia de seguridad y vigilados por unas omnipresentes videocámaras -tenía que prestar atención a todo esos detalles si quería conseguir mi objetivo-, subimos una escalera de un acceso lateral y, desde lo más alto, pudimos admirar el antiguo patio de efectivos, Caja General del originario Banco Nacional de San Carlos, fundado en el 1782 mediante Real Cédula de Carlos III, y antecesor del actual Banco de España. Desde aquella posición privilegiada nuestra improvisada guía nos aclaró que ese espacio, encargado en su día a la Fábrica de Mieres y caracterizado por una estructura metálica vista de hierro fundido, típica de la arquitectura de estilo industrial, como la de la Estación de Delicias o de Atocha, era ahora aprovechado como Biblioteca, libre y accesible para cualquiera que quisiera sacarse el correspondiente carnet de lector -pero los preciosos libros y las valiosas revistas económicas allí guardadas sólo pueden ser consultados in situ: ¡el préstamo a domicilio no está permitido!-.

El atractivo claustro... bibliotecario

¿Un moderno claustro o una atractiva biblioteca? – Foto B.E.

Ese lugar de altas paredes parecía casi el claustro de un moderno monasterio, no sólo por su forma sino también, y sobre todo, por la paz y tranquilidad que en él se respiraba, y confieso que yo misma, ser humano alérgico a los números, cifras y cálculos, a la vista de esa silenciosa y magnífica sala de lectura, olvidándome por un momento del verdadero propósito de mi visita, tuve la tentación de entrar en ella para (simular) leer una revista en inglés como The Economist por el simple hecho de tener entre mis manos un ejemplar de una de las únicas cuatro colecciones completas en el mundo. Pero el olor del (cercano) dinero prevaleció sobre la vista de la (más cercana aún) sabiduría económica…

Seguimos por el camino establecido a través de múltiples pasillos y, bajando por otra escalera, llegamos justo debajo del despacho del Gobernador. Él no nos estaba esperando, esfumándose así mi única oportunidad para sacarle alguna noticia confidencial sobre el destino de la economía española, en general, y la de mi hogar familiar, en particular, pero en su lugar había una maqueta de enormes dimensiones que nada tenía que envidiar a las numerosas que estaban expuestas en el tristemente clausurado Museo de la Ciudad, en su día tan pobre de visitantes como rico de contenido.

Delante de esa monumental réplica, a pequeña escala, del grandioso edificio en el que nos encontrábamos, nuestra acompañante nos enseñó detalladamente las tres diferentes y armoniosas ampliaciones por él vividas a lo largo de los decenios -la primera, en 1927, y la última, de Rafael Moneo, en 2006- hasta llegar a ser el inmueble de mayor valor catastral de toda España -aunque, por tratarse de una institución publica, ¡no pague el correspondiente IBI!-, con sus casi cinco mil metros cuadrados repartidos, como garantía de seguridad, en una entera manzana cerrada, formada por el Paseo del Prado y las calles de Los Madrazo, Marqués de Cubas y Alcalá.

El Banco de España y sus cinco mil metros cuadrados... ¡sin IBI!

El Banco de España y sus cinco mil metros cuadrados… ¡sin IBI!

Entre tantas construcciones y patios internos que las separaban, me chocó la silueta de una torre cuyo techo acababa en una plataforma circular: ¿Qué era aquello? ¡Un helipuerto!, obviamente no visible desde el exterior para los comunes mortales que se desplazan cada día por el suelo o por el subsuelo madrileño. ¿Y para qué servía? En teoría, para enviar efectivo a las diferentes sucursales del Banco Central y, en la práctica, para configurar geográficamente un área enorme y solitaria, vacía y redonda, encima de un edificio, ya que ese espacio nunca fue utilizado -de todas formas, está disponible, supongo que con previo aviso, para cualquiera de vosotros que, por ejemplo, desee llegar a la visita guiada con un medio de transporte más rápido y original de los convencionales, o, sencillamente, para “alguien” que quiera encontrar una rápida vía de fuga…-.

Después de haber intentado memorizar visualmente, y lo más rápido posible, aquella especie de mapa en tres dimensiones que constituía una más que útil herramienta de orientación para mis posibles excursiones nocturnas en ese increíble laberinto de pasillos, salas y vestíbulos, nos fuimos dirigiendo hasta el punto más sorprendente y majestuoso de todo aquel conjunto, ai piedi de una majestuosa escalera de mármol de Carrara.

Aquello no era una escalera… sino un acceso triunfalmente grandioso o grandiosamente triunfal al Templo de Pluto.

El Templo de Pluto en todo su esplendor

El resplandeciente Templo del poderoso y pudiente dios del dinero

Sus escalones, sus columnas y el impresionante lucernario que con sus colores, sus figuras alegóricas y sus imágenes santas casi parecía una versión sobre cristal de la Capilla Sixtina -no hay nada en el mundo comparable en hermosura y habilidad a esta última pero esa pletórica vidriera, encargada en su día a la empresa alemana Mayer, se le acercaba bastante-, transmitían una sensación de majestuosidad que sólo era justificable bajo la luz del resplandeciente, poderoso y pudiente dios del Dinero…

Una Capilla Sistina... de cristal

Una Capilla Sixtina… ¡de cristal!

Rotonda

La escultórica rotonda de enlace

Subimos la escalera despacio, para poder gozar de todos y cada uno de los detalles de aquella suntuosa arquitectura neoclásica y, después de haber superado una rotonda que hacía de enlace entre el antiguo edificio del 1891 y el correspondiente a la primera ampliación del 1927, dominada en su centro por una pieza escultórica en honor a Echegaray, obra de Coullaut Valera, accedimos al actual patio central de operaciones que sigue abierto al público.

El patio central de operaciones y su "rico" suelo

El patio central de operaciones y su «atractivo» suelo: ¿Qué habrá debajo de él?

Caracterizado por un estilo más (suntuosamente) sencillo, estaba protegido por otra vidriera, menos grandiosa que la anterior, pero siempre de impactante belleza, y, en el centro, por un solitario reloj, ambos de estilo Art Decó; pero lo que más impactaba de este espacio de líneas limpias y ordenadas, casi geométricas, era la presencia, justo treinta y cinco metros por debajo de mis pies, de la tan mítica como fabulosa Cámara del Oro, de dos mil quinientos metros cuadrados de superficie -al oír esas impresionantes medidas, como si  de repente me hubiera convertido en una versión europea del tío Gilito, en mis pupilas aparecieron, girando a una velocidad de vértigo, los símbolos del euro, mientras me imaginaba nadando entre montañas de áureas y resplandecientes monedas…-.

Rememorando mi anterior y privilegiada visita a la, casi inaccesible -¡no para Aliapiedi!- Caja de las Letras del Instituto Cervantes, caveau del originario Banco Central, sabiamente reconvertido en depósito de valores literarios, fantaseaba con poder entrar también, de una manera u otra, legal o no tanto, en este auténtico y tentador depósito de valores monetarios, absolutamente no visitable por motivos de seguridad -los mismos que impedían sacar fotos a lo largo del recorrido, salvo las autorizadas, en vía del todo extraordinaria, por nuestra acompañante y el vigilante que nos escoltaba-.

Nuestra guía sui generis, preguntada por “una” de los asistentes, nos confirmó la existencia de un legendario mecanismo de cierre de seguridad, y después de animarla para que nos ofreciera mayores detalles sobre el mismo, nos contó que si alguien, no autorizado, intentara acceder a esta magnífica estancia para llevarse un “inocente” souvenir, ésta inmediatamente se inundaría, a través de un sistema de entubamiento y de apertura de compuertas realizado aprovechando los arroyos de Las Pascualas y de Oropesa, el mismo, este ultimo, que, discurriendo veinticinco metros bajo el suelo, abastece la fuente de la cercana diosa Cibeles.

Escuchaba atenta sus palabras, tomando nota en mi libreta de todos esos detalles técnicos y al mismo tiempo imaginando unas trepidantes escenas de una película de acción protagonizadas por una Aliapiedi-patosa, versión humana del simpático Lupen III de los dibujos animados de mi infancia, o por una Aliapiedi-exitosa, versión femenina del profesional Ethan Hunt de mi época adulta. Pero los obstáculos no se acababan aquí: aunque este “presumido” ladrón consiguiera superar esta “trampa hidráulica”, seguidamente tendría que enfrentarse a unas enormes puertas acorazadas que, en situaciones normales, se abren con tres claveros. Y justo cuando mis ilusiones de acceder allí “sólo” para sacar unas fotos para este relato estaban a punto de derretirse como nieve al sol, de derrumbarse como un castillo de arena atragantado por una ola o de desmoronarse como una torre golpeada por una bola de cañón, una última anécdota sobre mi deseado “El Dorado” despertó otra vez la llama de la esperanza.

Las puertas de acero de esa (aparentemente) inquebrantable, inaccesible e invulnerable Cámara del Oro tenían un punto débil: ¡el maravilloso fenómeno químico de la oxidación! En efecto tales puertas eran de acero, de robusto y espeso acero, pero de un robusto y espeso acero… “¡no-inoxidable!” o, mejor dicho, de acero “oxidable”, y necesitaban periódicamente del cuidado de una persona encargada de darle vaselina para evitar su oxidación…

La puerta de acero cerrada: ¿Aliapiedi conseguirá abrirla?...

Una puerta de acero (oxidable) cerrada: ¿Conseguirá abrirla Aliapiedi?… -Foto B.E.-

¡Esta era la clave! ¡Esta era mi clave!: ¡la cuarta clave! Ya tenía el plan (no familiar) perfecto para un fin de semana cualquiera: infiltrarme como encargada de turno para aquella noble labor y sacar, entre un frote y otro, algunas fotos, y algo más, de aquél precioso lugar para compartirlas con todos vosotros -¡y, una vez concluido el trabajo, retirarme de incógnito, junto con mi familia, a mis soñadas Bermudas: ese sí que era un plan (familiar) perfecto!-.

... ¡Claro que sí: Apriti Sesamo!

… claro que sí: ¡abierta y vaciada! -Foto B.E.-

Y mientras fantaseaba con esa “brillante” idea, en todos los sentidos, y con mi futuro “empleo de acero”, el guardia, despertándome de mis planes, me animó a no alejarme del grupo que, entre tanto, ya había llegado al Salón Isabelino. Era esta, en realidad, una antesala, de cuyas paredes colgaban unos cuantos retratos reales -por mis patrios origines, no pude evitar fijarme en el pintado por Carlos Luis de Ribera de Amadeo I de Saboya, el llamado “Rey Caballero” que reinó en España sólo durante tres controvertidos años- y desde cuyo enorme ventanal se gozaba de una magnífica vista del Paseo del Prado -¿cómo era posible que estuviéramos en esa parte del edificio? Según mis cálculos, y mis reconocidas dotes de orientación, teníamos que estar justo en el lado opuesto… Esa era sin duda una nueva trampa, un nuevo obstáculo para mi potencial áureo camino: ¡las paredes móviles!-.

El Salón isabelino

El Salón (antesala) Isabelino

El guardia nos informó que a partir de ese momento estaba terminantemente prohibido sacar fotos -la advertencia prometía: ¿existían más cámaras acorazadas necesitadas de vaselina?- y, una vez comprobado de que todos habíamos guardado nuestras cámaras, tabletas o móviles inteligentes, o no tanto, con gesto solemne sacó una llave del manojo que llevaba consigo y con aire autoritario abrió una puerta de esa estancia. Ante nosotros apareció el lugar presuntamente más importante, en términos económicos, de todo el país: la Sala del Consejo de Gobierno. Allí, bajo la atenta mirada del Rey Juan Carlos y de la Reina Sofía, además de los diferentes Gobernadores del Banco de España y de otras figuras institucionales del mismo, representados en cuadros bellamente enmarcados, las personas más influyentes del mundo de la economía se reunían para tomar (temibles) decisiones en la materia… Unos inquietantes escalofríos recorrieron mi cuerpo mientras rodeaba la larga y reluciente mesa central de noble madera pensando en dónde y cómo presentar mi currículum de limpiadora de acero oxidable. Tras unos cuantos minutos de tácita contemplación, nuestra acompañante nos llevó por un pasillo, o mejor, por un ilustre pasillo embellecido con los famosos treinta y tres grabados de la Tauromaquia de Goya: no hacía falta ser forofo de los toros para apreciarlos en toda su belleza artística…

Pero el tiempo apremiaba y tuvimos que dejar rápidamente atrás a esos peligrosos animales para llegar a una rotonda decorada con ocho célebres retratos de ilustres personajes, en uno de los cuales, el del Primer Ministro del Rey, el conde de Floridablanca, aparecía, en un segundo plano, el mismísimo autor de los mismos, el mencionado pintor aragonés. Aquel espacio circular era como una maravillosa mini-pinacoteca y, aunque algunos de sus protagonistas parecían a veces representados de forma casi caricaturesca, como en el caso del rey Carlos III, con la cara desproporcionada en comparación con el resto del cuerpo, y del conde de Altamira, muy bajo de estatura en relación con la mesa sobre la cual apoyaba su brazo, el hecho de poder gozar de aquella vista era un auténtico privilegio: mis ojos brillaban en los ojos de aquellos, mi mirada se reflejaba en sus miradas, mis gestos de estupor chocaban con sus poses de rigor…

Pero un mayor estupor, esta vez en sentido opuesto, me invadió cuando desde aquella “glorieta” pasamos al Comedor de Gala, utilizado en muy contadas ocasiones y decorado en su día con unas magnificas lámparas de Murano a las cuales, en los años sesenta del siglo pasado, una famosa decoradora -aunque la fama no siempre, y cada vez menos, es garantía de buen gusto- había añadido unas pintorescas piezas de fruta multicolores: debajo de la hermosa y elegante estructura originaria del delicado y transparente vidrio colgaban ahora unas uvas violetas, unas manzanas verdes y unas peras amarillas -¡faltaban sólo unas rojas sandías!- hasta configurar una, cuanto menos curiosa, “frutería” de cristal suspendida en el aire que hacía de contrapunto a la que aparecía, en comparación mucho más sobria, en los bodegones de las paredes, pintados por Pancho Cossío o Miquel Barceló.

Y para acabar con el tema gastronómico, acercándose además la hora de la cena y un inesperado apetito que empezaba a nublar mi “mente delictiva”, pasamos al verdadero comedor de diario, mucho más pequeño, acogedor y “familiar”, donde gustosamente me habría sentado, no sólo para dar buena cuenta de un ilusorio, y añorado, “arroz a la milanesa”, sino también para escuchar, y admirar, a un “Voltaire contando un cuento”, sabiamente reproducido por el magnifico y luminoso pincel de Sorolla en el techo de aquella sala, que parecía casi un reservado.

Pero de la colindante cocina el risotto no llegó y, alejándome “a regañadientes” de aquel lugar, dejando al polifacético representante de la Ilustración con la palabra “en la boca”, volvimos al anterior comedor donde en cada uno de los asientos de los hipotéticos comensales, en lugar de platos humeantes de sabrosa comida, aparecieron unas bolsas repletas de unos, no comestibles, y tampoco confidenciales, “documentos bancarios”, amablemente ofrecidos a todos los visitantes de la institución en cuestión.

Un lápiz... bancario

Un lápiz «bancario»

Holograma

Lupa y fac-simile de billete

El material informativo era tan copioso como interesante -incluía folletos sobre la función del Banco de España, un cuento infantil sobre Perico Tramposo, cabecilla de una peligrosa banda de falsificadores de billetes, un poster sobre las diferentes monedas en vigor en los Países comunitarios, una lupa y un fac-simile de billete con holograma- pero, sobre todo, sorprendentemente valioso, ya que en el fondo de cada confección individual se encontraban unos seiscientos euros de cortesía… ¡en virutas de cincuenta!

... recomponer el puzzle monetario

… recomponer el puzzle monetario

EL PLAN

El plan familiar para los niños: …

Ese sí que era un gran, y genial, final: el próximo plan familiar de Aliapiedienfamilia, dedicado exclusivamente a sus niños, sería el de recomponer los minúsculos trozos de ese increíble puzzle monetario. Y si no, «siempre nos quedará»… un plan de acero, ¡en solitario o con algún voluntario!

Pero esa será otra historia (¿continuará?…).

Una nota final: si en los próximos meses no volvieseis a recibir noticias mías o de mi familia a través de este blog o de la página de Facebook, no os preocupéis: ¡estaremos disfrutando a la grande en algún misterioso y secreto lugar tropical!

El secreto refugio "dorado" de Aliapiedienfamilia

El secreto y misterioso refugio «dorado» de Aliapiedienfamilia…

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Categorías: EDIFICIOS | Etiquetas: , | 16 comentarios

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16 pensamientos en “Banco de España: Un plan… ¡de acero!

  1. marta

    Alia …. Por qué no escribes un libro??
    Jajajajaja!! ¿puedo acompañarte alguna vez en alguna de tus aventuras?
    Nos vemos prontito. Seguro. Un beso

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    • Muchísimas gracias Marta…¿Habrá libro? Quien sabe…ehehe! Por supuesto que puedes acompañarme en cualquiera de mis aventuras familiares: busco voluntarios/as para este plan de acero… y así nos vamos todos juntos, en familia, de vacaciones a este misterioso lugar tropical… Otro beso. Gracias por leerme.

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  2. Alexandra Cárdenas Moncayo

    Alia, no sabía que se podía visitar el banco de España que bonito que es!! Conmigo puedes contar para acompañarte en cualquier momento, de verdad, toma nota de ello!!Me llamas y nos ponemos manos a la obra, yo encantada de acompañarte.
    Un besito

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    • Gracias Alexandra por tu apoyo incondicional. En efecto, el Banco de España es visitable a través de asociaciones culturales pero, si insistes, te hacen un hueco en vía del todo excepcional. ¡Tomo nota de tu oferta como posible cómplice del «golpe del Milenio»! Besos.

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  3. anabel

    Super interesante y divertido!!!como siempre Alia.Me encanta leer todos tus «planes».Y recuerda que soy una gran fan tuya y si te sobra un hueco en alguna de tus proximas aventuras estare encantada de acompañarte ; ).Un beso

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  4. Fantástico post. Gran trabajo.

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  5. Roberta

    ¡Queridísima Alia! ¡Qué placer empezar la semana leyendo un post tan espléndido como éste! (y por supuesto, espléndido como todos los que escribes…) ¡Es una alegría que se necesitaría cada lunes! Así que espero que sigas mimándonos, a tus fans, con tus magníficas aventuras por Madrid y sus alrededores… ¡incluso, un día, desde tu refugio «dorado», esté donde esté! Qué lástima no haber podido ir contigo, pero leyendo el vivísimo relato de tu visita ha sido come haber estado, y por cierto… sigo ofreciéndome como cómplice para el «golpe del milenio», ¡siempre a tu disposición! ¡Un abrazo! Roberta

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    • ¡Aún más queridísima Roberta!, el placer (inmenso) es todo mío: el hecho de empezar la semana con tu maravilloso comentario, con tus alentadoras palabras y, sobre todo, con tu ofrecimiento para el “golpe del milenio” suena a dulce melodía, como el relato que estoy preparando para febrero desde mi refugio, por ahora, “plateado”. Muchísimas gracias como siempre por estar allí, por leerme, animarme y compartir mis aventuras con tanto entusiasmo. ¡Espero que todos los días de la semana se conviertan en lunes tan placenteros para las dos!

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  6. Buenos días, me ha encantado esta visita tan detallada, amena y concienzuda. No sabia que se podía visitar. la incluyo en mis actividades para descubrir nuevos rincones. Muchas gracias, es un placer leerte.

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  7. Beatriz

    Jajajajaja. Me apunto contigo…a lo que sea

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