Matadero Madrid y el Doctor No

Por motivos profesionales, utilizo con cierta frecuencia el término “matadero”, aunque no siempre en lengua castellana. Dependiendo de la nacionalidad de los proveedores y clientes de la empresa en la que trabajo, a veces me toca referirme al “abattoir”, con diferente pronunciación, según el interlocutor sea inglés o francés; al “macello”, si es italiano, o incluso atreverme con el vocablo “sfageío”, al habla con los griegos. Por este motivo, cuando hace ocho años llegó a mis oídos que se había vuelto a abrir al público, aunque con una finalidad mucho más “creativa”, el antiguo Matadero de Madrid, incluí inmediatamente en mi imaginario elenco de lugares pendientes de visitar la estructura de una instalación tan presente en mi vida cotidiana aunque, afortunadamente, nunca hubiera tenido necesidad de visitar uno.

Pero el tiempo transcurrió, indefectiblemente, la familia se alargó y el deseado tour se fue aplazando.

Hace unos meses, sin embargo, la curiosidad volvió a picarme después de haber paseado a piedi por la escenográfica High Lane de la Gran Manzana, un ferrocarril elevado abandonado a su suerte, del mismo modo que las depauperadas carnicerías y humildes viviendas por las cuales serpenteaba, y exitosamente reconvertido, hace cinco años en un curioso “parque suspendido en el aire” en el marco de un barrio sabiamente recuperado: el Meatpacking District.

Este recorrido “de altura” me impresionó de tal modo que decidí que, a la vuelta de este viaje “aliapiedesco” – del que, por cierto, espero que pronto podáis tener noticias impresas –, cumpliría con la tarea pendiente de visitar el proyecto de la capital española, similar en muchos aspectos: resultaba un tanto “embarazoso” no haberme dignado a acercarme allí después de haber visitado un entero distrito neoyorquino de estas características. Así, mientras escribía una mail al responsable de un auténtico matadero palentino, decidí que había llegado el momento de enfrentarme (en familia) a aquel, reconvertido, matadero capitalino.

Era un fin de semana otoñal, de ese otoño que últimamente recuerda más la lejana primavera que el invierno incipiente cuando, con ocho años de retraso, los cuatro de Aliapiedienfamilia nos encaminamos hacia este destino.

Desde el exterior resultaba imposible abarcar con la vista la totalidad del complejo del antiguo matadero y mercado de ganados, que en su periodo de pleno funcionamiento, entre los años veinte y noventa del siglo pasado, había llegado a comprender hasta cuarenta y ocho edificios, a lo largo y ancho de una superficie de doce hectáreas que ocupaba la dehesa de la Arganzuela.

Una

Una «nórdica» Casa del Reloj

Entramos por el acceso principal, a la altura de la Plaza del General Maroto, en el Paseo de la Chopera, y lo primero que nos encontramos fue el antiguo pabellón de administración, conocido como Casa del Reloj que, como su propio nombre indica, estaba dominada por un reloj y por un curioso campanario con una veleta en hierro forjado que le atribuía un insólito aire nórdico – en la actualidad, el reloj de torre no marca las duras operaciones cotidianas del matadero sino las más livianas actividades de la Junta Municipal del Distrito de Arganzuela –. A pesar de la tentación de “echar una miradita” en el interior de aquella atractiva construcción que en sus tiempos albergaba en la planta baja la denominada “bolsa de contratación de carnes”, preferimos centrarnos en el objetivo principal de aquel día.También descartamos tomar el desvío por un camino que se abría a la derecha de aquella rectangular plaza empedrada para seguir las exóticas indicaciones hacia un cercano Palacio de Cristal, antiguo establo de ganado, luego nave de patatas y actual Invernadero que, en lugar de animales o tubérculos, acogía plantas tropicales y desérticas.

Un cartel aéreo: MATADERO

Un cartel aéreo: MATADERO

Así que, haciendo caso omiso de las pretensiones de la pequeña soñadora de la casa que quería dejarse llevar por ese “nombre palaciego” tan mágico y evocador, dirigimos nuestros pasos justo hacia el lado opuesto, donde destacaba un cartel que parecía suspendido en el aire: Matadero.

Recorriendo entonces la homónima calle Matadero, antiguo “corredor de la muerte” y ahora “camino hacia la libertad” de expresión en todos los campos y géneros, asistimos al precioso desfile arquitectónico de estas antiguas naves de planta basilical, ideadas por Luis Bellido y González que, con su original estilo neo-mudéjar, se sucedían, una detrás de otra, con su vestimenta de ladrillo rojo a vista, con mampostería de piedra caliza y detalles de cenefa de azulejos.

Un cartel

Un cartel «terrestre»: CASA DEL LECTOR

Y mientras observábamos esta impactante colección ever-green, el mayor de nuestros cachorros, auténtico “devorador de libros”, se fijó en un enorme y tentador letrero que, a diferencia del anterior, estaba bien anclado al suelo, como lo atestiguaba el hecho de que fuera utilizado como original columpio por muchos niños, y que rezaba Casa del Lector.

El hombrecito de la casa no lo dudó ni un momento y se lanzó de inmediato hacia el interior de aquellas dos naves, originariamente destinadas al degüello de vacuno, consagradas en la actualidad a la lectura en todas sus manifestaciones, gracias a la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Corriendo tras de él, nos encontramos con una Expo(sición) no universal, a diferencia de la que dentro de unos pocos meses tendrá lugar en mi amada ciudad de origen*, sino mucho más reducida, que se extendía a lo largo de unas cuantas salas conectadas entre sí, y que conmemoraba el septuagésimo quinto aniversario de la primera agencia global española: EFE’ 75, para la ocasión.

Medios de transporte de...

Medios de transporte de…

... atrevidos reporteros de antaño

… atrevidos reporteros de antaño

Allí, sorprendidos los niños y nostálgicos los padres, deambulamos entre impactantes imágenes, la mayoría de ellas en blanco y negro, que ilustraban los eventos más sobresalientes de la reciente historia de España, sorteando diferentes medios de transporte utilizados por los atrevidos reporteros de antaño, hasta que nos detuvimos ante un gigantesco cubo de Rubik cuyas caras, para sorpresa de los más pequeños, no estaban ocupadas por pegatinas de colores sino por los protagonistas de una transición política difícil de “componer”.

Un complicado cubo de Rubik

Un complicado cubo de Rubik

Al final del itinerario cronológico, ilustrado con un impresionante despliegue multimedia, nos topamos, a la salida, con una escalera de color rojo, en lo que se suponía que era una prolongación cromática de la puerta de acceso central de esa “casa”, que con sus llamativos peldaños nos invitaba a subir a la planta superior. Sin dudarlo un ápice, aceptamos aquella tácita propuesta: ¡y menos mal que lo hicimos!

Una lujosa

La lujosa «antesala» de…

Allí arriba, sujetados gracias a la fuerza de cohesión de unos escenográficos puentes de vigas de hormigón pretensado, nos acogió una original área de descanso que, con sus confortables butacas y sus elegantes mesillas, parecía el hall de un moderno hotel de cinco estrellas.

Eso era sólo un adelanto, una “antesala”, de la impresionante “sala de lectura”, que no biblioteca, ubicada a su lado, cuyos álgidos colores, líneas rectas y limpias y escritorios de cristal, la hacían parecer una moderna astronave que, ligera y ordenada, viajaba por el exterminado universo de los libros.

... una estratosférica

… una estratosférica «sala de lectura»

Los cuatro nos quedamos estupefactos ante aquella visión, observando, en religioso silencio, y con una pizca de envidia, a los afortunados pasajeros de aquel increíble “viaje literario”.

Pero sólo estábamos al principio de nuestro recorrido de modo que, renunciando a duras penas al compartido “anhelo de erudición”, decidimos regresar por donde habíamos venido.

Una NUBE de colores

La divertida y educativa NUBE de colores

A lo lejos, divisamos una curiosa nube que descargaba una agradecida lluvia de infantil y alegre sabiduría, con talleres, cuenta cuentos y programas de alfabetización.

No se trataba de una nube cualquiera, era una nube placentera que, en lugar de reflejos grisáceos y amenazadores, traía unas divertidas letras de colores…

La pequeña soñadora observó con estupor ese pintoresco, y real, País de las Maravillas cirriforme o cumuliforme, que le hacia olvidar sus anteriores “sueños (rotos) de cristal” pero, una vez más, tuvo que renunciar a sus deseos de diversión, dejando que fuera su desenfrenada imaginación la que volase entre los gigantescos muñecos, amenos ordenadores y alfombras multicolores de ese fantástico lugar.

El multifuncional Auditorio

El imponente e multifuncional Auditorio

Finalmente, salimos de la “casa” que, aunque solo fuera por esa tarde, nos hubiera gustado que fuera nuestro “hogar” y, tras pasar por delante del imponente, y multifuncional, Auditorio, perteneciente a la misma institución, entramos en el edificio colindante que un tiempo alojaba las naves de oreo, los colgaderos y depósitos frigoríficos y hoy es un centro cultural experimental rebautizado con el nombre de Intermediae.

Lo primero que nos sorprendió fue el extraño, pero al mismo tiempo armónico, connubio entre la cálida decoración de un primer espacio, llamado Terrario, y el frío y ruinoso esqueleto que lo sustentaba.

Una

Una «polar» Estación de futuro

Entre paredes desnudas y grises, casi huérfanas de yeso, como sólo pueden estarlo las que llevan muchos años abandonadas, aparecieron unas ingeniosas estanterías-armarios que, en caso de necesidad, podían deslizarse sobre unas cálidas tablas de madera superpuestas sobre una (imagino) agonizante originaria superficie; unos cojines, de diferentes tamaños y dimensiones, tirados por el suelo en una azarosa y afortunada geométrica combinación, hacían las funciones de inesperadas camas o inventados sillones donde unos relajados lectores disfrutaban concentrados de sus libros favoritos; y, finalmente, un poco más allá, en un espacio mucho más amplio, en el que se alternaban fuertes pilares y materiales industriales, un insólito igloo, puede que perdido, y en parte derretido, por el mediterráneo Madrid – en realidad una cúpula geodésica llamada Estación de futuro – chocaba con su polar, casi helada, presencia con unas veraniegas tumbonas cercanas, más propias de una playa urbana – ¿no sería que éstas se hubieran despistado y desde el cercano Madrid Río allí hubieran acabado?

Los cuatro, desorientados por aquel escenario de ciencia-ficción que evocaba imágenes de un no muy alentador Blade Runner, a pesar de ser justo lo contrario, es decir la sede de unas futuristas plataformas temporales de trabajo para diferentes y prometedores proyectos culturales, casi no nos dimos cuenta de la presencia, con su fija mirada, de una especie de robot, una extraña mezcla entre Wall-E y R2-D2, con pinta de máquina expendedora.

Una extraña señora: La Arrebatadora

La extraña Arrebatadora

Ese extraño ser, animado o inanimado, hecho de material reciclado, con ojos de acero, patas de tubo y boca de resistencias eléctricas, a pesar de su aspecto levemente aterrador, guardaba sin embargo en su interior, pero bien a la vista, un vivo y reconfortante corazón literario en el cual tenían cabida, en lugar de cacahuetes y bebidas, libros de todos los formatos y gustos, listos para ser expendidos.

Se presentó como La Arrebatadora, una extraña señora que, en virtud de la colaboración entre Intermediae y la librería “El Arrebato”, ofrecía “auto-máticamente”, y con rotación periódica, libros “auto-editados” por “auto-res” atrevidos, además de útiles catálogos de las exposiciones allí vigentes. La idea era genial y la que suscribe no pudo evitar imaginar dentro de aquel “auto-mata” inteligente una de sus futuras obras al alcance de todo el mundo.

¿ZONA UNO o ZONA ONU?

¿ZONA UNO o ZONA ONU?

Pero, como siempre, el dulce fantasear fue interrumpido por las excitadas voces de los niños que, en su deambular, se habían topado con unas curiosas cortinas de plástico de un hall adyacente al llamado Vestíbulo y que llevaban impresa una extraña, y confusa, leyenda: podía leerse Zona UNO o Zona ONU. Confundidos por la originalidad omnipresente, nos preguntamos si no se escondería allí detrás una base operativa, sin duda muy creativa, de la universal organización internacional…
No era el caso…

Unos atractivos lápices

Unos atractivos lápices

Allí solo había un punto de información y orientación para los “despistados” visitantes, así que, después de haber reencontrado nuestra “pista”, seguimos adelante, atraídos por el poder de unos llamativos y enormes lápices colgados en la pared de una central colindante, atestada de gente y llena de objetos, que producía una forma de energía alternativa, más intensa y exitosa que cualquier otra: la energía imaginativa.

Esa no era una central cualquiera, sino una central placentera, una central de ensueño… ¡la Central de diseño!

Siguiendo el flujo multitudinario de la gente vagamos desorientados entre pintorescos expositores y originales instalaciones que componían un divertido carnaval que culminaba en su parte final en un arrasador concierto en vivo y en directo. Sin embargo, la concentración de “plástica” creatividad e intensa “humanidad”, era tan alta que, aturdidos, casi embriagados por ambas, tuvimos que salir de ese fantasioso lugar en busca de paz y claridad, no sólo natural sino también mental.

Islas de un Archipiélago vegetal

Islas de un móvil Archipiélago vegetal

Así que, después de haber sorteado un curioso Archipiélago de islas vegetales móviles gracias a unos ingeniosos sistemas modulares, obra del artista Jerónimo Hagerman, dirigimos nuestros inciertos pasos hacia un amplio espacio al aire libre que, ubicado entre las dos originarias naves de sacrificio de ganado de vacuno y la de terneras, me recordó a una atípica, o puede que no tanto, plaza de toros.

Un ingenioso Escaravox en la plaza Matadero

Un ingenioso Escaravox en la plaza Matadero

Pero allí donde un tiempo una muerte cierta e inapelable marcaba el destino de estos y muchos otros animales, hoy la vida rebosaba con toda su alegría y esplendor: la de los niños correteando despreocupados mientras que sus padres tomaban el aperitivo relajados.

Era la plaza del Matadero, lugar de reunión de todo el mundo, ágora capitalino, rebosante de vitalidad, y dotado de unas instalaciones móviles que hacían las delicias de grandes y pequeños: sillas sobre plataformas, bancos sobre andamios y modificados sistemas de riego sobre ruedas, llamados Escaravox.

Aquello era, en realidad, una dinámica terminal urbana de la cual, en lugar de ruidosos aviones, despegaban artísticas y variadas manifestaciones.

Nave 16 de artes visuales

La Nave 16, sede de las artes visuales

Y mientras el padre de familia tomaba unas fotos de la Nave n. 16 y la Nave de Música, antiguos espacios de estabulación, exposición y venta del ganado lanar y porcino, ahora dedicados, respectivamente, a las artes visuales y a aquellas musicales, que ese día estaban cerradas, los demás recuperábamos energías en el interior de las llamadas Naves del Español, pintoresca sede de las artes escénicas que tanta importancia tenían en la antigua Grecia y “teatral” prolongación de aquella ideal, y española, ágora moderna.

La acogedora y teatral cafetería

La acogedora y teatral cafetería

En una de las tres naves, alineadas y conectadas entre ellas, la que originariamente constituía la zona de degüellos de terneras, ahora foyer del conjunto escénico, se encontraba una evocadora “zona de acogida”, con una cafetería donde nos dejamos “acoger” gustosamente por unas refrescantes bebidas. Cómodamente sentados en su barra, boquiabiertos, una vez más, por la innovadora arquitectura del lugar, lo que más me llamó la atención fue un graderío central en el cual, cegada por la sed, no había reparado al entrar, a pesar de su imponente dimensión. Esa elegante estructura en rojo y negro me trajo inmediatamente a la memoria la famosa escalinata neoyorquina de la “escenográfica” taquilla del TKTS, en el cruce entre Broadway y Times Square, en la meca de las artes escénicas y fue entonces cuando, de repente, el recuerdo de ese “esplendor electrizante” iluminó mi mente, del mismo modo que los peldaños de la mítica plaza neoyorquina iluminan el cuerpo de Electro en la última entrega de “The Amazing Spiderman”.

En ese momento todo cuadró y el círculo se cerró*: New York y Madrid, el Meatpacking District y el Matadero, Broadway y las Naves del Español…

Absorta en mis pensamientos y en mis proyectos, seguimos nuestro camino, todos juntos, y tras dejar atrás la contigua nave de degüello de lanar y la de porcino, reconvertidas en el escenario propiamente dicho, y la experimental Sala 2, a la vuelta de la esquina, nos topamos con una inesperada fábrica.

No se trataba de una fábrica cualquiera, era una fábrica placentera, una fábrica futurista… ¡una Fábrica de Ciclistas!

Lo que “se forjaba” entre aquella paredes de ladrillos que un tiempo alojaban un laboratorio analítico no eran unas pesadas maquinarias sino unos amenos cursos para los amantes de este saludable medio de transporte que, durante muchos años, había sido el mío, en mis aventuras urbanas por las calles (llanas) de mi siempre querida Milán.

Ese encuentro no había sido casual*.

Bicis de todas formas y colores

Bicis de todas formas y colores

En el exterior del edificio, unas cuantas bicicletas, listas para ser alquiladas, captaron nuestra atención con sus diferentes formas y colores: individuales, como las clásicas holandesas, románticos tándem, familiares, con sus remolques, plegables, eléctricas…

Los adultos nos mirábamos sin mediar palabra cuando los niños comenzaron a proferir todo tipo de súplicas y razonables peticiones. Pero ya era tarde, el sol estaba en su ocaso y una leve brisa empezaba a levantarse desde poniente.

Una fábrica de hielo convertida en Cineteca

¿Bicis (delante) o cine (detrás)?

Tras la enésima negativa a los deseos de los decepcionados infantes, éstos nos siguieron, a regañadientes, hasta la Cineteca de enfrente, donde esperábamos encontrar alguna película convincente con la que compensarles. Sin embargo, aquellos espacios audiovisuales estaban dedicados a proyecciones de interesantes documentales y, a pesar de su atractivo, la instructiva alternativa, en ese crítico momento, no podía ni compararse con una aventura furtiva sobre (dos) ruedas.

Mi conciencia y, sobre todo, los lamentos de fondo me recordaban que me había convertido en una especie de “Doctor No”, de modo que decidí que tenía que encontrar algún modo de arreglar la situación. En ese preciso instante, gracias al incipiente viento, empecé a percibir un aroma a comida caliente que parecía provenir de las dos salas de cine, hemeroteca y plató de rodaje, donde un tiempo se almacenaban los bloques de la fábrica de hielo. Fue entonces cuando divisé a lo lejos un oscuro acceso precedido por un insólito letrero que rezaba “Cantina” y que yo interpreté en su acepción italiana.

Esa era una señal, esa era mi señal, esa era la señal final.

Un original e inocuo

Un original e inocuo «sótano»

Dejándome llevar por mis patrióticas y fantasiosas interpretaciones, armándome de valor, bajé en solitario a ese “sótano”, en español, que ya me estaba imaginando como escenario ideal de un crimen perfecto, pero una vez abajo, descubrí aliviada que esa antigua caldera era ahora un inocuo y acogedor espacio vanguardista donde, entre mesas de madera y sillas de cartón, podríamos distraer, aunque sólo fuera por un rato, a nuestros jóvenes acompañantes, a los que habíamos privado de palacios de cristal, nubes de colores y bicis de pedales…

Y así, abandonados a los placeres del paladar, entre risas y risas, tocó a su fin nuestra aventura familiar.

Un

Un «cambiante» y creativo Matadero

*Una nota final: Aquella noche luminosos cristales, rápidos pedales y deslumbrantes colores fueron los protagonistas de unos dulces sueños infantiles, mientras que unos cuantos títulos estelares – “Aliapiedienfamilia en Madrid”, “Aliapiedi a New York” y “Alia per l’Italia” –, y sus correspondientes traducciones, gracias a la paciente ayuda de un marido siempre presente, fueron las egocéntricas y oníricas ilusiones de “una adulta” que fantaseaba con exitosos libros sobre todas las ciudades y naciones…

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