Parque Europa y Multiaventura Park: Los viajes y las aventuras de Aliapiedi(enfamilia…)

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Aliapiedi: viajes reales, imaginarios y literarios…

Aliapiedi, un personaje lleno de curiosidad, a caballo entre la realidad y la ficción, adora viajar y, desde hace un par de años, adora escribir sobre sus viajes. Si por ella fuera se pasaría la vida viajando pero, lamentablemente, motivos de distinta índole se lo impiden y tiene que conformarse, y a fe que se conforma, con unos cuantos viajes reales y muchos más imaginarios. Por eso, cuando un día le vino a la cabeza que hace cuatro veranos había viajado gratis, y en menos de veinticuatro horas, por toda Europa, acompañada de su familia, decidió que había que repetir el plan sin que su compañero y la prole pudieran oponer la más mínima resistencia.  Algunas horas más tarde, los cuatro de Aliapiedienfamilia, más un primo llegado de fuera de Madrid, se dirigían en coche hacia Torrejón de Ardoz para volver a vivir esa increíble aventura.

El destino no era la base aérea militar para coger un vuelo privado rumbo a cualquier emblemático lugar del viejo continente, sino un parque que cuarenta años atrás estaba ocupado por naves abandonadas, chabolas y huertos ilegales: el Parque Europa.

La brillante idea de Aliapiedi consistía en pasear por esta amplia zona verde, contemplando las diecisiete réplicas de los principales monumentos europeos para después –tras la obligación, justa es la devoción para los más pequeños– disfrutar de algunas de las numerosas actividades –de pago– que propone en el mismo recinto Multiaventura Park.

Ese era, o al menos a ella se lo parecía, el plan perfecto para aquel día…

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Uno de los pintorescos molinos holandeses

Y mientras iban acercándose al destino elegido, los cuatro más uno de

Aliapiedienfamilia divisaron a lo lejos unos pintorescos molinos, tres para ser más exactos, parecidos a los de Consuegra pero que, a diferencia de éstos, no estaban ubicados en un perdido altozano, ni se levantaban solitarios como gigantes imaginarios ni, sobre todo, eran españoles sino más bien holandeses. Ante tal visión, los tres niños, escrutados por la complacida mirada de los adultos, se emocionaron y empezaron a pronunciar, a grito pelado, el monumento que más ilusión les hacía visitar. Sus preferencias no podían resultar más acordes con sus respectivos caracteres: la hija romántica y soñadora, la Torre Eiffel; el hijo apasionado por historia, la Puerta de Brandeburgo, y el primo aficionado a la arquitectura, el Puente de Londres.

A esas alturas, nadie sabía si sus deseos podrían verse colmados…

Accedieron solemnemente al parque por la Ronda Sur a través de una puerta, no una puerta cualquiera, sino “la Puerta” berlinesa.

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Una puerta de acceso imponente, orgullo del presente

Ante los cinco pares de ojos se perfiló la imponente silueta del monumento, símbolo del orgullo del presente, y, justo en frente, un auténtico trozo del muro, símbolo de la vergüenza del pasado.

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El símbolo petrificado de la verguenza del pasado

Aliapiedi no pudo evitar recordar su impactante estancia en la actual capital alemana hace cinco años, en la que, a pesar de la sobreexplotación turística y comercial de muchos emblemáticos lugares de un Berlín Este ya desaparecido, todavía quedan en pie unos auténticos y emotivos recuerdos de “la vida de los otros”, tan increíblemente diferente de la nuestra. Esa gruesa pieza de piedra, decorada a posteriori con reivindicativos grafitis, centró toda la atención de la madre de familia mientras que el futuro historiador le preguntaba intrigado por el significado trascendental de ese objeto material.

Ella, de vuelta de su viaje imaginario, le sonrió con ternura, prometiéndole que en otro momento le hablaría de ese complicado tema ya que ahora tocaba alcanzar a los demás que, en busca de sus tesoros europeos, se estaban alejando de ellos a pasos agigantados.

El futuro arquitecto, o el arquitecto del futuro, ya estaba escrutando la elaborada estructura de un Tower Bridge que le recordaba a la homónima figura de un Lego por él construido con piezas de otra escala, mientras que la dulce soñadora, desanimada, no veía por ninguna parte la famosa torre parisina.

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¿Una torre de vigía o una Gran Tirolina?

Lo que sí advirtieron todos enseguida, grandes y pequeños, fue otra torre, una enorme torre de madera, que no de acero, lo que podía ser una torre de vigía sobre un Támesis sin bañistas… ¡o una torre de soporte de una Gran Tirolina!

Unos infantiles gritos de júbilo se levantaron al unísono a los que Aliapiedi y su marido respondieron prometiendo que, tras la obligación, podrían embarcarse en tan apasionante trayecto volante. De momento, tocaba proseguir con el recorrido terrestre por toda Europa, a piedi, y sin las “ali a(i) piedi” – sin “las alas en los pies” –.

Los tres chicos, determinados en alcanzar ese objetivo vertical lo más pronto posible, aceleraron de inmediato sus, hasta entonces desorientados, pasos.

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Una plaza hispano-mejicana

A su ritmo, ningunearon unos impresionantes elefantes de colmillos imponentes, esculpidos entre hojas vegetales, y un dragón acuático que emergía de un pequeño lago cercano, colofón aterrador de un barco vikingo; desfilaron rápidamente ante unas casitas de semblante mejicano que, en realidad, componían el recinto exterior de una concurrida Plaza de España, llena de bares y restaurantes, e ignoraron a una hermosa danesa de nombre Sirenita que, solitaria, descansaba sobre una roca en un rincón del río londinense.

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Unos elefantes animales y vegetales

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Un dragón acuático

Ellos, los niños, puede que ya no tan niños, no se dejaron cautivar por esos seres monumentales, vegetales o animales, ya que todas sus atenciones, sobre todo las de los dos mayores, a punto de cumplir once años, se dirigían hacia otras atracciones: las instalaciones, también monumentales, de un centro de ocio repleto de actividades muy populares.

Aliapiedi, perpleja y con un halo de tristeza, fijó su mirada en el niño que cinco años atrás, en pleno agosto, y bajo un sol de justicia, había disfrutado con las réplicas esparcidas a lo largo y a lo ancho de un parque europeo, entonces desierto, y que ahora se había convertido en un hombrecito que bromeaba con su primo sin prestarles la misma atención, la atención de la primera vez, la atención de la niñez. Recordó, reflexionó y comparó en silencio: en ese polifacético parque europeo estaba pasando lo mismo que en un hermoso jardín madrileño…

En efecto, dos años atrás ella ya había tenido que admitir y que confesar a sus lectores que, cegada por los encantos de El Capricho, no veía, o no quería ver, más allá de ese histórico y artístico recinto, pero que un día tuvo que enfrentarse a otra realidad, la de unos niños que “de repente habían crecido: querían explorar el mundo, salir de esa jaula dorada y volar, más bien pedalear, por horizontes más lejanos”: los del cercano Parque Juan Carlos I.

Una vez más, tenía que asumir que esos mismos niños querían volar alto –y rápido– entre puentes, torres y puertas de verdad, los del Multiaventura Park: “Sabía que, antes o después, eso pasaría y así fue como llegó el día, el temido día…”. Albergaba, sin embargo, la esperanza de que la más pequeña de la familia, “la niña de la quinta dimensión”, la misma que fantaseaba entre las vitrinas del Museo del Traje o las estancias del Museo del Romanticismo, se siguiera emocionando y soñando con los ojos abiertos ante la sinuosa silueta de una Torre Eiffel madrileña.

En breve lo descubriría…

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Un átomo gigantesco…

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… y un niño muy pequeño

Una flecha con el prometedor icono parisino les indicó el camino y los cinco, tras desfilar rápidamente ante una Mujer gigante de ojos tristes y grandes, tendida en el suelo, provocadora, deseosa de enseñar sus entrañas interactivas, y atravesar una Plaza de Europa dominada por el Atomium y rodeada por diferentes banderas, huérfanas de un viento amigo que les permitiera desplegarse en todo su esplendor europeo, se dieron de bruces con un Manneken Pis que, con las idénticas reducidas dimensiones de su homónimo belga, les dejó casi indiferentes.

Aliapiedi creía, o quería creer, que no reaccionarían con idéntica apatía ante la italianísima Fontana de Trevi, majestuosa, escultural y rodeada de mucha gente, al igual que la pieza original.

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La escultural, majestuosa e italianísima Fontana di Trevi

Pero sus hijos, sangre de su sangre, teóricamente italianos pero españoles en la práctica, tampoco la acompañaron en el íntimo homenaje a su amada tierra patria; sólo su marido, sensible y respetuoso, percatándose de la nostálgica soledad de su mujer, de pie y con la mano en el corazón, después de haber tomado la foto correspondiente, se acercó a ella para que no se sintiera tan incomprendida por unos niños que ya no parecían (sus) niños, para que no se viera tan perdida delante de una fuente símbolo de unos orígenes que ya no parecían compartir sus descendientes, para que no se notara tan desorientada ante un plan familiar que ya no parecía tan ideal…

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Una Torre Eiffel inalcanzable

Cuando parecía que las cosas no podían ir peor, finalmente llegaron “ai piedi” de la tan buscada Torre Eiffel y Aliapiedi se vio obligada a enfrentarse otra vez a la cruda realidad: “Su” Tadeo Jones, inocente pero implacable, le confesó que la primera vez, siendo él más pequeño, el monumento le había parecido mucho más grande, mientras que “su” niña de la quinta dimensión, soñadora pero caprichosa, se lamentaba por no poder subir a la cima de la construcción para gozar de un hipotético panorama sobre un Sena capitalino.

Fue ante aquella célebre torre que, al igual que su estado de ánimo, iba torciéndose poco a poco, doblándose hasta casi caerse, como la homóloga de Pisa, cuando Aliapiedi comprendió que, si no quería romperse en mil pedazos, tenía que rendirse a la cruda realidad: el carácter preponderante del gen español frente al italiano en sus amados vástagos castellanos. Mientras estaba inmersa en sus pensamientos, contempló resignada cómo la réplica siguiente, la de la madrileña Puerta de Alcalá, fue objeto de una parada colectiva por los demás componentes de Aliapiedienfamilia.

No le quedó más remedio que seguir adelante, en todos los sentidos…

Así que, sin oponer la mínima resistencia, vio alejarse unos jóvenes que ya no necesitaban ser guiados por sus padres, siendo perfectamente capaces de seguir las indicaciones hacia un cercano embarcadero que hacía también las funciones de taquilla para las actividades del atractivo parque de múltiples aventuras.

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La lisboeta Torre de Belén

A lo largo del breve camino hacia tan deseado destino, sólo hubo un momento de pausa para uno de los tres aventureros: el niño de ayer se dejó llevar por la nostalgia al contemplar cómo los más pequeños se divertían deslizándose por un estanque de proporcionales dimensiones a bordo de unas barcas infantiles individuales, bajo la sombra de la lisboeta Torre de Belén, rememorando su entretenida experiencia marinera de un quinquenio atrás ante la divertida mirada de sus progenitores.

Fue un emotivo instante, un dulce momento para el recuerdo que se esfumó como una estrella fugaz ante la visión de unos asombrosos puentes colgantes. El chico de hoy alcanzó a su primo y a su hermana y después de haber cruzado otro puente, mucho menos impactante y colgante, el Puente de Van Gogh, se acercaron emocionados y a la vez nerviosos a la taquilla del curso de agua central para adquirir las entradas de la Gran Tirolina y de otras actividades. Las malas noticias no habían acabado para la más pequeña del trío, que se llevó una nueva decepción por culpa de su estatura que no cumplía con las medidas de seguridad de la atracción. La niña, aún niña a esos efectos, miró desconsolada a sus dos (potenciales) compañeros de mil y unas aventuras que se colocaban unos aparatosos arneses y cascos bajo la atenta mirada de los responsables de la atracción, envidiando su fortuna: la de ser mayores. El padre de familia acompañó a los dos jóvenes hasta la base de la alta torre mientras que madre e hija, ambas resignadas, cada una por sus motivos, se dirigieron en dirección opuesta hacia el final de esos casi doscientos metros de pura adrenalina. Una vez allí, a lo lejos, distinguieron las siluetas de dos jóvenes aventureros que emprendían su inminente vuelo colgados de un robusto hilo de acero, deslizándose felices sobre un espejo de agua londinense.

Una Victoria de Samotracia petrificada les miró con recelo, como queriendo liberarse de su fijo pedestal para acompañar con su victoria alada a aquellos Ícaros del Nuevo Milenio que, con sus alas imaginarias, en los pies, en la cabeza, o donde fuera, no alcanzaron un sol abrasador sino el seguro punto de llegada tras una breve, pero intensa, experiencia voladora. Aliapiedi y su hija, absurdamente ansiosas por la incolumidad de sus familiares, aplaudieron felices el exitoso final de la increíble aventura, librando entre risas y palmas las pasadas tensiones y reflexiones.

Los cinco, otra vez todos juntos, serenos y despreocupados, sanos y salvos, se dirigieron entonces al embarcadero para probar otra atracción, una atracción familiar, una atracción para grandes y pequeños que, teóricamente, debía ser menos peligrosa pero que en la práctica se reveló mucho más revoltosa: la barca de paseo.

El quinteto de tripulantes, después de haber escuchado atentamente los consejos de los encargados, se embarcó entonces, algunos con más soltura que otros, en el bote para emprender el ameno y relajante crucero de cuarenta y cinco minutos de duración; los jóvenes estaban más emocionados que nunca con la inminente travesía: esa iba a ser para ellos su primera vez en un barco…

El padre de familia, siguiendo las recomendaciones de los responsables de la pacífica actividad, se sentó con autoridad en el puesto de mando; él, el único provisto de un rico historial de marinería, primero en el Cuartel de Instrucción de Marinería de San Fernando y después en la base militar de Rota, iba a asumir la responsabilidad de llevar a la tripulación hasta el destino establecido, señalado por unas boyas flotantes en el medio del Támesis madrileño.

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Un inocente barquito familiar…  ¡infernal!

Primero un remo y luego el otro, una y otra vez, sin prisa pero sin pausa, el capitán se puso manos a la obra, intentando dominar el barco y dirigir su diminuta proa hacia horizontes lejanos. El medio de transporte, sin embargo, parecía no querer obedecerle, parecía no querer moverse, parecía no querer doblegarse a la fuerza de aquellas bogadas cada vez más intensas, cada vez más descoordinadas, cada vez más desesperadas. El barquito rebelde solo quería dar vueltas sobre si mismo, sin alejarse de un milímetro del seguro puente de embarque.

Frías gotas de sudor perlaron la frente de un potencial almirante que empezó a marearse mientras que los jóvenes grumetes, impacientes, querían relevarle para intentar alejarse del movedizo y embarazoso punto muerto. La pequeña embarcación ondeó peligrosamente, las plácidas aguas del río se convirtieron en fuertes corrientes y la luz del sol empezó a mermar dramáticamente.

Los cinco de Aliapiedienfamilia estaban perdidos, abandonados a su destino en un Támesis asesino, hundiéndose en las profundas aguas de la vergüenza, a pocos centímetros de la tierra firme. Un nerviosismo creciente se empadronó de los tripulantes; una histeria colectiva invadió sus mentes; un miedo espeluznante recorrió sus cuerpos inocentes…
Alguno quería tirarse al río (de un metro de profundidad), otro temía ahogarse (en el mismo metro de profundidad), otro quería salvarse saltando a la orilla (a un metro de distancia)… El pánico a bordo del barco infernal se había apoderado de (casi) todo el mundo. Sólo Aliapiedi parecía despreocupada en el medio de la trágica conjunción, partiéndose de risa, divertida ante la absurda situación, entretenida con los efectos delirantes de la embarcación. Y, finalmente, cuando todo estaba perdido, o a punto de perderse en el fondo del espejo de agua central, ella tomó las riendas de la situación, cogiendo el barco, que no el toro, por los remos… y, sobre todo ¡del modo en que había que cogerlos!

Acompañada por el envidioso asombro de su marido y por los vítores de alegría de sus hijos y primo, finalmente el barquito empezó a moverse, a dirigir su proa en la justa dirección y a deslizarse levemente por las (nuevamente) plácidas aguas del río.

Ya no había peligro, ya nada se hundía, ya nadie se mareaba.

Todo estaba bajo control, o mejor dicho, bajo el control de las enérgicas bogadas de la madre de familia que, experta marinera y forzada velerista desde su infancia, llevó finalmente a los (por fin) entusiastas pasajeros hasta el infinito… ¡y más allá!, es decir, hasta Grecia, a los pies de un teatro imponente, hasta el Reino Unido, por debajo del Puente de Londres y hasta Islandia, bordeando un geyser sorprendente.

De vuelta al embarcadero, en un trayecto en el que se alternaron los jóvenes en los remos sin mayores dificultades bajo las precisas indicaciones de la loba de mar, después de haber atracado fácilmente en el correspondiente muelle, a pesar de la nocturnidad, los cinco se dirigieron rápidamente hasta la puerta de acceso de la última atracción de un día que ya se había convertido en noche.

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Un sugestivo escenario de pasarelas, puentes y redes

Un bosque de altos pinares les esperaba para que los tres jóvenes, después de unas clases teóricas impartidas por los correspondientes monitores, pudieran trepar, arrastrarse, deslizarse, pasear, temblar y mecerse entre puentes, pasarelas y redes suspendidas en el aire, en el itinerario adaptado a sus respectivas estaturas: más bajo y más corto para ella, más elevado y más largo para ellos.

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…y el de «alto» nivel

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El itinerario de «bajo» nivel

Entre la oscuridad, sólo disipada por los potentes faros y las farolas que iluminaban los senderos, atracciones y monumentos del parque europeo, que ponían una romántica nota de misterio, los dos audaces Tarzán y la atrevida Jane saltaron de liana en liana, subieron escaleras empinadas, escalaron un rocódromo complicado y finalmente se deslizaron por otra tirolina, menos larga pero más rápida, menos panorámica pero más sugestiva.

Y allí, entre troncos locos, tablas movedizas y lazos paralelos, bajo una luna que iluminaba un río desierto cuyas claras aguas ya no albergaban barcos fuera de control sino que reflejaban la figura de una simbólica puerta alemana, acabó entre risas la aventura de un par de hombrecitos y una mujercita, y entre sonrisas, la de unos padres que ya planificaban futuros viajes, ya no solo conyugales, sino también familiares, a auténticas ciudades monumentales.

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Nocturno berlinés sobre un Támesis madrileño

Aliapiedi volvió a abstraerse emocionada, dejando que sus “alas en los pies” le llevaran a hacer realidad sus proyectos literarios a los que había decidido incorporar a nuevos personajes, lo que quizás le obligaría a cambiar el título de sus relatos de viaje…

El futuro lo diría; lo importante era dar rienda suelta a la fantasía y, en adelante, disfrutar en el infinito y más allá de una viajera y familiar compañía.

Categorías: PARQUES Y JARDINES | Etiquetas: , | 4 comentarios

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4 pensamientos en “Parque Europa y Multiaventura Park: Los viajes y las aventuras de Aliapiedi(enfamilia…)

  1. Pingback: Compañeros de ruta: viajar hasta San Juan de Gaztelugatxe, estudiar astronomía en el sur de Francia o visitar las 17 réplicas de los principales monumentos europeos – Diariodelviajero Rss | Ofertas de Vuelos, Hotel y Viajes

  2. Muchas gracias «Compañeros de ruta» para compartir la noticia sobre este lugar «monumental». Un afectuoso saludo

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  3. Todavía no lo he visitado

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