En el post dedicado a la fantasmagórica Estación de Chamberí, os conté que al finalizar el recorrido subterráneo los empleados del lugar nos recomendaron vivamente acercarnos al segundo espacio incluido en el proyecto “Anden Cero”, la Nave de Motores.
Así las cosas, al día siguiente nos fuimos allí en familia para poder participar en la visita guiada gratuita que se organiza todos los viernes, sábados y domingos por la mañana y por la tarde a cada hora en punto aunque, al igual que en el caso de la parada del metro arriba mencionada, el horario se adapta a la presencia de un hipotético público asistente.
Nada más llegar a esta parte del barrio de Pacífico, que se caracteriza por una alta densidad de viviendas y por una gran cantidad de callecitas laberínticas, nos sorprendió la chocante imponencia de los dos históricos edificios que componen este recinto y que están ubicados en el número 49 de la calle de Valderribas: las antiguas oficinas del Metro de Madrid, ahora sede de un sindacato de trabajadores, y, detrás de ellas, la nave propiamente dicha. La primera de las dos construcciones realizadas por Antonio Palacios destacaba, o mejor dicho, contrastaba arquitectónicamente con los edificios que la rodeaban, pareciéndose, con sus altos muros de ladrillo rojos, a un castillo-palacete caído al azar del cielo en esta parte de Madrid, ahora céntrica, pero por aquel entonces periférica y casi desierta -no sé porqué, pero me recordaba a la casa de la película Up, levantada en el aire con centenares de globos de colores, y cuya silueta urbana, después de aterrizar fortuitamente en su exótico destino, ¡desentonaba curiosamente con los frondosos alrededores!-.
Cruzamos la verja de entrada, custodiada por dos curiosas farolas, y tras recorrer un breve pero hermoso pasillo rodeado de vegetación, llegamos al moderno Centro de Información, testigo de unos recién pasados años dorados en los que se invertía en el ámbito cultural. Justo en su puerta de ingreso, nos dio la bienvenida nuestra guía, invitándonos a esperar un poco más para que se formara un grupo significativo de visitantes, ya que, en ese momento, nosotros cuatro éramos los únicos. Mientras, nos propuso ver un documental sobre la historia de las dos sedes de Andén Cero, que se proyectaba en la sala del Centro de Información, o bien esperar al aire libre -era una maravilloso y luminoso día de finales de verano- en el amplio y silencioso espacio -un auténtico oasis de paz, ¡con palmera incluida!- que se abría inesperadamente justo detrás de esa flamante instalación.
No hacía falta consultarlo con los más pequeños, que ya habían tomado la decisión por todos -en su descargo, hay que admitir que habían visto el mismo video el día antes en la estación de Chamberí-, de modo que nos entretuvimos jugando y sacando algunas fotos de los exteriores.
Los minutos pasaban… y nadie aparecía…
Finalmente llegó otra persona, un extranjero, cuya inesperada presencia me hizo reflexionar sobre el hecho de que muchas veces los que vivimos en Madrid desperdiciamos, sin saberlo, o, peor aún, a sabiendas, la oportunidad de disfrutar de unos servicios que la ciudad nos ofrece, muchos de ellos todavía de forma gratuita. Instantes después, nuestra anfitriona nos avisó de que iba a empezar el tour ¡de una forma estrictamente privada y exclusiva!
Fue abrir la puerta de acceso a la nave y vernos trasladados al País de los Gigantes. Ante nosotros apareció ésta en todo su “esplendor industrial”, con sus altísimos techos, sus ventanales tan transparentes que parecían invisibles, y sus paredes cubiertas por los mismos blancos y luminosos azulejos de la Estación de Chamberí, signo distintivo de las obras “metropolitanas” de Antonio Palacios. Grandes y pequeños -en realidad, en relación con el tamaño de lo que nos rodeaba, todos éramos muy pequeños- envueltos de repente por un extraño y fuerte olor, una mezcla de pintura y neumáticos, nos vimos sorprendidos por una grandiosidad que no esperábamos, habida cuenta la, en comparación diminuta, puerta de madera por la que habíamos accedido a la nave. La estructura del edificio era imponentemente abrumadora… y su interior no podía ser menos…
Y mientras nos recuperábamos del momento inicial de desorientación, nuestra guía, desafiante, que daba la espalda sin miedo a unos colosos mecánicos que parecían poder despertar en cualquier momento para ponerse en marcha -¿para avanzar contra nosotros?-, empezó a relatarnos la historia de esta antigua central eléctrica.
A una distancia prudencial, y vigilando de reojo a esas extrañas criaturas mecánicas de los “tiempos modernos”, que bien podían haber figurado en una película de Charles Chaplin -nada más lejos de la realidad, consideradas las condiciones casi inhumanas en las que allí dentro trabajan los empleados de la época-, nos enteramos de como la Compañía de Metro, que venía contratando la electricidad a la Unión Eléctrica Madrileña, decidió en 1923 autoabastecerse de la misma para no estar expuesta al arbitrio, de un lado, del nivel de agua de los pantanos para el suministro de energía hidroeléctrica, y, del otro, de los posibles acuerdos entre las diferentes compañías eléctricas madrileñas -en Italia, se diría: “chi fa da sé, fa per tre!”-. De esa manera, la también llamada Central Térmica o Fábrica de Electricidad, produjo energía para el entonces Metropolitano de Madrid durante casi cincuenta años, llegando a suministrarla a la propia capital en momentos cruciales de su historia, como durante la guerra civil y en otras diferentes ocasiones después de la misma.
Antes de continuar con el relato, resulta necesaria una aclaración. Soy de letras, ¡muy de letras!, como ya os habréis dado cuenta, y mis conocimientos de ingeniería, mecánica o física aplicada siempre han sido básicos, o más bien nulos. Más concretamente, por lo que se refiere al ámbito de los motores, objeto de este relato, lo único que sé es cómo arrancar el de mi coche, introduciendo la correspondiente llave; pero, dejando eso a un lado, todo lo demás es para mí pura ciencia ficción, regida por las leyes de las fortuitas coincidencias. Así que, cuando nuestra experta acompañante empezó a hablarnos de energía hidroeléctrica, de transformación de corriente alterna en corriente continua y de baterías de acumuladores, empecé a dudar seriamente sobre si el brillante plan familiar había resultado una buena idea: ¿cómo iban los niños a enterarse de todo aquello si yo misma, adulta, y con unos mínimos conocimientos básicos del tema, tenía grandes dificultades para seguir las explicaciones de nuestra preparada guía?
Pero entonces se produjo lo inesperado. Nuestra sensible guía, después de habernos ofrecido unas nociones preliminares muy elementales, pero fundamentales para los ignorantes en materia, consiguió adaptar el recorrido a las exigencias de los niños, utilizando un lenguaje muy sencillo y haciéndoles partícipes en cada momento, con oportunas adivinanzas o afortunadas similitudes, de un cuento tan técnico que, en mi mente, empezaba ya a pasar del nivel de “ciencia-ficción” al de “ciencia”, sin más.
Los más pequeños, encantados de ser el centro de atención de cuatro adultos, no solo no perdieron en ningún momento el hilo de las explicaciones, sino que además, tras obtener el pertinente permiso para hacer preguntas, empezaron a “bombardear” literalmente a nuestra anfitriona con sus razonables dudas -la mayoría de las cuales, por no decir todas, yo misma compartía- sin que ella, en ningún momento, se resistiera a satisfacer todas sus curiosidades. La visita por la nave, de una media hora de duración, se nos hizo sorprendentemente breve.
Pasamos, con mucho cuidado y respeto, por delante de los tres enormes motores diesel con sus tres inmensos alternadores, parecidos a una ruedas gigantescas semiocultas bajo el suelo y accesibles por una serie de pasadizos situados en el sótano, desafortunadamente no abiertos al público -en la mente de un niño, de cualquier ser humano, en realidad, todo lugar escondido, oculto o subterráneo ejerce un poder de fascinación increíble- y llegamos al final de la fábrica, donde estaban las conmutatrices y el impresionante panel de control sobreelevado -podía leer en los ojos de nuestros jóvenes acompañantes la ilusión de poder subirse allí arriba para toquetear y accionar todas esas palancas, botones, teclas y mandos que parecían componer una gigantesca y original videoconsola del siglo pasado…-.
Y si los motores eran gigantes, de un tamaño proporcional habían de ser los utensilios necesarios para arreglarlos.
Y, en efecto, como si de un enorme Meccano se tratara, colgadas en un panel de la pared, se encontraban esas enormes herramientas que, junto con el inmenso puente-grúa eléctrico que nos estaba vigilando desde lo alto, sirvieron en su día para montar pieza por pieza y, en su caso, reparar, los motores de fabricación suiza, que fueron adquiridos de segunda mano en Alemania -por eso, en el mismo muro, al lado de los lavaderos de aceite para los engranajes, los depósitos de trapos, uno para los limpios y otro para los sucios, estaban identificados con letreros en la lengua de Goethe-.
Terminada la visita en el interior de la central, después de habernos explicado la función de las dos botellas de aire comprimido con sus dos depósitos de combustible, ubicadas a la altura de cada motor, salimos por fin a la menos amenazadora parte exterior. Allí nuestra guía nos enseñó, en el medio de un cuidadísimo jardín que parecía un campo de golf, los respiraderos de los depósitos subterráneos del combustible, a su vez parecidos a unos originales hoyos, ¡cubiertos por un techo para el caso de lluvia! – el paralelismo con este deporte bien puede hacerse extensible a las condiciones de uso de este magnifico césped: está absolutamente prohibido pisarlo sin los zapatos adecuados, ¡es decir sin ali a(i)piedi!-.
Así finalizó el tour y mientras flanqueábamos la misma pared exterior de la nave que al entrar me había parecido decorada con tres enormes chimeneas, mientras que ahora, al salir, ya sabía que eran los tres tubos de escape correspondientes a los tres motores, pensaba satisfecha en todo lo que había aprendido sobre este mundo para mi tan desconocido -¡aunque, en la práctica, seguiré viéndome perdida si, al introducir la oportuna llave, mi coche no arranca!-. Pero la mayor satisfacción fue saber que el mayor de los niños había disfrutado mucho más con esta visita que con la del día anterior en la estación fantasma, a pesar de ser bastante más técnica, ya que, al haber poca gente, es decir sólo los Cuatros Fantásticos de arriba, se había enterado de todo. Le miré sorprendida y con una pizca de envidia: a lo mejor él, a diferencia de alguna, ¡iba a ser de ciencias!
Una curiosidad: desde noviembre del año pasado, un fin de semana al mes, la Nave de Motores se transforma en un original Mercado de Motores, donde, entre la pesada maquinaria arriba descrita, aparecen curiosas piezas vintage, de todo tipo y género.
La próxima cita es el 2 y 3 de febrero: en estos días, después del recorrido “motorístico” -que sigue en pie cuando coincide con esta curiosa iniciativa- podréis disfrutar, al son de la música en directo y degustando algún producto gourmet, mientras que los retoños se entretienen con juegos de papiroflexia u otras manualidades, de todo ese bullicioso conjunto de cosas y personas que hacen realidad un polifacético mercado. Aquí os dejo unas fotos, cortesía de sus responsables, esperando pronto tener las mías: ya lo sabéis, me encantan los mercados…
Otra vez sorprendente, un bonito e interesante de la preciosa ciudad de Madrid. Gracias
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Gracias a ti, Juan, que lees mis relatos con tanto entusiasmo! Justo es eso lo que me empuja a seguir descubriendo, y escribiendo, sobre mi sorprendente ciudad de adopción.
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…¡entonces un lugar más que habría que visitar en nuestra estupenda ciudad de adopción! Y con las veces que he pasado delante de ese interesante edificio que por cierto había llamado mi atención… si sólo hubiera sabido lo que conserva dentro de sus enormes locales… ya no podré dejar de ir a admirar esos gigantes, y tras la comparación – ¡absolutamente genial! – con la casa de «Up» (es una de mis películas de dibujos preferidas), allí estaré, a lo mejor el próximo fin de semana, aprovechando, ¿por qué no?, para degustar también algún producto gourmet. ¡Otra visita urbana fascinante Alia! un abrazo
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Roberta, como siempre tus comentarios son el mejor final de mis relatos… Lo de Up -que, por cierto, es también una de mis pelis favoritas- estaba a punto de no escribirlo… por miedo a una comparación demasiado atrevida… y luego, a último minuto, lo puse: ¡Habrás sido tu en inspirarme! A ver si yo también puedo acercarme ese fin de semana para ver el Mercado de Motores. Si tu vas en esas fechas podrás «unire l’utile al dilettevole,». Un fuerte abrazo.
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Excelente artículo.
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Muchas gracias jjcanovas. ¡Ojalá tuvíera tu don para tomar también excelentes fotos! Buen fin de semana.
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Un lugar muy interesante tanto para mayores como para peques. En cuanto a la pagina todo un descubrimiento. Saludos.
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Muchas gracias por vuestras palabras. La verdad es que vuestro país, al igual que el mío, Italia, está para recorrérselo constantemente, descubriéndolo paso a paso. Un afectuoso saludo… y ¡buen camino!
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