Me encantan los mercados. En mi país de origen los hay de todo tipo y para todos los gustos, la mayoría de ellos al aire libre: de flores, de antigüedades, de artesanía y, sobre todo, de alimentación.
Se trata de una de esas arraigadas tradiciones que obstinadamente persisten enfrentándose a una sociedad donde el (¿despiadado?) avance tecnológico despersonaliza cada vez más las relaciones humanas. En mis viajes por las capitales europeas siempre programo alguna visita a estos templos gastronómicos, la mayoría de ellos ubicados en edificios que son innegables obras de arte, y cuando vine a vivir a Madrid enseguida me familiaricé con uno, el de la Paz, por motivos prácticos, y con otro, el de San Miguel, por motivos históricos.
Diez años después, con una mudanza y una familia de por medio, ya no voy con tanta frecuencia al primero, que sigue pareciéndome un verdadero mercado de barrio, y, por otro lado, intento evitar el segundo, salvo cuando tengo visita de gente que no es de aquí, que, después de su admirable restauración arquitectónica, me parece cada vez menos auténtico y más turístico.
Así que, cuando hace poco más de un año me enteré de la reapertura, tras su reforma, del antiguo mercado de San Antón, fui una de las primeras en ir a visitarlo y en quedarme gratamente sorprendida con su nuevo look. Por fin había encontrado un mercado que conseguía reunir, armoniosamente, su atractivo turístico y su autenticidad, sin que lo primero predominara sobre lo segundo, ni viceversa.
Además, con ocasión de esta visita gastronómica, había descubierto una parte de la zona de Chueca donde las pintorescas y coloridas fachadas de algunos edificios competían en belleza y elegancia con la originalidad decorativa de los escaparates o interiores de la mayoría de los pequeños comercios allí ubicados que, seguían, y siguen desafiando, con encomiable dignidad, la progresiva invasión de los grandes almacenes y la despiadada huella de la crisis económica. En lo que me pareció ser una especie de «Cuadrilátero de Oro» madrileño, caracterizado por una mezcla de estilo francés –más bien parisino– e italiano –más bien milanés–, había encontrado, por fin, el lugar ideal para fijar mi hipotética segunda residencia capitalina.
Lo único que de verdad no encajaba estéticamente con todo lo demás era el moderno edificio del mercado, un sencillo paralelepípedo de ladrillos naranjas y negros, cuya sencillez exterior para nada dejaba imaginar la hermosura de su contenido. Allí dentro todo cambiaba… ¡y cómo cambiaba!
Al entrar en este renovado templo de las vituallas, no sólo entraban en juego todos los sentidos, oído, vista, tacto, olfato y, sobre todo, gusto, sino también uno de los peores pecados capitales: ¡la gula!
Era un paraíso (o infierno) gastronómico…
Llevaba mucho tiempo deseando escribir en este blog un post dedicado a este lugar, aún poco conocido pero digno de ser visitado, independientemente de la compra, pero el tema en sí mismo no encajaba con ningún plan familiar. Sólo se trataba de esperar.
Hace algunos días leí en una revista que en este espacio, hasta el día de Reyes, (excepto el 1 de enero), de 12,00 a 14,30 y de 16,30 a 20,00 horas, iba a organizarse un divertido y gratuito juego infantil, y enseguida me di cuenta de que, por fin, había llegado la ocasión de ver cumplido mi deseo, aunando lo útil, para los niños, y lo placentero, para mí.
Así que, junto con mis jóvenes acompañantes, me acerqué a este mercado para intentar participar en “El gran juego de los Reyes Magos”, temiendo la presencia, de un lado, de ríos de gente atareada con las últimas compras culinarias de fin de año, y, del otro, de empleados agobiados por satisfacer las peticiones gastronómicas de sus clientes, hambrientos o ansiosos, o las dos cosas a la vez. Nada de todo eso.
No sé si era nuestro día de suerte pero, por muy extraño que pudiera parecer, la tarde de este último viernes del año, al subir por la escalera mecánica que llevaba a la primera planta, la del mercado tradicional, observamos que, entre los diferentes y alentadores puestos de comestibles, muy pocos residentes, y aún menos turistas, deambulaban o compraban –¿nos habíamos equivocado de día?, ¿de hora?, ¿de ambas cosas?–. Nos mirábamos atónitos, rodeados por unos alimentos cuyo esplendor de siempre se veía aumentado por una elegante cascada de luces azules suspendida del techo y, por un momento, hasta los más pequeños, asombrados por ese espectáculo artificial que se fundía elegantemente con los colores naturales de los productos de la tierra, se olvidaron del fin lúdico de la visita.
Pero la pausa de plácida contemplación duró poco.
Enseguida los niños se percataron de que en el suelo, como si de un Sunset Boulevard capitalino se tratara, había unas estrellas gigantes que, indudablemente, tenían algún significado.
Al igual que los Reyes Magos siguiendo la estrella de Belén, seguíamos nosotros esas estrellas de Oriente, confiados en que, al final de ese recorrido astronómico, encontraríamos nuestra recompensa. Y así fue. No nos esperaba Hollywood, ni su fama, ni su paseo correspondiente –aún no, ¡pero todo llegará! “Aliapiedi” tiene muchas ilusiones de futuro: ya lo veréis…– sino una pequeña, pero limpia y ordenada, zona de recreo para los niños, o, mejor dicho, de descanso para los padres.
Allí, entre coloridos taburetes y mesitas, con ceras para colorear, muñecos y marionetas para entretenerse, estaban, atentos y vigilantes, dos agradables encargados, responsables de la entrega oficial de un importante papel, más bien un papiro por sus desproporcionadas dimensiones. En él estaban escritas diez preguntas relacionadas con las costumbres alimenticias de los Reyes Magos; mis jóvenes acompañantes tenían la misión de acertar las respuestas, tachándolas en las gigantescas casillas correspondientes, buscando la solución entre los productos exhibidos en los diferentes puestos de alimentación y marcados –¡como no podía ser de otra forma!– con una estrella.
Gracias a la insólita tranquilidad del lugar, los pequeños pudieron fácilmente localizar, a veces con una ayudita, todos los astros medio ocultos: en la pescadería, la última pieza pescada por Melchor; en la hamburguesería, la hamburguesa especial de Baltasar; en la carnicería, la última comida cocinada por Gaspar; en la charcutería, el queso favorito de los Reyes Magos; en la frutería, las manzanas de los camellos…, y así sucesivamente, de puesto en puesto, de pregunta en pregunta y de respuesta en respuesta.
En menos de media hora ya habíamos respondido a todos los acertijos y mientras yo seguía asombrada por la variedad y calidad de los alimentos allí expuestos, cuya geométrica colocación desafiaba, muchas veces, las leyes de la física, los niños, felicitados por los responsables del juego por haber realizado rápida y correctamente este recorrido estelar, recibían un pequeño premio comestible, junto con una carta para los Reyes Magos.
Hay que reconocerlo, lo más divertido de todo no fue la (sencilla) recompensa final sino la entretenida y atípica caza del tesoro gastronómico.
La diversión se había acabado pero todavía nos quedaba algo de tiempo para dar una vuelta por la segunda planta, la de show cooking (cocina en vivo). A duras penas conseguimos pasar sin pecar por delante de unos sofisticados puestos de tapas que ofrecían productos de todos los géneros y nacionalidades, desde la pizza italiana, pasando por el foie francés, hasta llegar al sushi japonés.
Nuestro destino no era ese viaje por el mundo gastronómico, y tampoco la curiosa sala de exposiciones Trapézio, sino la última planta, mi favorita.
Allí, arriba del todo, había un par de coloridos cerditos que hacían las delicias de los más pequeños –¡pero cuidado, aunque la tentación sea muy fuerte, está terminantemente prohibido montarse encima de ellos!– y un singular árbol de los deseos decorado con unas bolas de papel personalizadas por los clientes del original restaurante contiguo –donde, previo aviso, se preparan los platos con los productos elegidos por los comensales en los puestos de la primera planta–.
Pero lo que de verdad no podía dejar indiferente a nadie era la espectacular terraza, dotada de unas, tan modernas como oportunas, chimeneas, ideal para degustar unos deliciosos cócteles gozando de la panorámica de los pintorescos tejados capitalinos, en el mejor de los casos, cómodamente sentados al lado de una columna… ¡de cerditos! –¿Qué harán allí?, ¡¿serán unas macro huchas?!–.
Así que, si en estos días de Navidad os apetece pasar un divertido día en familia, sin estar encerrados en casa y sin estar expuestos a los rigores del invierno, os invito a pasear, eso sí, armados de una buena cámara de fotos, por este tentador mercado: todo el mundo, grandes y pequeños, saldrá de allí encantado, cada uno con sus motivos, y nadie se irá con las manos (y estómagos) vacíos…
¡Felices Reyes! y ¡feliz “Gran Juego de los Reyes”!
Con un poco más de tiempo, si ya es de noche, os recomiendo cruzar la plaza de Chueca, iluminada como nunca por unas luces multicolores, para dirigiros a piedi hacia la calle de San Gregorio donde, por una puertecita de madera –¡cuidado con los escalones!–, se accede a la parte trasera de la histórica taberna de Ángel Sierra, cuya fachada principal está en la calle Gravina. Aguzad la vista: al fondo, protegido por un antiguo barril, los niños descubrirán algo…
Una vez tomada la oportuna foto junto a los adorados retoños, podéis dirigiros hacia la calle Luis de Góngora. En el número 6 de la misma pasaréis delante de mi soñada segunda residencia, y, después de haberla admirado con un toque de sana envidia, os invito a acercaros, un poco más adelante, a un sencillo portal de madera: allí dentro, insospechadamente oculto, se presentará ante vuestros ojos un “Cachito de Cielo”….
Y, para terminar, si todavía os queda algún regalo por hacer, justo en la calle de San Lucas encontraréis un par de ejemplos de las tan curiosas como polifacéticas tiendas de este coqueto barrio, llenas de sorpresas para grandes y pequeños.
Mirad luego en un mapa este itinerario urbano: no estáis en Milán, sino, con un poco de imaginación, ¡en el famoso «Cuadrilátero de Oro» madrileño!
Fantástica visita. Gracias por la idea!!!!!
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Hola Vic: si no hay mucha gente es de verdad un buen plan…Ya me contarás. ¡Feliz 2013!
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Buen reportaje y buenas fotos…
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Gracias JJCanovas. Eres bastante generoso con el tema de las fotos, ¡sobre todo si comparadas con las tuyas!Felices fiestas!
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Como siempre, muy original, pero esta vez tengo que añadir: genial! Feliz salida y entrada. Espero verte pronto
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Gracias Marta… Tu sí que eres genial…Feliz 2013 a todos vosotros.
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…esta vez espero llegar a tiempo con mi princesita para poder participar en el «Gran juego de los Reyes Magos», ¡me parece una idea genial! y además en ese mercado que me encanta (opino lo mismo que tú sobre el Mercado de San Miguel), así como su excelente gastronomía (que descubrí gracias a ti, garantía de una buena amistad a lo largo de los años futuros), y con esa decoración navideña no me lo quiero perder. Chueca es mi barrio preferido en Madrid, y tu segunda soñada residencia ha estado desde siempre bien metida en mis sueños… ¡Otro reportaje sobre la ciudad, y sobre este sitio tan especial (y tan especialmente exquisito) que me ha encantado! y las fotos magníficas, ¡gracias! ¡Y FELIZ AÑO NUEVO!
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Gracias a ti querida amiga mía. Espero poder enseñarte muchos otros lugares curiosos por Madrid, visto que además compartimos los mismos gustos (¡gastronómicos y arquitectónicos!). Tengo un maravilloso recuerdo del día en que te enseñé este mercado tan coqueto, donde disfrutamos de sus tapas, después de una originalísima película y antes de una exquisita pizza. Espero poder repetir pronto la experiencia… A lo mejor en otro lugar de esta nuestra sorprendente ciudad de adopcion. ¡Feliz 2013 a vosotros y a vuestra princesita!
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En un país multicolor…había una abeja bajo el sol..y fué famosa en el lugar…por su alegría y su bondad…Son las calabazas y la luz lo que llama a la abeja Maya_besos
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Hola Amparo: Si vas al Mercado de San Antón encontraras unas calabazas que herían feliz a tu abeja Maya… ¡Felices Reyes!
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Desde el Mercado de San Antón, muchísimas gracias por este estupendo trabajo y por hacerte eco de nuestra actividad navideña!!!
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Hola Ana: Me alegra de que te haya gustado y espero que este original mercado siga organizando actividades tan divertidas para los niños
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Cada día más me gusta éste bello mercado, tomando unas cañitas y tapas hemos colgado en nuestro muro una foto mi hija y yo (a ella madrileña, xo vive fuera le ha encantado) con el fondo de las cascadas de luces, bonito, bonito.
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Muchas gracias Antonia por tu entusiasta comentario…que comparto en su totalidad con el mismo entusiasmo. La cascada de luces es sin duda un escenario mu bonito para sacar fotos de nuestros retoños. Un saludo y ¡hasta el próximo post!
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Gracias a tu generosa y filantrópica afición de enseñarnos con tus documentos, muchos no solo aprendemos, sino que llegamos a divertirnos de una manera sumamente grata. ¡ Buen rato, si señor…¡
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Muchísimas gracias Miguel Angel. Me alegra de que hayas disfrutado tanto con la lectura… ahora sólo falta disfrutarlo aquí en persona.
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